Cerrar

IGLESIA Y MEMORIA HISTÓRICA | NUEVOS MÁRTIRES LEONESES

Por el amor de Dios

El cardenal italiano Angelo Amato beatificará a trece misioneros leoneses en una insólita ceremonia que se celebrará el 17 de diciembre en la catedral de la Almudena. Los oblatos fueron ejecutados entre julio y noviembre de 1936 en Paracuellos «cual corderos llevados al matadero»

La persecución religiosa ha sido una constante en momentos de conflicto bélico, como el episodio padecido por los agustinos, a quienes corresponde la imagen tratada.

Publicado por
marco romero | león
León

Creado:

Actualizado:

La Iglesia Católica reanuda la recuperación de su memoria histórica con un nuevo capítulo de beatificaciones. El cardenal italiano Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos en el Vaticano, presidirá el próximo 17 de diciembre una ceremonia para convertir en mártires a trece misioneros leoneses. En el proceso también se elevará a los altares a otros nueve religiosos y un laico. El rito se desarrollará en la Catedral de Nuestra Señora de la Almudena (Madrid). Aunque las beatificaciones fuera del Vaticano son poco frecuentes, ésta ha sido una decisión personal del Papa Benedicto XVI, por lo que no deja de tener especial simbolismo: el martirio coincidirá con el 75 aniversario de la ejecución de los misioneros y con la celebración del nacimiento del fundador de la congregación oblata hace 150 años.

Menos uno nacido en León capital, el resto procede de zonas rurales, principalmente de familias sencillas de la montaña. Además de los trece leoneses, hay un misionero de Burgos, otro de Badajoz, dos de Palencia, dos de Navarra, uno de Valladolid, uno de Soria, uno de Cantabria y otro más de Valencia. Para tener idea de la magnitud que alcanzará la celebración convocada para diciembre, todas las curias de las citadas diócesis participarán en el acto religioso, según confirma el leonés Joaquín Martínez desde el Vaticano, donde ejerce diversos ministerios, entre ellos el de postulador general de la congregación oblata. También acudirán los allegados a los mártires, entre los que se incluyen los vecinos de sus pueblos natales.

Precisamente el testimonio de uno de ellos, el del misionero leonés Felipe Díez, recientemente fallecido, sirvió para reconstruir los brutales acontecimientos que se produjeron entre julio y noviembre de 1936 en Paracuellos del Jarama y argumentar el relato martirial que permitirá beatificar a los religiosos. «Cuando estábamos ‘gustando’ el momento en que nos iban a matar (encañonados, brazos en alto de cara a la pared, hacinados en un pequeño locutorio) —narró en su día el misionero—, queríamos pronunciar alguna oración y no nos salía; pero, sin embargo, lo que sí nos salía espontáneamente eran sentimientos de amor hacia Dios, de afecto hacia nuestros hermanos y de perdón hacia los que nos iban a matar, así como una petición de perdón por nuestros pecados y debilidades».

La Iglesia Católica enmarca el martirologio de los trece misioneros leoneses «en el clima de odio y fanatismo antirreligioso» que se vivió en Pozuelo de Alarcón (Madrid).     Tenían entre 18 y 29 años de edad. Se habían establecido en el barrio de la Estación de Pozuelo en 1929. Ejercían su ministerio, en calidad de capellanes, en tres comunidades de religiosas. Colaboraban pastoralmente también en las parroquias del entorno, especialmente en Cuaresma y Semana Santa. Los escolásticos oblatos impartían la catequesis en cuatro parroquias vecinas y su coral solemnizaba las celebraciones litúrgicas. Ese trasiego comenzó a inquietar a los comités revolucionarios. El relato martirial que argumenta estas beatificaciones incluye entre estos revolucionarios a «socialistas, comunistas, sindicalistas y laicistas radicales». Miles y miles de folios forman parte de este expediente (la positio ), de los que se realizó un resumen de 500 páginas para que el consejo de obispos y cardenales del Vaticano lo estudiara y sometiera a votación. En esta profusa documentación se asegura que «fue irritante y provocador para los revolucionarios que los religiosos fueran por la calle en sotana y además con su cruz oblata muy visible a la cintura».    Por todas estas actividades, exclusivamente religiosas, el Seminario de los Misioneros Oblatos «se fue haciendo cada vez más odioso a esos grupos marxistas».

Morir con calma. La comunidad religiosa de los oblatos no se dejó intimidar. Lo que hizo fue extremar «las medidas de prudencia, de serenidad, de calma», tomando el compromiso de no responder a ningún insulto provocador. «Y, por supuesto, ningún religioso se mezcló con actividades políticas ni siquiera ocasionalmente». Pero eso sí, se mantuvo el programa de formación espiritual e intelectual sin renunciar a las diversas actividades pastorales que formaban parte del programa de formación sacerdotal y misionera de los escolásticos. «No les cabía en la cabeza que algún día pudieran ser víctimas de tanto odio por su fe en Dios y por ser heraldos de Jesucristo».      El 20 de julio de 1936, dos días después del alzamiento que desencadenó el golpe de estado a la República y la posterior guerra incivil, los que la Iglesia identifidca como «juventudes socialistas y comunistas» se echaron a la calle y comenzaron nuevos incendios de iglesias y conventos, particularmente en Madrid.

Los milicianos de Pozuelo, por su parte, asaltaron la capilla del barrio de la Estación, sacaron a la calle los ornamentos e imágenes y les prendieron fuego «con gran orgía sacrílega», define el relato martirial. Incendiaron luego la capilla y repitieron la escena en la parroquia del pueblo.

Primera tanda. El 22 de julio, a las tres de la tarde, un nutrido contingente de milicianos, armados de escopetas y pistolas, asaltó el convento. Lo primero que hicieron fue detener a los religiosos, eran 38, recluirlos en una habitación reducida y tenerlos muy vigilados, encañonándolos con las armas. Fue un momento de tensión terrible en el que todos creyeron que les había llegado la hora de la muerte. «De la actitud nerviosa, grosera y descompuesta de los milicianos no podían esperar otra cosa».

Acto seguido, los milicianos procedieron al registro minucioso de la casa en busca de armas. Lo que hallaron fueron cuadros religiosos, imágenes, crucifijos, rosarios y ornamentos sagrados. Desde los pisos superiores, todo eso fue arrojado por el hueco de la escalera a la planta baja para destruirlo con el fuego en medio de la calle.

Los oblatos fueron hechos prisioneros en su propia casa, concentrándolos en el comedor, cuyas ventanas tenían rejas. Fue su primer calabozo. El día 24, sobre las tres de la madrugada, se produjeron las primeras ejecuciones. Llamaron a siete religiosos y los separaron del resto. Los primeros sentenciados fueron Juan Antonio Pérez Mayo, sacerdote, profesor, 29 años, de Santa Marina del Rey; Cecilio Vega Domínguez, escolástico, subdiácono, 23 años (Villamor); Juan Pedro Cotillo Fernández, también escolástico, 22 años, de Siero; Pascual Aláez Medina, escolástico de 19 años (Villaverde); Francisco Polvorinos Gómez, escolástico, 26 años, de Calaveras, y Justo González Lorente, escolástico, 21 años, de Villaverde.

Camino del paredón. Todos ellos fueron introducidos en dos coches y llevados a la Casa de Campo de Madrid, donde fueron ejecutados. El resto de los religiosos permanecieron presos en el convento y dedicaron sus horas a prepararse para morir. Probablemente el alcalde de Pozuelo comunicó a Madrid el riesgo que corrían todos los demás y el mismo día 24 de julio llegó un camión de Guardias de Asalto, que los trasladó hasta la Dirección General de Seguridad. Al día siguiente quedaron en libertad.

Muchos de ellos buscaron refugio en casas particulares. Pero en el mes de octubre, con orden de busca y captura, fueron detenidos nuevamente y llevados a la cárcel. «Allí soportaron un lento martirio de hambre, frío, terror y amenazas». Hay testimonios de algunos supervivientes de cómo aceptaron esa difícil situación que les hacía entrever la posibilidad de la muerte. «Reinaba entre ellos la caridad y el clima de oración silenciosa». En el mes de noviembre llegaría el final de aquel calvario para la mayoría de ellos. El día 7 fue fusilado el padre José Vega Riaño, sacerdote y formador, de 32 años, y el hermano escolástico Serviliano Riaño Herrero, de 20. Eran de Siero y Prioro, respectivamente. Serviliano, al ser llamado por sus verdugos, pudo acercarse a una celda y pedir a un padre la absolución sacramental por la mirilla.

El final de los últimos. Veinte días después tocaría el turno a los demás: Marcelino Sánchez Fernández, coadjutor, 26 años, de Santa Marina; José Guerra Andrés, de León capital, escolástico (22 años); Justo Fernández González, escolástico, 18 años, de Huelde; Clemente Rodríguez Tejerina, escolástico, 18 años, de Santa Olaja, y Eleuterio Prado Villarroel, coadjutor, 21 años, de Prioro. Se sabe que el 28 de noviembre de 1936 fueron sacados de la cárcel, conducidos a Paracuellos de Jarama y allí ejecutados. A la Iglesia no le ha sido posible obtener información directa de testigos oculares del momento de la ejecución. Tan sólo el enterrador declaró que estaba «completamente convencido» de que el 28 de noviembre de 1936 un sacerdote o religioso pidió a las milicias que le permitiera despedir a todos sus compañeros y darles la absolución, gracia que, al parecer, le fue concedida.