Diario de León
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José M. de Areilza | madrid
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La visita a Madrid de la canciller Angela Merkel ha despertado mucha expectación, lo que sin duda es un síntoma de lo mal que va nuestra política europea. Hasta hace unos años, las cumbres bilaterales con varios socios europeos se celebraban todos los años, eran algo corriente, y la relación Madrid-Berlín (y antes con Bonn) estaba bien encarrilada. Tanto Felipe González como José María Aznar supieron mantener un diálogo fluido y constante con los distintos titulares de la cancillería alemana. Pero en tiempos recientes, Alemania no ha parado de hacer reformas económicas, empezando con las que puso en marcha Gerhard Schröder con su Agenda 2010, de la que podían haber aprendido nuestros socialistas, y siguiendo con el impulso reformador de la gran coalición, incrementado en estos años recientes por el centro-derecha. A cambio, España se ha convertido en el hombre enfermo de la UE y se ha perdido el clima de confianza que hubo entre los jefes de Gobierno de ambos países.

Queda ya muy atrás el decidido apoyo de Felipe González en la primera hora de la unificación alemana, un gesto que Helmut Kohl nunca olvidó. Los miembros del Gobierno actual no viajan a Berlín casi nunca y en las instituciones de Bruselas son llamados al orden, entre otros, por los alemanes, debido al mal estado de la economía española y hasta hace poco por la falta de medidas, que ha hecho peligrar durante el 2010 la unión económica y monetaria. La prensa amarilla alemana además ha contribuido a crear una visión lamentable de los países mediterráneos de la UE.

Angela Merkel llega a Madrid en un momento delicado de su segundo mandato. La economía alemana despega, pero su coalición con los liberales no tiene suficiente respaldo en las encuestas. Este año se celebran elecciones en siete regiones alemanas y si la CDU-CSU no remonta, el liderazgo de la canciller puede verse amenazado desde dentro de esta formación. A diferencia de su mentor, Helmut Kohl, la política procedente de Alemania del Este es una especialista en resolver problemas a corto plazo y no tiene la visión histórica del gigante Kohl, por lo que su europeísmo es mucho menos seguro, más irregular y no le preocupa mucho que se haya desdibujado el tándem franco-alemán. La agenda hispano-alemana, no obstante, está repleta de asuntos apasionantes (medio ambiente, universidades, política exterior), con los que se podría relanzar la relación bilateral más importante que tiene nuestro país.

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