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Rescatan a 5 montañeros que pasaron un día atrapados en la Cueva de Valporquero

La crecida del caudal del río subterráneo les impidió salir después de que entraran por la Sima de Perlas

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a. caballero | león
León

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La Sima de Perlas es un mito de la espeleología leonesa. La entrada que encontraron el 10 de agosto de 1967 Carlos Ruiz y Santiago Portas. Un tragaluz que nace a 1.360 metros de altura y que, después de un descenso de 138 metros, comunica con el río subterráneo que atraviesa la Cueva de Valporquero desde la entrada turística hasta la boca de la Covona, en las inmediaciones del calero de Felmín, que son los otros dos únicos lugares por los que se puede salir del sistema. Dos escapatorias que casi se cegaron por el aumento del caudal del curso de aguas en la madrugada del domingo debido a las intensas lluvias de las últimas jornadas. Dentro quedaron 5 espeleólogos orensanos, que habían entrado por Perlas sin dejar cuerda lista para volver a salir por la sima en caso de necesidad, condenados a permanecer más de un día encerrados -desde las 0.00 horas del lunes hasta las 04.30 horas del martes- a la espera de que el Grupo de Rescate Especial de Intervención en Montaña (Greim) de la Guardia Civil les rescatara, ayudado por voluntarios de la empresa de tiempo libre Guheko.

«Dejaremos puesta la cuerda desde la entrada hasta el fondo de la Sima en una instalación clásica de cuerda simple con fraccionamientos para poder ascender si fuese necesario», había escrito en una web uno de los cinco espeleólogos del Club Alpino Ourensán de Manzaneda al relatar la visita que hizo en noviembre del 2007. Esta vez no guardaron la cautela. Habían entrada con la madrugada desde la Sima de Perlas, a la que se llega después de caminar una media hora por el monte desde la entrada de la cueva turística, y se habían demorado en la bajada para hacer fotos, repartidos en dos grupos: el primero, con dos expertos y un novel, y el segundo con uno de cada tipo. El descenso, que suele llevar dos horas, se convirtió en cerca de tres. En el último rápel, que deja casi 50 metros por debajo de los pies, el estruendo del caudal amplificado por las cavidades anunció a los montañeros que quedaban encerrados. Ya en el curso de aguas sopesaron la posibilidad de remontar el río subterráneo para comunicar con la salida de la cueva turística, que es lo más fácil en estos casos, pero el agua, que en un día normal llega por las rodillas, firmaba más de un metro y medio de altura, enrabietada por los sifones y recovecos. Entonces, después de arrepentirse de no haber hecho caso a las dudas que les surgieron antes de bajar, decidieron pertecharse para la espera: se asentaron en los salientes superiores a los que no llegaba el agua y, cubiertos con mantas y amparados por el equipo de neopreno que vestían, confiaron en que los rescatadores llegarían.

La espera de casi 24 horas, que dio tiempo para alguna cabezada, se demoró más de lo que esperaban. Alrededor de las 16.00 horas, los responsables de Guheko alertaron al Greim de que el coche que habían visto a las 09.00 horas del lunes, cuando descartaron hacer la excursión del curso de aguas que tenían prevista ante el nivel que presentaba el caudal, seguía en el párking de la cueva turística. Con la errónea suposición de que habrían entrado a primera hora de la mañana, se decidió esperar. Ante la falta de noticias, a las 23.00 horas el cuerpo de élite de la Guardia Civil entró por la Sima de Perlas y, al llegar al curso de aguas, se encontró con los cinco montañeros gallegos.

Sin contemplar si quiera la salida por la Covona y descartada por la turística -como se hizo en primavera con los tres espeleólogos valencianos a los que atrapó la crecida del río-, los miembros del Greim decidieron que los montañeros, que estaban heridos ni mermados por la hipotermia, podía volver a salir por la Sima de Perlas con la cuerda que habían dejado asegurada ellos en su descenso.

A las 04.30 horas salió el último. «No tenían cara de asustados, sabían que alguien iría a por ellos», relata Julio Montes, el integrante de Guheko que se mantuvo en la boca de la sima todo el rescate. Llevaban casi un día metidos en las profundidades de la montaña leonesa, casi sordos por la violencia de las carambolas del agua en las paredes de la gruta, con una temperatura inferior a 10 grados y la humedad por todos lados. «Tenían prisa por marcharse; no llegaban a trabajar».