cuaderno de viaje
Presión
Turismo e innovación puede llegar a crear 6.000 empleos
Salí temprano de casa, como hago habitualmente, pero en este caso porque tenía una cita importante en la imprenta. Cuando llegué me enfurecí. Suelo templar los nervios, pero en ese momento creo que no pude evitar que aflorasen. Había llegado con prisa por recoger los programas electorales y me encontré con que no sólo no estaban preparados sino que la rotativa estaba estropeada y ni siquiera habían empezado con el trabajo que les había encargado y que necesitaba con urgencia. Uno de los operarios con una llave inglesa intentaba arreglar la máquina. Le pegué unos cuantos gritos para transmitirle mi evidente frustración. Sólo unos cuantos segundos más tarde deseé que me hubiera abierto la cabeza con aquel trozo de hierro. Cerré dando un portazo y me subí en el coche para ir al ayuntamiento.
Por el camino hice un par de llamadas telefónicas y sin darme cuenta pasé de largo. Tuve que dar la vuelta y perder aún más tiempo. Mi cabreo iba en aumento. Llegué al ayuntamiento, allí siempre hay gente que espera con problemas que no esperan, tanto si estamos en plena campaña como sin estar en ella.
Un tipo muy joven, desaliñado, con una gorra de Los Angeles Lakers, fue el que me abordó en primer lugar:
-Me llamo Miguel, tengo un hijo de dos años al que no veo desde hace seis meses, se me ha terminado el paro y no puedo compartir la custodia con mi exmujer porque no tengo trabajo. Necesito ayuda.
Respiré profundamente mientras rebuscaba en mi interior si me quedaba algo de empatía. Aquel pobre chaval, apenas sin oxígeno, necesitaba que le echara una mano.
Mandé folletos, rotativas y prisas al cuerno. En ese momento me di cuenta de que yo no sabía lo que era vivir bajo presión.