El supercentenario de Pinilla de la Valdería
El señor Quico ha vivido todo el siglo XX y lo que va del XXI
A Pinilla de la Valdería se llega en coche. A los 110 años andando. Así ha llegado el señor Quico, Francisco Fernández Fernández, el hombre más longevo de España. «He corrido por aquí y por muchos otros sitios», afirma con lucidez, «pero nunca tuve falta de nada». Desde luego, el reconocimiento y el cariño de los que le rodean lo tiene asegurado y «con esta casica para ir y venir tenemos». A la sombra, en el escaño de la puerta, sus hijos repasan su vida y él cuenta lo que más le parece con el privilegio que le otorga el siglo largo que ha vivido.
Su madre no vio marchar ningún hijo a la mili. El mayor pagó la soldada, al señor Quico lo anularon por corto, después de ir dos veces a León con su padre, a caballo desde Pinilla, y Agapito, el menor, se libró cuando éste se casó. También escapó de una España poco prometedora a ganarse la vida en Mar del Plata. Dejó en España a su mujer, a un hijo de dos años y a otra de un mes. Allí juntó una hacienda de 16 hectáreas, ocho de patatas y ocho de maíz.
Volvió en 1933 con la intención de llevarse a la familia para allá y «no pudo marchar por la guerra», explica su nieto Tomás. «Siempre tuvo esa idea, pero ya no podía ser». Además, las siguientes cosechas, cuando aún era propietario de aquello, «lo recogieron todo y no mandaron nada». De Argentina aún mantiene la afición al mate, que alterna con el café.
Precisamente, los años no le han quitado el apetito. «Mucha cama, poco plato y mucha suelo de zapato», recomienda. Cson sencillez vive el día a día, igual que ha vivido siempre. El señor Quico desayuna fuerte, echa las doce «con una bola (magdalena) que le trae la abuela (su hija Ana María, de 86 años)» y siempre tiene prisa por comer. «Para el trabajo que hace ya ha comido bien», dice Yoli, la mujer que le atiende. «Qué mas da», replica el señor Quico, «antes lo gasto». La dieta se completa con una sopa de leche con pan y un huevo cada noche y dos pastillas para el estómago. La receta no le ha ido mal. En 110 años apenas ha visto médicos y actualmente sólo acude al consultorio a que le curen una pequeña herida que tiene en un tobillo. Nada más.
Duerme unas doce horas diarias, de diez de la noche a diez de la mañana, más o menos, echa la siesta y pasea por lo menos cuatro. «Si no sale se enfada», protesta su nieto Tomás, «él no se cansa».
Es muy fácil encontrarle «traficando» por Pinilla. «Me gusta correr un rato todos los días», si no en la silla de ruedas, con el andador. De hecho, a mitad de la charla protesta «estoy perdiendo el tiempo, vamos al pozo» y se va con Yoli hasta el caño.
«Quiero ir a ver el sendero de los pinos, a ver lo que han tirado», pide a la vuelta. Ir en el coche hasta la gasolinera, viendo los pinares en los que pasó su vida, es otra de sus pasiones. «Se acuerda perfectamente de las tierras», comenta Santiago. «A ver si se me pone bien esta pata y entre tú y yo limpiamos aquellos pinos», prosigue el señor Quico, convencido de que «hay que trabajar».
Tatarabuelo. Si los pinos los tiene controlados a la familia mucho más. El lunes habrá 22 personas en su cumpleaños. No se han podido reunir todos porque tiene diez nietos y doce bisnietos. Uno de los bisniestos ya está casado y va a hacerle tatarabuelo, que era una de las ilusiones que ha tenido en los últimos años. Será el familiar con el que más tiempo que se lleve, y sustituirá a su bisnieta Marina, 107 años menor que él. Aunque «anda desperdigados» por Boadilla del Monte, el País Vasco, Valencia o Roma no se olvidan del abuelo.
A su bisnieto Alejandro, el pueblo le gusta más que Boadilla del Monte (Madrid), donde vive. En Pinilla de la Valdería, en compañía de su abuelo Santiago y del señor Quico, a quien le encantan los niños, pasa gran parte del verano. «Cuántos años tienes», pregunta el bisabuelo, «seis», le responde, «seis, yo pensé que tenías más de 30», bromea Francisco, «tú tienes más de 30», concluye el rapaz. El buen humor no le falta al señor Quico. «Yo me río con todos», asegura, «hasta los perros me quieren».
La sonrisa no se le va de la cara y dice muchas de las coplillas que escuchó toda la vida. «Ay, Aniceto, si voy que patadas te meto. Y a ti Nicolás muchas más ¡Ay, pícaros bribones que me tirestes la parede de Barrirones!», canta todavía el señor Quico.
Muchas canciones las aprendió en el monte, donde ha pasado gran parte de su vida. Su actividad principal ha sido la de resinero, pero también fue pastor, agricultor y albañil. Muchos le llaman «el galochero», mote que debe a su suegro porque el nunca ha hecho una sola galocha. Lleva jubilado desde 1963 y reconoce que «si hay muchos como yo a la Seguridad Social le va a ir mal». En 1963 se jubiló de resinero y tres años después de agricultor, con 65 años.
Estando de pastor vivió uno de los peores momentos de su vida explica. En 1913 le sorprendió una nevada en el monte de Nogarejas, las ovejas se desorientaron y él las siguió, pensando que tomaban el camino correcto. «Se le hizo de noche y como era Miércoles Santo no se podían tocar las campanas», explica Ana María, que relata cómo, previo aviso de su abuelo, los vecinos organizaron una batida por el monte y encontraron a su padre en terrenos de la localidad zamorana de Cubo. «Estaba entre las ovejas, aterecido», indica la hija. El señor Quico cuenta que le salvaron los perros, que le dieron calor por la noche, porque a pesar de la aguarina, estaba calado hasta los huesos.
El señor Quico es hombre de convicciones. No se llega a su edad sin carácter, explica su hijo Santiago, que cuenta una de las historias que más le han marcado de su padre.
En 1919, cuando murió el padre del señor Quico, el párroco local, Don Ismael, no quería enterrarlo porque el difunto no había acudido a misa con asiduidad. El señor Quico se encaró con el cura y llegó a decirle «si no entierras a mi padre te entierro yo a ti con él». Al final el sacerdote ofició el funeral y ambos paisanos hicieron las paces. El señor Quico se ocupó durante años de las tierras de centeno de Don Ismael y nunca tuvieron más problemas.
El carácter lo conserva, explica Yoli, igual que la capacidad para descifrar los acontecimientos. Relata su hijo Santiago que estando en el monte, a principios del siglo pasado, le contó un día a su padre que en fabricas de París ya eran capaces de sacar un automóvil terminado cada tres minutos. «Como siga siendo la vida así no va a haber trabajo para todo el mundo», contestó el señor Quico.
Con este currículum se ha convertido en el hombre más mayor de España y en el séptimo del mundo, con la edad certificada. Ha entrado en el escogido grupo de los supercentenarios. Personas excepcionales capaces de vivir 110 años, sin dar un día por perdido, sin dejar de andar.