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Regreso de la cumbre

Zapatero impulsó leyes que han cambiado la sociedad y nunca se olvidó de León

Zapatero asciende al Collado Jermoso, en Picos de Europa, acompañado de Jesús Calleja.

Publicado por
Susana Vergara pedreira | león
León

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Llegó a Madrid siendo un desconocido y se va siéndolo. Nadie sabe muy bien cómo es este hombre hermético aunque de trato accesible del que se conocen sin embargo claramente su lealtad al PSOE, su pasión por la familia, su afición a analizar la prensa y su habilidad estratégica. Quizá los cuatro factores hayan pesado a la vez en su decisión de retirarse. Nadie sabía con seguridad si iba a pasar ayer. Dicen que ni siquiera Rubalcaba. Sin dramatismos ni solemnidad, Zapatero anunció a su partido que se va.

¿Qué datos maneja para no volver a presentarse a presidente del Gobierno? El anuncio, aunque esperado -”más bien sospechado-” ha terminado por descolocar a partidarios y opositores. Inquieta, especialmente si se tiene en cuenta que al presidente le acompaña el aura de tener buena suerte y una innata capacidad para ver las jugadas políticas.

No se separa jamás de su teléfono móvil. Fue uno de sus instrumentos para alzarse con la Secretaría General del PSOE en las primarias de julio del 2000. Aquel joven diputado, que había llegado desde León pocas horas antes y se presentó en el Palacio de Congresos de Madrid acompañado de su esposa con una bolsa de El Corte Inglés en la mano en la que llevaba su discurso, derrotó a los pesos pesados del socialismo: José Bono, Rosa Díez y Matilde Fernández. Él era el candidato sorpresa, el candidato incógnita, el único gran desconocido de quienes aspiraban a enderezar un partido lastrado por la marcha sorpresiva del gran líder histórico, Felipe González, y la guerra solapada de aquella dirección bicéfala formada por Borrell y Almunia que tiraba efectivamente en dos lados opuestos. Frente a las grandes estrategias de los otros candidatos y sus alegatos apocalípticos, los derrotó con cientos de llamadas desde su famoso teléfono móvil -”un modelo básico, de los de marcar y colgar-” y un discurso optimista e inesperado en el que desgranó todo el potencial que tenía el PSOE y no habló jamás de derrota. Es lo que luego se ha llamado el «optimismo antropológico» del presidente. Desoyó a quienes le proponían pactar con Bono y le derrotó por 9 votos. Después, obtuvo el mayor apoyo logrado jamás por un candidato: un cerrado 90%. Desde entonces, nadie ha discutido su liderazgo, hasta esta crisis económica.

Dicen que siempre tuvo suerte. En la Carrera de San Jerónimo, hizo migas con otro joven diputado, Pepe Blanco, Pepiño , con quien quedaba para ir juntos hasta Madrid. Al fin y al cabo, Blanco tenía que viajar desde Galicia. En esas cuatro horas de coche o tren juntos, hablaban de cambiar el partido y volver al poder. La suerte colocó a Zapatero en el Hemiciclo justo encima de Trinidad Jiménez. Y el listado alfabético hizo el resto. Su compañero de escaño era Pérez Rubalcaba, Alfredo. Y así comienza la legislatura. Entre ponencias, viajes, estudios y alguna invitación a casa de Trinidad Jiménez, donde se reunía una corriente alternativa desconocida por aquel entonces llamada Nueva Vía. Zapatero, que entró de oyente, salió convertido en líder. Una tarde, en una de aquellas reuniones, decidieron confiar todas sus fuerzas a aquel hombre «serio», «discreto» y «con las ideas claras». Dicen que al día siguiente Rubalcaba, sentado en el escaño, a su lado, le dijo: «Tranquilo, chaval, si tú quieres, serás presidente». Siempre estuvo con él.

Nuca fue el Bambi que algunos quisieron ver en él, confundidos tal vez por su trato exquisito, su extrema educación y su cortesía en las formas. Eso que se llamó despectivamente «el talante». Más bien al contrario. Llegó a Madrid fajado en grandes batallas para lograr el poder. Y también en pactos. El más famoso, tal vez, el Pacto de la Mantecada . Sucedió mucho antes de que hiciera viajar de incógnito a Artur Mas desde Barcelona a Madrid, conduciendo de noche, acompañado sólo por su esposa, para cerrar un pacto decisivo de espaldas a los socialistas catalanes, a Montilla, Carod Rovira y al tripartito al completo. Lo llevó a La Moncloa y negoció con él durante horas. Sólo le ofreció un café.

La primera de sus grandes maniobras políticas sucedió en Astorga. El 19 de junio de 1988, con 27 años, es elegido secretario provincial de los socialistas leoneses con un 66% de los apoyos en un tenso congreso. Convenció a todas las facciones críticas y a la incipiente pero poderosa familia guerrista para que le apoyaran. Así barrió a los dinosaurios del PSOE leonés y borró de un plumazo a la vieja guardia. Lo mismo que hizo después en Madrid.

Tiene fama de sopesar bien sus fuerzas, las del adversario y las posibilidades de una traición. Es sobrio, nunca ha practicado la ostentación, le disgusta que sus comensales se excedan en sus apetencias gastronómicas, come frugalmente, es bebedor de Coca-Cola, se ha dejado seducir, poco, por el buen vino, no ha dejado de fumar ni con la polémica ley antitabaco, ha abandonado el montañismo salvo una excursión televisiva con el aventurero leonés Jesús Calleja para Cuatro y continúa practicando la pesca en el Esla.

Ha seguido al dedillo el consejo que le dio su padre de ser prudente, reflexivo y modesto. Mantiene su amistad con José Antonio Alonso, que ha sido ministro, portavoz y apoyo, desde aquellos tiempos de agitadores en la Universidad de León. Jamás renegó del pasado. Admirador de Felipe González, suele recordar el día en que el ex presidente le citó en su casa. Vestido completamente de blanco, rodeado de bonsais, como el maestro que habla al pequeño saltamontes , le dio el secreto para ser presidente: tener buena salud y resistencia psicológica. Empeñado en recuperar la figura de su abuelo, el capitán Lozano, fusilado durante la Guerra Civil, a la larga se volvió contra él. De nada valió el conmovedor testamento político y personal redactado por un hombre que iba a morir pocas horas después. Un texto manuscrito que la familia custodia como un tesoro.

Nunca fue partidario de más de dos legislaturas y alabó a Aznar cuando optó por no presentarse a la reelección. Su olfato político le ha hecho decir adiós. Y también agotar la legislatura. Cuentan que la decisión la tenía tomada desde hace meses. Y encaja en su particular forma de manejar tiempos y estrategias.

Su refugio ha sido su esposa, Sonsoles Espinosa, y sus dos hijas. Siente que su carrera política ha condicionado sus vidas. Y en esto también quiere hacer un poco de justicia. En pleno viaje de novios, dio la vuelta y se dirigió a Sevilla. «El partido me necesita», dicen que le dijo a su mujer. Es conocido el soponcio de Sonsoles el día en que Zapatero fue elegido secretario general del PSOE, y las horas que pasaron consolándola cuando se convirtió en presidente del Gobierno. Dicen que tal era la zozobra que hasta la Reina la llamó.

El mejor alcalde. Tiene preparado desde hace tiempo su retiro. Y ha prometido que cuando sea expresidente, sólo hará una cosa: guardar silencio. Por el momento, ni Aznar ni González se han dado por aludidos. Él ha iniciado ayer su particular descenso de la cumbre.

Su apoyo a su tierra está fuera de toda duda. Si Carlos III fue el mejor alcalde de Madrid, Zapatero lo ha sido de León.

Ningún presidente ha sido tan ninguneado. Sus detractores se han empeñado en enfatizar su supuesta inexperiencia. Y, sin embargo, sus logros sociales son incontestables. La ley contra la violencia machista, el divorcio exprés, el matrimonio homosexual, la memoria histórica, el apoyo a la investigación con células madre, la ley de igualdad, la de dependencia, el aborto, endurecimiento del Código Penal por penas por terrorismo, crímenes sexuales y pederastia, la ley antitabaco y, finalmente, obligado por una durísima recesión económica mundial que ha castigado a España, la reforma laboral y la de las pensiones. In tentó, como todos los gobiernos, pactar el final de ETA, fracasó estrepitosamente en las soluciones económicas -”ni siquiera Jordi Sevilla logró enseñarle economía en dos tardes, como le había prometido en un comentario que fue captado por un micrófono indiscreto-” y tropezó en su intento de federalizar el Estado. Pero impulsó leyes que cambiaron para siempre la sociedad. Tal vez la historia le tra te con más benevolencia.