Diario de León

El año de aquellos pobres

La búsqueda de los vagabundos retratados hace un año en el reportaje «Sin techo, pero con vida» descubre dos fallecimientos, desenmascara biografías cada vez más rotas y da con un nuevo perfil de indigente, víctima del paro continuado Finaliza

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marco romero | león
León

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La búsqueda de los vagabundos retratados hace un año en el reportaje «Sin techo, pero con vida» descubre dos fallecimientos, desenmascara biografías cada vez más rotas y da con un nuevo perfil de indigente, víctima del paro continuado

El frío acosa, como hace un año. Isabel combatía la caída de las temperaturas y la angustia haciendo sonar la bocina del pequeño peluche que llevaba cosido en el lateral de unos gruesos calcetines. Lo hacía una y otra vez, riendo abiertamente. En verano buscaba la sombra en los soportales de la Plaza Mayor, donde era fácil verla anestesiada de emociones o alcochol, esperando la hora de comer o de cenar. Un día desapareció. «Nadie la ha visto», respondían en el enmudecido mundo de la calle. La insistencia por dar con ella para felicitarla por su 53 cumpleaños, a principios de mes, reveló su fallecimiento. Esa especie de «ley del silencio» ha impedido llegar más allá sobre el desafortunado desenlace de Isabel, a quien nadie reclamó durante días, según confirmaron fuentes de su entorno.

Todo lo que dejó fue un fajo de viejas fotografías familiares. Entre ellas, la suya propia tomando la Primera Comunión. «Me casé a los 20 años con un campeón de motocross, pero a los tres años le mandé a la mierda. No me he separado todavía. Seguí trabajando y a los ocho años me casé con uno que pesaba 140 kilos», relataba el diciembre pasado mientras bebía pequeños sorbos de un tazón de café solo.

El caso de Isabel no es el único. Tony también ha fallecido. No quiso revelar entonces su rostro, pero sí contar la historia del que llega sin nada. Este corpulento hombre de origen búlgaro, conocido en el grupo de «gorrillas» del párking de San Pedro, pereció hace dos meses. Se desplomó durante un ataque epiléptico y se golpeó la cabeza. Quedó en coma, pero los médicos no pudieron hacer nada por salvar su vida. Falleció el 6 de septiembre, dos días después del accidente. «Lo busqué durante días, hasta que la monja me dijo: -˜Tony se murió-™», relata Ivan mientras se echa las manos a la cabeza. También búlgaro y compañero de sombra del desaparecido, fue el encargado de reconocer la identidad de Tony en la morgue. «El peor momento» desde que llegó a España, describe entre lágrimas. Ivan guarda entre sus raquíticas pertenencias el certificado de enterramiento de su conciudadano en un nicho municipal del cementerio de León. Tony tenía 50 años.

La vida ha seguido para el resto. Con más fortuna para unos que para otros. Aunque lo que predomina es lo segundo. «Seguimos mal y con la crisis, peor. La vida sigue siendo igual de perra o más». José Luis del Castillo es rotundo en todo lo que dice. Ya el año pasado se definía como una «víctima de la soledad». Tiene 49 años y lleva once solo. Es de la zona de Valencia de Don Juan. «En la calle no hay amigos -"elucubraba-", por eso soy muy solitario. No te puedes fiar de nadie. De verdad que nunca imaginé llegar a esto. Ahora estoy en contra de la sociedad».

-"¿Sigue estando en contra del mundo?

-"Cada vez estoy más en contra de la sociedad. 36 años en el País Vasco, ya me dirás.

-"Este último año haciendo qué.

-"Estuve seis meses en Torrelavega en un albergue social. Cobraba 30 euros a la semana haciendo y desaciendo palés.

-"¿Sigue sin saber de los suyos?

-"Llevo años sin ver a mi hijo. Este año fui a ver a mis tías a un pueblo y me acogieron bien, pero nada. Estoy otra vez solo.

El reencuentro con José Luis se produce en el caserón de Calor y Café, el único centro de León que da refugio nocturno a los «sin techo» más allá de tres días, incluyendo a mujeres y niños. Es el mismo lugar donde se produjo la entrevista hace ahora un año. Entonces hablaba de «una situación temporal». Hoy lleva tres meses sin hacer nada, pasando el día de un centro social a otro. «Por ahora no paso malos momentos. Lo supero fácilmente. Siempre tengo buen humor». Le queda una semana más de estancia en esta casa-refugio. Después se irá a Zamora, Asturias... «Quién sabe».

Saturnino Lucas Marcos, natural de Alaejos (Valladolid), tampoco ha tenido un buen año. De hecho, lleva meses recuperándose de una grave dolencia física. Llegó a recibir medio millón de pesetas de salario como empleado de una importante constructora, pero hace un año se conformaba con empezar a cobrar la pensión por la que lleva cotizando toda una vida. Hoy continúa en ello, por lo que se rumorea en la calle. Este periódico no ha podido localizarle. Pese a que llevaba meses sin estar en León, hace una semana reapareció de forma fugaz en el comedor de la Asociación Leonesa de la Caridad.

Tan caro uno como lo otro. Víctor Rodríguez sostenía hace un año que, en la práctica, resultaba tan caro vivir en la calle como en una vivienda normalizada. Pero si cobras una pensión no contributiva de 300 euros y pagas un alquiler, por bajo que sea, no quedan recursos para más. La decisión de quedarse en la calle no fue una opción para quien lleva toda una vida de feria en feria. Víctor, que empieza el día leyendo la prensa y libros de animales en la Biblioteca Pública, terminaba la entrevista lamentando: «No tengo sueños, ni esperanza, ni futuro». Estos días se le espera en el refugio.

Una de las mujeres que ofreció su testimonio sin renunciar al anonimato ha empeorado su situación en muy pocos meses. Lo importante para ella en aquel momento era no caer en una depresión, pero el entorno en el que se desenvolvió durante esta etapa asegura que ha empeorado radicalmente su situación hasta el punto de desarrollar desarreglos mentales no diagnosticados.

Las biografías cada vez más rotas de estas personas evidencian una realidad difícil de explicar por los servicios de Bienestar Social. Matías ha sido la excepción. Nacido y criado en Valladolid, nunca llegó a conocer a su padre. Eso le marcó. Su vida fue «un desastre». Estuvo en un centro de rehabilitación por alcoholismo, pero salió y se quedó en la calle. Tiene 71 años y lleva año y medio sin beber. El año pasado, Matías contaba en su entrevista que acababa de romper el cristal izquierdo de las gafas de ver, lamentablemete el único ojo por el que ve. Los miembros del Colegio Oficial de Oftalmólogos de Castilla y León se ponían en contacto al día siguiente con este periódico para ofrecer unas gafas a Matías. Eligió unas rojas que hoy luce con orgullo en la cálida residencia de la montaña leonesa donde ha sido acogido. «Estoy fenomenal, superior», cuenta agradecido. Ya no mendiga ni come sentado en el suelo. Confiesa que los Reyes Magos cumplieron su verdadero anhelo. Pero la fortuna pocas veces está del lado de los invisibles. Casi 300 personas diferentes han vagado este año por las calles de la capital. Casi todos son hombres, pero empieza a resultar alarmante el número y la penosa situación en la que llegan las mujeres. «Es atroz. Cuando se acercan aquí es porque ya se encuentran en un estado lamantable», subraya Josefina Durántez, directora del centro Calor y Café y de la Casa Hogar de la Sociedad San Vicente de Paúl, única entidad que ofrece en León un servicio nocturno de acogida sin exclusiones. Problemas de alcohol y enfermedades mentales no diagnosticadas continúan apareciendo intermitentemente, como un virus. Y, tal que un virus, los fenómenos sociales van mutando. Porque el perfil de los hombres y mujeres que viven en la calle empieza a estar lejos del clásico vagabundo con atillo.

Dejan de ser invisibles. A eso de las nueve de la noche, una legión de personas como incorpóreas durante el día se acumulan en las puertas del citado centro, donde pueden pernoctar hasta las ocho de la mañana del día siguiente. Hay una veintena de camas, cuatro de ellas reservadas para mujeres. Se da la circunstancia de que es el único lugar de la capital donde pueden acudir como medida de emergencia. Y, aunque eran minoría hasta ahora, la situación ha cambiado. Tanto como el perfil de los usuarios.

Una amable voz femenina se asoma en la noche especialmente gélida. «Marco, soy yo», reclama. No es que esté irreconocible, es que resulta muy difícil contextualizar a una joven preparada y con una vida hasta ahora normalizada utilizando recursos sociales. Ni por asomo quiere salir en los papeles, pero no le importa que se utilice su testimonio para revelar una nueva realidad, la que afecta de lleno a jóvenes víctimas del paro continuado. Después de estar meses sin trabajar se ha desmoralizado. Tiene posibilidades de recibir ayuda de sus familiares, pero no lo va a hacer. «Tenemos educaciones muy diferentes». Así disculpa la inexistente relación paterna. Ha trabajado en reputados establecimientos hoteleros y estudió, pero ha acabado en la calle por decisión personal. Ahora inicia la mañana dando masajes a otros «sin techo» para que empiecen el día en paz y con energía y acude a instituciones públicas y privadas para «que se pongan las pilas». Lleva sus propuestas y las debate con los funcionarios, pero admite que no siempre es bien recibida. Habla sin parar, mezclando inteligentes frases, unas veces, y descoordinando otras tantas. No parece necesitar ayuda, pero todo lo que lleva encima es una fruta y una cantimplora con agua caliente. Promete poner en orden las ideas y empezar a escribir sus experiencias en la calle.

Inmigrantes. Cada vez son más los que están en la cuerda floja. Entran y salen de la pobreza intermitentemente y eso les hace especialmente vulnerables. En su mayoría son inmigrantes. Más de 2.000 extranjeros han entrado este año en el circuito de servicios humanitarios de León, integrado por las principales ONG de la provincia orientadas a ayudas a los inmigrantes sin ningún tipo de recurso económico y social que les permita subsistir. Accem, Cáritas, la Asociación Leonesa de la Caridad, Cruz Roja y la Sociedad San Vicente de Paúl se reparten este trabajo. Todas cooperan en acciones de integración, formación y reinserción, pero cada una de ellas ha encontrado un hueco de actuación específico. Accem concreta sus esfuerzos en la acogida humanitaria y urgente de los inmigrantes que llegan a León como solicitantes de asilo o refugio. Cáritas, por su parte, está haciendo un sobreesfuerzo por atender a todo tipo de extranjeros en apuros, principalmente a los sin papeles y los que no tienen permiso de trabajo , que en conjunto son nueve de cada diez usuarios extranjeros atendidos. Cruz Roja ha consolidado con éxito su papel como mediador para que los extranjeros, una vez superado el proceso inicial de adaptación, se introduzcan en programas de formación laboral y busquen su primer empleo.

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