«Aunque me llamen 'papi', saben quién es su padre»
FAMILIA FERNÁNDEZ MORÁN. LORENZANA
Tino Fernández Bayón tenía mucho tiempo libre. Un día se encontró con un cartel que pedía familias de acogida y fue a informarse: «Pensaba que era para para niños saharauis». Pero resultó que eran «niños de aquí». Lo habló con su esposa, Trinidad Morán, y al terminar el curso en Cruz Roja les llamaron para el primer acogimiento: un hermano y una hermana de doce y nueve años procedentes de un centro de menores de la provincia.
Fue el niño el que pidió salir de la residencia e intentar convivir con una familia, algo que cada vez se está dando más entre los y las adolescentes que están bajo la tutela de la Junta en centros de protección de menores.
Han cumplido catorce meses de convivencia y en principio tienen un año más. Tienen visitas con la familia biológica y llamadas teléfonicas dos veces por semana. Algo que respetan a rajatabla. «Si toca visita es mejor no cambiarlo», advierte Tino Fernández al subrayar que no se debe interferir en la relación con la familia biológica. Por eso, «aunque me llamen papi, ellos saben quien es su padre. Es importante que tengan claros lo tengan claro, por si se tienen que marchar y para nosotros también», subraya.
Los niños no se plantean el futuro. Viven el día a día. «Cuando salen del colegio no paran de hablar y de contarnos cosas», algo que para la familia es una señal de que tienen confianza y se sienten a gusto en su nuevo hogar.
El matrimonio les ofrece casa, cariño y estabilidad. «Lo que nos gustaría es enseñarles a vivir bien, una vida normal y que aprendan a ganarse la vida, a ser independientes y que sepan luchar», apunta el matrimonio.
El acogimiento se realizó de forma paulatina. Primero fueron a visitarles al centro de menores un fin de semana, luego les trajeron los fines de semana durante un mes a su casa y por último se hizo el cambio de domicilio y de colegio para empezar a vivir con la nueva familia.
«No hemos tenido dificultades, son niños fáciles y no nos ha costado trabajo. Únicamente hemos tenido que acostumbrarnos a tener todo el tiempo ocupado», señala el padre de acogida, satisfecho de la experiencia. «Aunque no saliera bien, creo que merece la pena intentarlo», señala.
El matrimonio tiene dos hijas de 33 y 29 años. Cuando se plantearon entrar en el programa de acogimiento les consultaron: «Nos dijeron que hiciéramos lo que quisiéramos». Y ahí están. Como en la mayoría de las familias, procuran echarles una mano con las tareas escolares «hasta donde podemos: en inglés y en informática no les puedo ayudar», confiesa Tino.
Sin embargo, ven con satisfacción su evolución en la escuela. «El niño tocaba el inglés porque decía que no le iba a hacer falta y ahora lo aprueba y dice que hace mucha falta porque hasta la DS traen las instrucciones en inglés». Que haya empezado a estudiar solo y salga «dando botes después de hacer un examen de fracciones» son todo un logro.
La familia, que reside en Lorenzana, agradece mucho las sesiones de intercambio que organiza Cruz Roja con las familias acogedoras. «Recoges lo que aportan los demás y algo que no se te había ocurrido lo pones en práctica y resulta que sale bien», apuntan. También consideran un gran apoyo el teléfono.
La Junta puede tener la tutela de menores en protección hasta su mayoría de edad, los 18 años. Al llegar a esta edad, cada vez es más común que los jóvenes que no han retornado a su familia biológica entren en los programas de emancipación que realizan otras oenegés y que prolongan la ayuda oficial hasta los 21 años. Porque, aunque el objetivo es que retornen con su familia, no siempre es posible o no siempre quieren.