Diario de León

Un nuevo desafío en el Magreb

España y la UE fueron detrás de los acontecimientos hasta comprobar que la caída de los dictadores era irreversible aunque pueden ser los grandes beneficiados

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Julio Crespo | madrid
León

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Mientras que el 2011 para España y buena parte de Europa es un año más de crisis, para los vecinos del sur del Mediterráneo ha traído cambios políticos radicales que les pueden permitir aspirar a una vida mejor. En poco más de un mes han caído dos dictaduras, una tercera, la de Gadafi en Libia, se tambalea, y en el resto de los países árabes se ha producido un efecto dominó que ha llevado a muchos ciudadanos a lanzarse a la rebelión contra sus líderes. Las revoluciones estallan cuando en una sociedad hay una mayoría de ciudadanos tan desesperados que no pierden nada por echarse a la calle a luchar contra su gobierno, y hace tiempo que estas condiciones se daban en el mundo árabe.

Según los últimos acontecimientos, resulta evidente que no estamos ante un 1989 árabe, y que la caída de Ben Alí en Túnez no va a ser como la caída del muro de Berlín, que provocó la desaparición de todas las dictaduras comunistas europeas en unos pocos meses. Sin embargo, los diversos tipos de regímenes despóticos que gobiernan el mundo islámico, desde monarquías absolutistas a dictaduras teocráticas o repúblicas con familias que heredan el poder, hoy más que nunca temen a sus súbditos y saben que van a tener que emprender reformas económicas y políticas para calmar su ira si quieren seguir mandando. Ya hemos visto como desde Marruecos hasta Arabia Saudita empiezan a tomar medidas de urgencia para mejorar las condiciones de los sectores más desfavorecidos. Al menos eso se ha conseguido por ahora.

¿Qué se puede esperar de esta crisis? De momento las fuerzas democráticas se han abierto camino en Túnez y en Egipto y los dos países tienen buenas perspectivas de que la democracia triunfe. No se puede decir lo mismo de Libia, donde el perro rabioso de Oriente Medio, como llamaba Ronald Reagan a Gadafi, ha prometido resistir hasta el final y a cualquier precio.

La primera consecuencia inmediata de la crisis árabe que afectará principalmente a España y a los países del sur de Europa, es el riesgo de una ola de inmigración. Según la Comisión Europea unos 750.000 árabes podrían decidir emigrar al norte, por razones económicas y también políticas.

La segunda consecuencia de esta crisis que va a tener un efecto inmediato sobre el bolsillo de los españoles, es la subida del petróleo. El estallido de la crisis en Libia hizo que el precio del barril Brent sobrepasara los 110 dólares. El suministro de gas también peligrará si hay problemas en Argelia, de donde procede un 33% del gas que se consume en España. El Gobierno ya ha adoptado un plan de ahorro, en el que la medida estrella y centro de una fuerte polémica ha sido la reducción del límite de velocidad a 110 km por hora. Una vez más vamos a padecer de forma directa las consecuencias de la dependencia energética, y además en muy mal momento.

Sin embargo a pesar de los costes, esta crisis puede ser una oportunidad que España no debe desaprovechar. España es el país de la UE que más cerca tiene al mundo árabe y por lo tanto el que más interés tiene en que las revoluciones árabes culminen con mayor prosperidad, más estabilidad y más democracia en la región.

Con respecto a la actitud de España frente a la crisis actual en el mundo árabe, la ministra de Exteriores, Trinidad Jiménez, al igual que la Alta Representante para la Política Exterior de la UE, Catherine Ashton, han dado la impresión de ir detrás de los acontecimientos, esperando a ver de qué lado cae la moneda y, en el caso de Túnez y Egipto, no se han puesto claramente de parte del pueblo hasta que la caída de los dictadores era irreversible. Finalmente, el viernes la Unión Europea acordó imponer un embargo sobre la venta de armas, así como la congelación de activos y la prohibición de visado para Muamar Gadafi y su familia, entre otras medidas. Sanciones que intentan sustituir la tibieza mostrada por España y la mayoría de los países de la UE por una actitud más firme.

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