El PSOE buscó movilizar a su electorado sin programa ni liderazgo
Se acabó la campaña más difícil para el PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero. Y se acabó sin que la sombra de negros augurios extendida por las encuestas electorales se haya disipado lo más mínimo. Los socialistas se lo jugaban todo a una carta, la movilización de sus votantes indecisos; esta vez muy numerosos. Pero no parece que hayan sido los mítines del jefe del Ejecutivo, de Alfredo Pérez Rubalcaba, de José Blanco, de Carme Chacón o del resto de dirigentes socialistas lo que ha tocado la fibra sensible de la izquierda.
Nadie cuenta nunca con que una campaña electoral sea capaz de obrar milagros. Como mucho ayuda a elegir a entre el 2% y el 3% de los votantes, según los cálculos habituales. Pero el caso es que ese porcentaje mínimo podía ser ahora suficiente para marcar la diferencia entre un resultado catastrófico y uno digno.
El PSOE se dará por satisfecho si logra salvar sus principales feudos, Extremadura, por primera vez en peligro; Asturias, donde teme que un entendimiento entre Francisco Álvarez-Cascos y el PP impida reeditar los acuerdos de gobierno con IU; Aragón, a expensas, probablemente, de lo que decida el PAR, y sobre todo Castilla-La Mancha, que se ha convertido en la piedra angular sobre la que el PP pretende construir su escalera hacia la Moncloa.