Diario de León
Publicado por
León

Creado:

Actualizado:

Por lo que respecta a la Asociación Leonesa de la Caridad, su espacio de acción se encamina a evitar que sus usuarios acaban en la mendicidad callejera procurándoles alimentación, higiene, ropa y preocupándose, muy especialmente, de favorecer la autonomía de la mujer y la formación de los menores. Su comedor y el albergue para estancias cortas dan atención anualmente a más de mil personas distintas, de las que una tercera parte (347) son inmigrantes. El circuito lo cierra la Sociedad San Vicente de Paúl, que abre un refugio nocturno durante los meses invernales. Cada año se multiplican los usuarios, también mayoritariamente de origen extranjero. A final de año se habrá superado la cifra récord de 300. Las citadas organizaciones dieron globalmente cobertura a más de 2.000 inmigrantes que han llegado a León derivados de otros centros de la costa española o por su cuenta.

Las mayores colonias de extranjeros que se han asentado en la provincia leonesa durante los últimos años son también las que, por lógica, más afectados tienen como consecuencia de la crisis. Rumanos y marroquíes son las nacionalidades que más abundan en los registros de estas asociaciones.

No es difícil, por tanto, encontrar el fenotipo árabe en el universo de los «sin techo» de León. Como Yassin. Tiene 28 años, pero empezó a ganarse el pan en España a los 16. Cuando Yassin salió de Marruecos, lo normal era huir del país magrebí en patera. Pero era un medio demasiado controlado y se arriesgó como polizón en un barco. Partió de Rabat y llegó a Almería. Allí no paró de trabajar de sol a sol como temporero. Después de todo este tiempo y trabajo, ha conseguido la residencia permanente. Pero todo puede haber sido un espejismo porque lleva meses desempleado y ya se ha gastado todo lo que ha podido ahorrar de su trabajo. «Estoy pensando en volver», lamenta. Es una decisión que ya han adoptado muchos de los marroquíes que ha conocido durante su experiencia española, principalmente aquellos que, como él, ya no cobra el paro ni tiene asistencia social alguna. «Estoy casado, sin hijos, y mi familia claro que sabe que no tengo trabajo», comenta en un español fluido. Se pasa el día buscando trabajo, desde por la mañana hasta por la noche. Entra en Cáritas para revisar la bolsa de empleo, presenta currículos allí donde surge, se da una vuelta por las oficinas de desempleo... «Esta situación me ha llevado a la calle en dos ocasiones. Primero estuve tres meses y ahora llevo una semana», recuerda con cierta agonía.

Excluidos. Esta situación, la de entrar y salir de la pobreza, se reproduce prácticamente en cada nuevo caso desde hace un par de años. La crisis financiera internacional ha aumentado en este periodo la pobreza y la exclusión social, según concluye el último informe Foessa. Además de propiciar un nuevo perfil de excluido, como es el caso de los que llevan meses sin encontrar trabajo, la crisis ha acentuado la feminización del fenómeno, especialmente «en sus formas más severas» y se han visto especialmente afectados los hogares monoparentales. Aunque los núcleos familiares encabezados por personas mayores de 65 años son los que mejor están soportando los efectos de la crisis, también se han empezado a detectar inicipientes rasgos de exclusión en los barrios más deteriorados, donde se han ampliado notablemente los procesos de exclusión. Lo que este informe viene a decir del desempleo también guarda su lógico, en la medida en que se ha extendido a grupos muy amplios de población. Esta característica ha «normalizado» el fenómeno y, por de pronto, tiene efectos menos intensos en términos de exclusión social.

Una de las estrategias de respuesta que se están dando frente a la crisis es la de compartir piso o volver a casa de los padres, que, aunque son más minoritarias, aún están presentes en sectores sociales excluidos y en el ámbito de la integración precaria. La movilidad geográfica es también reducida, aunque empieza a alcanzar cierta entidad entre los sectores más excluidos: el 12% cambian de vivienda y un 5,5% se ha trasladado de ciudad.

Cáritas ha recogido en este periodo los testimonios de numerosos usuarios para poner rostro a cada uno de los fenómenos sociales que va detectando. E. es el estereotipo del transeúnte. Después de un turbio pasado familiar durante su infancia, este leonés procedente del ámbito rural acabó en la calle tras romper su matrimonio. Pidió la baja laboral por depresión, pero acabaron echándole. Cambió de ciudad y empezó a frecuentar la calle. Llegaron las primeras prestaciones sociales, los albergues y su tolerancia se va ensanchando hasta el punto de encontrar en la anarquía su forma de vida. «En la calle ha conocido abogados, médicos, toxicómanos... Las conductas de riesgo no le han importado. Cinco años en la calle le hacen ver ahora la vida de otra forma. Todo lo que consigue es para tabaco, comedores y prostitutas. Ya no le importa la vivienda ni otras cosas que antes eran fundamentales», describe el relato humano aportado por la organización diocesana. «En su relación con los servicios sociales -"agrega-" plantea muchas quejas; dice no estar bien atendido ni por Cáritas ni por nadie. Y considera que su familia nunca le ha tratado como tal». ¿El futuro? El futuro es algo inexistente para él. «Ahora se irá al parque, allí pasará la tarde hsata que llegue la hora de cenar en el comedor social y de ahí se irá a su morada ocasional, en una calle donde se ejerce la prostitución», concluye el relato. «Nadie de vosotros sabéis lo que es porque no lo habéis pasado nunca», atiza el transeúnte.

El inmigrante es otro tipo de usuario que abunda en el centro de emergencia abierto por Cáritas en el entorno de la Plaza Mayor de la capital leonesa. Llegaron con la maleta cargada de sueños, pero hoy son pesadillas. Muchos de ellos se dejaron llevar por los tiempos de bonanza y firmaron cuantiosas hipotecas que ahora no pueden pagar ni por asomo. O trabajaron en empleos emergentes y llevan meses -"algunos años-" tirando de los ahorros que han podido acumular durante su residencia en España. Pero todo se acaba y la situación es insostenible en muchos hogares. «Soy un padre de familia inmigrante, de Pakistán. Estoy en España desde hace siete años, tengo tres hijas menores, mi mujer ha tenido un accidente y, de momento, no puede trabajar. A mí me llaman ocasionalmente de una empresa de montaje de sonido, estoy sacando el carné de conducir para conseguir un trabajo más estable. Por el alquiler pago 300 euros al mes y recibo 426 euros de desempleo. Necesito ayuda para dar de comer a mis hijos».

Mensajes de este tipo empiezan a abundar en centros sociales, sindicatos y oficinas de ONG. Los medios de comunicación también están poniendo su parte con la difusión permanente de casos. Diario de León publica una sección fija todos los sábados con casos de ciudadanos o familias que necesitan una ayuda de emergencia y Radio León dedica un espacio semanal en su magacine con el mismo objetivo. Cáritas canaliza la información y prioriza los casos con enorme éxito, puesto que prácticamente todas las solicitudes de caridad son resueltas. Otras requieren intervención social a mayor nivel, por ejemplo los solicitantes de asilo y refugio. Es el caso de un matrimonio de inmigrantes que esperan asilo político en León desde el año 2006. «Hemos pedido asilo hasta en tres ocasiones, una de ellas a través de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado, cuyo presidente se ofreció a prestar sus servicios de abogado ante la gravedad de nuestra situación. Todavía estamos en espera de que se resuelva positivamente nuestra solicitud de asilo. Me he visto obligado a pedir limosna en la calle para poder pagar el alquiler del piso y la matrícula de mis hijos, que han comenzado los estudios universitarios. A pesar de todo, han podido seguir adelante con éxito».

La calle ya no es algo nuevo para Hristo, de solo 21 años de edad. Para nada ofrece el perfil del transeúnte que uno imagina. Este joven de origen búlgaro se ha visto en la indigencia casi por sorpresa, pero lo afronta como algo pasajero de lo que quiere aprender: «Me gustaría tener una vida normal, un trabajo... Mi perspectiva es buscar una oportunidad aquí», asegura en un español casi perfecto mientras ordena con el canto de sus manos las migas que hay sobre la mesa. Es astuto. Lleva un mes y pico en España. Ya se ha apuntado al paro y en enero empezará a estudiar español en Cruz Roja. Si vino es porque tenía una hermana en el país. Pero su situación es ahora difícil y Hristo se ha tenido que buscar la vida. «Estoy solo, pero quiero empezar mi nueva vida solo. Estuve 18 años en internados y creo que ahora voy a tener suerte. Si pienso mal, me caigo, y no quiero vivir sin ilusiones», comenta en un momento de la entrevista. Este veinteañero tiene un talento especial para el baile. «Cuando tenga todas mis cosas arregladas y haya conseguido un trabajo, dedicaré mi tiempo a hacer coreografías, que es lo que me gusta». Y no se le da mal. «Hay un Dios, pero la suerte está en tu cabeza; depende de ti».

En la búsqueda de aquellos pobres surgieron nuevos rostros, nuevas historias. Incluso poesías anónimas: «Llamamos a los muertos, ellos responden./ Llamamos a los vivos, no responden./ Las hojas secas crujen cuando se pisan; las verdes, no».

tracking