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Segunda marcha negra | Una despedida emocionada

En este valle de lágrimas

Laciana entera arenga emocionada el reto de doscientos mineros en defensa del carbón, el cobro de los

La Marcha Negra avanza por las impresionantes gargantas del Sil en su camino hacia Palacios.

Publicado por
Asun G. Puente / Vanessa Araujo | Villablino
León

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En sus pies, la principal artillería para conmover a un país entero. En su corazón, el anhelo de revivir el espítitu de la primera Marcha Negra y, en su cerebro, la lucha incesante que libran desde primeros de mes para cobrar lo que sus empresas mineras les adeudan y la imperiosa necesidad de contar cuanto antes con el real decreto del carbón.

Allí, debajo del balcón de la sede de los sindicatos, 200 mineros no pueden contener el latido de su corazón ante la inminente partida de la segunda Marcha Negra. Arriba, en el balcón, comienza a sonar el himno de los mineros. La Coral Santa Bárbara conmueve con sus voces. Y lágrimas, muchas lágrimas en la despedida del valle de Laciana a sus mineros, a los suyos y los compañeros bercianos que llegaron hasta Villablino a primera hora para sumarse a la caminata.

«¡Viva Santa Bárbara, bravo!» «¡Viva Laciana!», gritan los trabajadores de la mina, desde ayer en huelga indefinida, sin detener la emoción, tampoco sus familias, amigos y muchos de los que participaron en la mítica Marcha Negra del 92. Dos centenares que caminan hacia la capital de la provincia en representación de los cerca de 2.500 (entre plantillas y contratas) que llevan sin ir a trabajar desde el día 6 de los grupos Victorino Alonso y Viloria.

Eran casi las 11.20 horas cuando cuando los mineros se pusieron en marcha. «¡Qué nos vamos compañeros!». Una larga fila con dos columnas paralelas, integrada cada una por cien hombres. En parejas, la primera, marcando el paso, Laureano López, de 35 años (13 de ellos en la mina) y ayudante minero. Con él, Antonio Fernández, 36, (16 trabajando bajo las entrañas de la tierra) y picador.

La segunda Marcha Negra partió de la sede de los sindicatos, en el pleno centro de la capital lacianiega, ante cientos de vítores de ánimos que escoltaron a los caminantes hasta la carretera de salida hacia Páramo del Sil: destino final de la primera etapa, un total de 27 kilómetros entre Laciana, el Sil y la llegada al Bierzo.

«Estoy mal, no veo futuro en este valle, y yo me quiero quedar». Isabel, una portuguesa que llegó un buen día hasta aquí donde conoció a su marido, Óscar Gatón, de 47 años, y único participante en la marcha que también estuvo en la del 92. Sólo le quedan unos pocos meses para prejubilarse después de casi 31 años en la mina. De aquella experiencia, él rememora antes de partir: «Fue muy bonita y la viví con muchísimo orgullo».

Cerca, llora sin consuelo al ver pasar ya los primeros pasos de la caminata, Silvia, la mujer de Laureano, unas lágrimas que también derrama su madre. Su hija, Ainara de 4 años, no fue ayer al «cole» porque quería despedirse de su padre. «Estoy orgullosa de mi marido, aunque con algo de pena por la nena, porque su papá no vendrá a dormir a casa».

Aplausos, palmadas, saludos, besos y abrazos para los mineros en su despedida de Villablino. «¡Ánimo, con los mineros no van a poder!», «Con la cabeza alta, que se vea» o «Aquí están, estos son los que sacan el carbón», gritos a su paso por las calles de Villablino, con sus comercios y edificios atestados de lazos negros. «Necesitamos el apoyo de todos. Yo también soy minero», puede leerse en muchos de estos carteles.

En ruta por el Alto Sil. Con ritmo acelerado, los mineros toman ya el asfalto quince minutos antes del mediodía, escoltados en todo momento por la Guadia Civil, que atenuaba la velocidad de los vehículos en esta ruta para evitar cualquier tipo de percance. También la Cruz Roja y la caravana logística de la organización sindical, con las mochilas de los mineros, siempre en cabeza. Pitidos y gritos de ánimo de los conductores, que los caminantes responden con euforia y el puño alzado simbolizando la lucha. Conversaciones animadas con la adrenalina del primer día. Rabanal de Abajo aguarda en el camino, sus vecinos ya en la calle aguardan a la caravana azul, más aplausos y otra vez lágrimas, también en Cuevas del Sil; antes, en las inmediaciones del embalse de Las Rozas, reparto de botellas de agua. Hace calor y la acelerada marcha empieza a sentirse. Las impresionantes gargantas del Sil y más apoyos del tráfico acompañan hasta Palacios, allí sus vecinos esperan impacientes desde hace tiempo la llegada de sus héroes.

Aguardan también los amigos de Alfonso, de Matalavilla, único residente en el municipio participante en la Marcha Negra. «Pocholo», al que llaman así por su larga melena, trabaja en Laciana en un cielo abierto para una contrata. En el grupo, a pie de carretera en la terraza de un bar, Julio García, quien recuerda orgulloso su participación en la caminata a Madrid del 92. Tenía 25 años, ahora 43. Es primo de uno de los mineros (Jorge) en huelga de hambre en Ponferrada. «Aquello, la marcha, fue un orgullo, el recibimiento que nos hacían en todas partes te subía la moral». El alcalde, Orlando López, recibe a la caravana en el polideportivo con la comida. Descanso poco antes de las tres. Otra vez en pie, a mitad de etapa. Las Ondinas, Corbón (en la subida a Susañe más agua, aunque los hombres de la marcha optaron en su mayoría por beber la fresca de la fuente) y más aplausos. La entrada en Páramo del Sil, donde llegaron con su alcalde, Ángel Calvo, acompañándoles en el último tramo, fue el final del camino. Acaba la primera etapa, son las 17.30 horas. «¡Vamos chavales», saludan sus vecinos. Están agotados. Aguarda el polideportivo como parada y fonda.