OPINIÓN. cuaderno de viaje
Compasión
El otro día hablaba con un amigo sobre la compasión. Yo le decía que en ocasiones necesitaba que alguien sintiera un mínimo de compasión hacia mí. Él me contestó que no entendía que yo tuviera que despertar ese sentimiento en nadie: «¿Dar lástima tú, pero por qué? Al revés: ¡eres un tío afortunado! ¿Qué motivos tienes tú de queja?».
Comentamos que la respuesta más frecuente ante la compasión es decir «¡no quiero que me compadezcas!», como si esa actitud de los demás nos fuera a debilitar la vanidad. Hace tiempo yo también hubiera respondido de esa manera pero he encontrado, sin buscarlo, lo gratificante que resulta esa emoción. Todo tiene su lado positivo y su lado negativo, y es cierto que gracias a la posibilidad que me da la política de participar en la vida de los demás he vivido muchos momentos de felicidad y de orgullo cada vez que he conseguido algo bueno para mi pueblo. Pero lo que la gente no sabe es que en el camino quedan muchas decepciones. No le deseo a nadie que sufra esa sensación de impotencia cuando los demás depositan en ti su confianza, porque creen que puedes arreglarlo todo y no lo consigues. Incluso uno mismo se cree poderoso, pero cuando te empiezas a dar cuenta de los límites y de la inutilidad de algunas de tus luchas, cuando ves que alguien está sufriendo y no logras nada, el sufrimiento del otro te hiere profundamente, el temor a causar una nueva decepción, la ira por la ineficacia, por no poder superar lo imposible. Aún así a veces ha sido la persona a la que he intentado ayudar sin conseguirlo la que me ha animado y me ha dicho «no te preocupes, seguro que encuentro una salida, has hecho lo que has podido, muchas gracias, no te sientas mal». Sentir su generosidad, su solidaridad, su cuidado, inspirar en un ser desamparado un poco de compasión hacia mí es como visualizar la humanidad que cada ser humano posee por el hecho de serlo.