Diario de León
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r. gorriarán | madrid
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El PSOE nunca tuvo menos barones que ahora. Se ha quedado con solo dos, Patxi López en el País Vasco y José Antonio Griñán en Andalucía, que sean a la vez líderes del partido en su territorio y presidentes autonómicos. Tan exiguo capital territorial da idea de la crisis que viven los socialistas tras el 22 de mayo. Una tormenta apenas embridada tras la noche electoral con una orden de la dirección del PSOE para que ningún secretario general renunciara por los malos resultados y que cualquier movimiento en ese sentido se aplazara hasta después de las generales. La instrucción frenó media docena de dimisiones.

El barón territorial es una figura que no está recogida en los estatutos del PSOE ni tampoco es un cargo orgánico, pero su importancia en la arquitectura socialista es capital, sobre todo en las épocas de crisis. Jugaron un papel determinante para preservar la unidad de la organización ante las disputas fratricidas de guerristas y renovadores en los años noventa; y un barón, el andaluz Manuel Chaves, encabezó la gestora que dirigió al PSOE tras la dimisión de Joaquín Almunia y toda la ejecutiva federal en el 2000 y llevó al partido hasta el congreso que aupó a José Luis Rodríguez Zapatero a la Secretaría General. El problema que tienen los socialistas es que ahora, cuando atraviesan también una muy mala coyuntura, se han quedado casi sin ese elemento compactador. Griñán no lo es porque el socialismo andaluz también pasa por horas bajas debido a las serias pugnas internas tras la salida de Chaves. El enfrentamiento entre los seguidores de Griñán y los de su antecesor es tal que, según diversas fuentes socialistas, no está garantizado siquiera que el actual presidente de la Junta de Andalucía sea el candidato en las elecciones autonómicas. Unos comicios para los que, además, las expectativas del PSOE son preocupantes tras tres décadas ininterrumpidas al frente del Gobierno.

Patxi López goza de muy buena imagen entre la militancia, pero su papel en la vida orgánica del PSOE ha sido muy limitado, al menos hasta ahora. Solo asomó la cabeza con su petición de un congreso extraordinario en las turbulentas horas que siguieron a la derrota del 22 de mayo. Una demanda que, al decir de muchos socialistas, era un golpe de estado contra Zapatero, pero que se vio frenado con la renuncia de Carme Chacón a las primarias.

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