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Rajoy impidió cualquier «teoría conspirativa» por el movimiento de los 'indignados'

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antonio montilla | madrid
León

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Mariano Rajoy nunca creyó que había partido. Y no sólo porque las encuestas otorgan desde primeros de año al PP una amplia ventaja sobre el PSOE sino porque su rival tenía la misión casi imposible de recuperar la confianza de su electorado desafecto en apenas 15 días y en un contexto muy desfavorable con cinco millones de desempleados, exiguas perspectiva de crecimiento y, por si fuera poco, el recuerdo en la retina del duro plan de ajuste que aprobó Zapatero hace un año y cuyos efectos desmovilizadores entre los militantes que izquierda ha quedado más que patente. Rajoy aún no se cree que fuera el propio Zapatero quien le dio esta baza en plena campaña, cuando calificó de «bellaco» a todo aquel que le acusara de haber acometido recortes sociales,

Desde el primer minuto, Rajoy marcó a fuego una advertencia en la hoja de ruta de campaña, prohibido cometer errores de bulto. Y como en boca cerrada no entran moscas, construyó puentes dialécticos para vadear cualquier terreno pantanoso.

Rajoy ha mostrado en todo momento su perfil más centrista, con un discurso moderado. Por ello no desató una tormenta con la decisión sobre Bildu y tampoco sobre el llamado movimiento de los indignados. Rajoy cercenó de raíz el debate y frenó las teorías conspirativas.