Diario de León

rubén valín | ganadero y pastor trasterminante

«En Bruselas no saben que existimos»

Rubén Valín Tascón  junto al chozo reconstruido

Rubén Valín Tascón junto al chozo reconstruido

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León

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En la majada de Correcillas, ya hay doscientas ovejas paridas y como «lo esencial de una cabaña merina es la paridez», son las primeras en comer. Ya hay corderos que intentan meter el morro en el pesebre, otros buscan la ubre. Todas balan.

Otras 800 y un hatajo de cabras esperan en el corral para subir al puerto de Dote, donde pastarán los próximos quince días. Después las llevarán a Valdebusto. Rubén Valín Tascón pertenece a la última generación de nómadas leoneses. Son los ganaderos y pastores «trasterminantes». La palabra, sin entrada en el diccionario, designa la trashumancia de corta distancia, de menos de 100 kilómetros de recorrido.

Las merinas trasterminantes y sus pastores y mastines han tomado el relevo a la trashumancia. Hacen el recorrido a pie, desde los puertos pirenaicos a las riberas y los páramos leoneses transformados por los regadíos. Rubén Valín, de 30 años mamó el oficio de niño al lado de su abuelo Edelmiro Tascón, pastor trashumante de toda la vida. Con las escusas (el pago en ovejas de parte del salario de un pastor) el hombre, natural de Pendilla de Arbás y casado y, por tanto, afincado en Correcillas, formó su propio rebaño. La explotación del nieto empezó con una cabra y las veinte vacas de Antonio, el ayudante del abuelo, que es «de casa», como de la familia.

Ahora pastorean más de mil cabezas de merinas, entre ellas, cien negras, una especie antaño despreciada porque su lana era de menor calidad y que ahora está en el catálogo de animales en peligro de extinción. También tiene un hatajo de cabras. Los mastines y los careas, más útiles en los páramos que en la montaña, completan la cabaña.

Con el rebaño Rubén y Antonio suben a los puertos de Correcillas y Canseco los meses de verano y bajan a la ribera del Porma durante el invierno, donde dividen al rebaño en dos hatajos para adaptarse al territorio. «La trahumancia requería menos mano de obra que la ribera porque los pueblos no están preparados», asegura Antonio Lario que añora aquellos tiempos en los que compraban el chicharro y cargaban en los vagones de los pastores con gallinas, perros y enseres, «y si paría una vaca la metías en el vagón contigo, para velarla». Eran tres días «de película».

Los tiempos han cambiado. Conseguir la licencia medioambiental de la nave de Correcillas ha supuesto nueve años de trámites, los mismos que lleva de alta como ganadero. Las exigencias por estar en un espacio natural protegido son «durísimas» y no ve en la adminstración un compromiso con las cabañas extensivas equiparable a la responsabilidad que se les exige.

«Somos los nómadas de Europa, pero en Bruselas no saben que existimos. Creo que si lo supieran harían algo por proteger esta cultura de siglos», lamenta este joven que con una hija de dos años y su esposa trabajando en León ve impensable retornar a la trashumancia.

Pese a las trabas y a la incertidumbre se considera «un privilegiado: vivo en un medio natural, soy mi propio dueño y tengo mucha relación con el entorno». Y frente al olvido y la desidia siempre está el recuerdo y el trabajo. En el puerto de Dote, desde que el se ven las luces de la ciudad León en las noches claras, ha reconstruido el chozo del pastor a la manera tradicional, con yatas y escobas. Dentro un camastro y un pequeño hogar con pregancias. Antonio y Rubén se turnan semanalmente para dormir en el puerto.

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