El último pleno de Miguel Castaño
El paso de miles de mineros asturianos para defender la República aplazó dos días el golpe militar en León
«La noche del 18 al 19, fue la noche de los miedos largos, de los intentos absurdos por enderezar tantísimo entuerto como se estaba produciendo. Algún grupo independiente, había asaltado la armería Alonso, de la calle de Ordoño II, pensando que en ella podrían dotarse perfectamente de material para la caza del hombre, que es, a lo que se vislumbraba, el ejercicio más apasionadamente practicado. En la Casa del Pueblo no sabían nada. En el Gobierno lo ignoraban todo. En la calle circulábamos como zombis, como gentes sometidas a los efectos de una droga aniquilante».
Es el testimonio de Victoriano Crémer, escritor y periodista leonés, en su libro autobiográfico -˜Ante el espejo-™, sobre lo que ocurrió en León uno de esos días para la Historia, en este caso, para la más triste historia, como es una guerra entre compatriotas.
Mañana, 18 de julio, se cumplirán 75 años del inicio de la Guerra Civil española, que tuvo en la provincia de León uno de sus más sangrientos escenarios. Sin embargo, de aquel día no hay apenas rastro, salvo los partes militares y algún periódico. Es la historia mil veces contada de la que ya no van quedando testigos y son pocos los documentos.
En el libro de actas del Ayuntamiento de León consta la sesión ordinaria que tuvo lugar un día antes, el 17 de julio de 1936, presidida por el socialista Miguel Castaño, fusilado cinco meses después. No hay ni una mención a la situación política que se vivía en la capital. La siguiente acta ya es del 13 de agosto, y corresponde a la sesión de constitución de la Comisión Gestora que llevó el Consistorio, nombrada por la autoridad militar. El nuevo corregidor, Enrique González Luaces, sólo habla «de una gran responsabilidad».
La situación en la provincia entre febrero y julio de 1936 no fue comparable a lo que estaba ocurriendo en las «zonas calientes» de España, señalan dos de los autores que más han estudiado la Guerra Civil en León, Wenceslao Álvarez Oblanca y Secundino Serrano. «Pese a que en ese intervalo de tiempo hubo una huelga general y se incendiaron varias iglesias en el Bierzo -la zona más problemática- la vida leonesa de preguerra se caracterizaba por unas relaciones sociopolíticas atemperadas. Apenas sobresalían en ese paisaje moderado algunos choques, incruentos entre miembros de las Juventudes Socialistas Unificadas y jóvenes falangistas».
La declaración de guerra se retrasó por un hecho inesperado, como fue la llegada a León de miles de mineros asturianos camino de Madrid para defender el orden establecido. «La irrupción de los mineros asturianos, que no crearon problemas de orden público, tuvo consecuencias inmediatas: por una parte, tranquilizó a las fuerzas populares leonesas, y por otro lado, impidió la proclamación del estado de guerra», señalan Serrano y Álvarez Oblanca.
Pese a las exigencias desde Madrid, que todavía controlaba el gobierno de la República, los principales mandos militares locales entregaron a los mineros asturianos apenas 200 fusiles con 10 cartuchos por arma y tres ametralladoras, hasta el punto de que el principal militar en esos momentos en León, el general Juan García Gómez Caminero, inspector general del Ejército que había sido enviado por el Gobierno republicano para controlar la situación, se negó a firmar el recibo de entrega.
El papel de este militar es uno de los enigmas del alzamiento militar en León. «Resulta incomprensible que, dado su cargo, no aprovechara la favorable coyuntura propiciada por las columnas asturianas», cuentan Serrano y Oblanca, «para sofocar una insurrección que latía en el ambiente de reuniones con los mandos militares».
León era un punto estratégico para la República, paso obligado en las comunicaciones hacia Galicia, Asturias y la Meseta. «Lo único cierto es que Gómez Caminero permitió la salida de los mineros asturianos y que él mismo huyó».
El lunes 20, las organizaciones sindicales declararon una huelga general y el Comité Sindical exigió armas al gobernador. Pero éste les pidió una lista con nombres y apellidos, en un intento de alargar la entrega. Eso, y la descoordinación de los mineros leoneses, el grupo más combativo a priori, conllevó que los sublevados ganaran tiempo. Finalmente, ese día 20 de julio de 1936, a las dos de la tarde, se declaró oficialmente el golpe.