EL PANORAMA NACIONAL
Cita con las urnas a la sombra del 15M
El estallido del fenómeno callejero por toda España obligó a los partidos políticos a cambiar el guión en el tramo final de una campaña que arrancó con la polémica sobre Bildu como protagonista
Ha sido una campaña capicúa. Empezó con una votación al filo de la medianoche en el Tribunal Constitucional para autorizar la presencia de Bildu, la coalición de la izquierda aberzale, en las elecciones de hoy y terminó con otra resolución judicial nocturna del Tribunal Supremo, secundada por el Constitucional, con la que se avaló la decisión de la Junta Electoral Central de prohibir las concentraciones del Movimiento 15M en la jornada de reflexión y el día de las votaciones.
Una foto más de la judicialización de la política o viceversa que tanto monta. Fueron dos hitos en dos semanas de mítines de punta a punta del país que, al menos entre los dos grandes partidos, fueron a cual más insulso. Un nuevo capítulo del día de la marmota, en el que todos los expertos electorales coinciden en su escasa rentabilidad en las urnas, pero sea por inercia o por respeto a las tradiciones se mantienen.
Discuros alterados. Solo la irrupción en el tramo final de la campaña del Movimiento 15M alteró los discursos. El fenómeno de hombres y mujeres, jóvenes sobre todo pero no solo, desencantados con la política y sus líderes, la banca y los gobiernos desencuadernó el guión y obligó a los partidos a colocar el foco sobre ellos.
Nadie había previsto la toma pacífica de las plazas y las concentraciones de repudio a una forma de hacer política y al sistema financiero.
Cada uno se recolocó como pudo. Los socialistas, en teoría los más afectados por la explosión de indignados, reaccionaron con palabras de comprensión, pero con el aviso de que por ahí no se logran los cambios.
Los populares albergan, sin pruebas, la duda de que el PSOE esté detrás del movimiento. En el Partido Popular no olvidan los acontecimientos en los días posteriores a los atentados del 11-M en las elecciones generales del 2004. Un no saber que llevó al partido de Mariano Rajoy a dar una de cal y otra de arena; tan pronto culpó al Gobierno de la situación por no atajar el paro como descalificó las protestas.
Pescar en el caladero. IU y UPyD trataron de pescar en el inesperado caladero y se identificaron con el heterogéneo ideario, si puede llamarse así, de la revuelta urbana, sobre todo en el rechazo al bipartidismo, que a ambos machaca.
El PSOE, por lo demás, desarrolló una de las campañas más anodinas que se recuerda, como resignado a la derrota. Casi su única receta fue apelar al miedo a la derecha y alertar de los peligros para el estado de bienestar.
El Partido Popular, sujeto paciente de estos mensajes, no entró al juego, se ciñó a la estrategia de no pisar charcos controvertidos y revistió de prudente triunfalismo sus actos electorales.
Izquierda Unida quiso rebañar entre los desengañados del PSOE con el compromiso de no dar nunca sus votos al PP. UPyD apenas logró hacerse ver con su mensaje de no ser izquierda ni derecha.
Los nacionalistas siguieron fieles a lo suyo, la culpa es de Madrid.