Diario de León

EL CRIMEN DE LA JOYERA | TESTIMONIOS SOBRE EL TERRENO

Donde el barranco se hizo cementerio

El primer testigo de las tareas de levantamiento del cadáver, justo en el lugar en el que apareció.

El primer testigo de las tareas de levantamiento del cadáver, justo en el lugar en el que apareció.

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León

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Se hizo el silencio. Dejaron de sonar los clicks irreverentes de las cámaras. Desaparecieron las unidades móviles y el valle quedó mudo. Solitario. Triste. Inmenso el hayedo, al barranco se le puso cara de Camposanto. La niebla fue comiéndose poco a poco la luz del mediodía y sólo quedó el fulgor de la nieve. Fue así como empezaron a apagarse en el espacio, que no en el tiempo, los ecos de la tragedia.

«Sólo hace dos o tres días que nevó, pero no habíamos visto nada antes. Hombre, donde dicen que han encontrado a la chica... si no vas a tiro fijo, desde aquí arriba no lo ves». Gerardo Cienfuegos, propietario de los terrenos en los que se produjo el macabro hallazgo del cadáver, habla sereno pero sorprendido. «Aquí en Parana somos 50 habitantes, como mucho. Estos días seremos 30, no más».

No es de extrañar. La señal anuncia que de León al cruce distan 74 kilómetros cuando la carretera N-630 se desvía en Puente de los Fierros, por el viejo puerto de Pajares y aún hay que conducir 1.480 metros más en horizontal (sabe Dios cuánto en vertical, que por momentos parece que San Pedro va a aparecer al otro lado de la siguiente curva) hasta llegar a un punto de un falso llano que guarda en la mitad una desviación a un sendero tétrico. Hasta llegar arriba, el trazado asfaltado se vuelve cada vez más sinuoso. Bien parece que lo hubiera diseñado una anguila. A la izquierda, bloques de nieve amenazantes coquetean con la gravedad. A la derecha, el abismo abre los brazos dispuesto a mecer a algún piloto inexperto. Hay algo que atenaza la garganta y no es un chicle atragantado.

Al menos, entre dos. «Ese cuerpo lo tuvieron que bajar por lo menos entre dos personas, porque para subir han tenido que venir los del Greim y les ha costado mucho escalar con la camilla». Con las primeras luces de la mañana, el cadáver de Marta todavía se distingue a media ladera, cubierto por las hojas y semi tapado con los restos de lo que en su día fue parte del contenido de un vertedero improvisado. Cerca, reposa en paz el chasis de un automóvil destartalado. Como el corazón de la familia Villayandre Bayón, rota por el dolor desde hace dos semanas. De día, hay que echarle arrestos para llegar hasta el improvisado cementerio que eligieron los autores del crimen. De noche, los asesinos ganaron en intimidad seguramente, conscientes de que la contracurva queda demasiado cercana al punto en cuestión y sin la complicidad de la oscuridad, podría abrirse una panorámica espléndida a los ojos de cualquier conductor despistado o de algún paseante taciturno.

«Hay mucha gente de León que conoce esta zona. Tenemos arriba una pista de baile y en verano está concurrida». Lo dice Ramón Morán, otro habitante de la tierra, menos remiso a identificar su testimonio.

El frío empieza a meterse en los huesos. Lo conduce el diablo. El mismo que guió los pasos de quien ideó el crimen. «A mí me dijo el cartero que había aparecido un muerto en la bajada y que había mucho movimiento de gente. Aquí estamos acostumbrados a la tranquilidad. Yo no salgo de casa y voy a la cama tarde, pero bueno...», insiste el vecino.

Luego se hizo la paz. La que hoy ha de envolver a Marta, si Dios es justo...

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