cuaderno de viaje
Heridas
Me levanté temprano, dormí casi nueve horas de un tirón. Últimamente no paro. Seguro que he perdido dos o tres kilos. Estoy deseando quedarme en casa una mañana, prepararme unas lentejas con hueso de espinazo y chorizo y comer tranquilamente sin ver el telediario, en silencio.
Tenía un mitin y mientras me afeitaba fui repasando mentalmente mi discurso. Humedecí bien la piel con agua, me imaginé subiendo al estrado, me apliqué la espuma de afeitar, pensé en quién iba a hablar antes y quién después que yo y comencé a pasar la cuchilla. Cuando bajé la cabeza para mirar la hora en el reloj que había dejado sobre el lavabo debió ser cuando me corté. Un pequeño corte bajo la barbilla que no paraba de sangrar.
Un día en el hospital conocí a un hombre muy agradable que estaba ingresado por unas úlceras en los pies, tenía serios problemas circulatorios, había trabajado toda su vida como encuadernador y una mañana, mientras yo le curaba, me preguntó por qué los menús de los hospitales eran tan aburridos. Me dijo que con lo fácil que sería hacer unas judías pintas con arroz no entendía el empeño en poner pescado hervido y pollo a la plancha. Aquel día yo también llevaba un corte en la mejilla y al verlo me explicó que lo mejor para los pequeños cortes era el papel higiénico, porque la celulosa detiene rápidamente la hemorragia. Me preguntó si era médico o enfermero. Le dije que era enfermero, un enfermero que ni siquiera es capaz de curar sus propias heridas. Quizá debí preguntarle por el remedio para los cortes en el ánimo, me pareció un hombre sabio. Salí de casa, subí al coche y conduje hasta la sala del mitin. Antes de subir al estrado alguien me advirtió: llevas un papel pegado en la barbilla. Lo arranqué de un tirón, me puse delante del atril, saludé a la sala y comencé a sangrar por cada poro de mi piel.