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Inmigrantes a la fuga

¿Soportaría la economía leonesa que 8.316 personas dejaran de trabajar? La respuesta está en una hipotética jornada sin extranjeros: mataderos paralizados, personas dependientes sin cuidadores, minas a medio gas, obras sin obreros, restaurantes sin cocina ni servicio.... Los servicios de inmigración constatan que el éxodo ya iniciado en León. es mucho más grave de lo que reflejan las cifras . oficiales.

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marco romero | león
León

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«Cuando empezamos la obra, contratamos a un trabajador español, pero duró un día. Me pidió que le dejara algo de dinero y ya no volvió más. Al día siguiente vino a ofrecerse este chico y estoy encantado». El chico es un obrero de origen dominicano y la afirmación parte del jefe de Reformas Martínez, responsable de la restauración de una fachada en el barrio del Ejido. Pese a la crisis, hay ocupaciones que siguen en manos de extranjeros por su eventualidad, por el sudor que exigen o simplemente por su baja cualificación. Otros trabajos con mayor especialización, caso de los médicos, empiezan a ser un emergente yacimiento de empleo, sobre todo para los profesionales en formación procedentes de países latinos. Pero tras una década de hiperactividad en casi todos los sectores económicos, la población extranjera asalariada ha sido la primera en quebrar. Y la consecuencia inmediata está en el éxodo de mano de obra a otros territorrios más prósperos, fenómeno que no reflejan las cifras oficiales. El último padrón (avance de enero del 2011) señala que en León residen 25.699 extranjeros, dato virtual y abultado en opinión de los sindicatos. La realidad sería mucho más grave. Puesto que la mayoría de los censados están en León con un permiso de trabajo y residencia, muchos de ellos ya se han ido a otras provincias o países a trabajar sin haberse dado de baja en el padrón municipal. «La mitad de ellos tienen permiso de cinco años y se van cuando caduca», explican desde el servicio de inmigración de CC.OO. En UGT calculan que hay un 15% de población extranjera menos de lo que dicen las estadísticas. Prueba de ello es el «inédito» fenómeno detectado por las organizaciones empresariales: por primera vez en los últimos diez años el número de extranjeros afiliados a la Seguridad Social ha entrado en una espiral recesiva que, temen, no tenga marcha atrás. Y el asunto no es baladí porque los inmigrantes asalariados han pasado de representar el 1,7% de la clase trabajadora leonesa en el año 2000 al 5% actual, integrando un nutrido colectivo de 8.316 personas.

Visibilizarlas en conjunto no resulta fácil. De hecho, iniciativas en países receptores de extranjeros como Francia o Estados Unidos han pretendido llamar la atención sobre el peso de la inmigración en determinados sectores, convocando la jornada ‘Un día sin inmigrantes’. ¿Qué ocurriría en León si, de repente, dejaran de trabajar por un día todos los extranjeros asalariados y autónomos? ¿Lo soportaría la economía leonesa? Responde la realidad.

 

¿Dónde está el pollo? Son las primeras horas del día y comienza el turno de trabajo en Oblanca, principal grupo empresarial leonés dedicado a la producción y comercialización de aves. Sin sus trabajadores extranjeros tendría que parar. Más del 30% de los empleados en la división de producción y reparto son inmigrantes, según explican desde el departamento de Recursos Humanos. La firma produce 6.000 pollos a la hora en un solo turno de ocho horas. Diez millones de pollos cebados cada año. Tal es el peso de la inmigración en esta empresa que toda la formación sobre prevención de riesgos laborales se imparte en árabe marroquí, francés, inglés y portugués. En resumen, sería un día de pérdidas para la empresa y un mercado desabastecido para el consumidor.

También a primera hora de la mañana, a eso de las ocho, la construcción está a pleno rendimiento. No es fácil encontrar trabajadores extranjeros, lo difícil es que quieran hablar. Este sector, según los datos que maneja la Federación Leonesa de Empresarios (Fele), todavía da trabajo a uno de cada tres inmigrantes asalariados. En consecuencia, el parón sería irremediable en muchas obras. Por ejemplo, en una vivienda unifamiliar en reforma, cuyos operarios son mayoría extranjeros: dos venezolanos y un joven de la comarca de Rueda. «Este es uno de los trabajos más jodidos que hay, en verano mucho calor y en invierno mucho frío», espeta este leonés de barba luciferina.

Ricardo, un chaval de 18 años de origen venezolano, llegó a León hace dos. Estudió cocina en San Cayetano. Trabajó en un bar de camarero, pero el bar se traspasó. Y él se tuvo que buscar la vida. «Ahora trabajo esporádicamente a días en esto». Esto es la construcción. Probablemente es el día que más calor ha hecho en todo el verano y se le ve junto a sus compañeros de obra llevando y trayendo cargas, ayudando en definitiva. Sudan la gota gorda. «No es buena vida», afirma el joven. Pero no le queda otra hasta. Al menos hasta que aparezca algo de lo suyo. «Difícil», predice.

Los rasgos de una economía estructuralmente ligada a los procesos de expansión urbana no han beneficiado al sector de la construcción con la actual coyuntura. Ni a éste ni a otros muchos, caso de los servicios o la industria. «No cabe duda de que en época de desarrollo económico los trabajadores extranjeros han contribuido al desarrollo del tejido laboral de León», indica Enrique Suárez, asesor jurídico de la Federación Leonesa de Empresarios (Fele). Para matizar después que «sin integración laboral no existe integración social», por lo que exigen que «la entrada de inmigrantes se realice en función de las necesidades del mercado» y nunca «sin un contrato de trabajo en el país de origen».

Lo cierto es que los datos contrastados por la Consejería de Hacienda de Castilla y León son claros al respecto. A principios de este decenio, en el 2001, había 2.520 trabajadores extranjeros entre los 144.000 afiliados a la Seguridad Social en León. Actualmente, cotizan 8.316 entre una población ocupada de 164.800 personas. Aproximadamente se dividen a partes iguales entre ciudadanos de la Unión Europea y extracomunitarios. Pero su éxodo ya comprobado no deja de ser preocupante, incluso para los empresarios. «Es inédito en León lo que estamos viendo en los últimos meses con la caída de las afiliaciones de extranjeros, pero es que hasta ese mercado se ha roto», recalca Suárez.

El éxodo de extranjeros se empezó a percipir en los primeros meses de este año. Según la información ofrecida por el servicio de inmigración del sindicato CC.OO., entre enero y marzo se produjo «una avalancha» de solicitudes para percibir la Renta Garantizada de Ciudadanía. La Gerencia de Servicios Sociales, que debe estudiar cada caso, estuvo al borde del colapso. «Tanto es así que hay solicitudes que han tardado tres meses en ser resueltas», asegura David Fernández, uno de los responsables del servicio. Ocho de cada diez solicitudes para recibir el subsidio de 426 euros surgen de ciudadanos marroquíes, la mayoría vinculados a trabajos de la construcción. Paralelamente, también desde principios de año las afiliaciones a la Seguridad Social empezaron a caer gradualmente y hoy hay un 5% de extranjeros cotizantes menos.

¿Quién ordeña hoy? La jornada sin inmigrantes continúa. Ahora el zoom se acerca al campo leonés. Muchos ganaderos de ovino y vacuno tendrían las cabañas revolucionadas porque no habría cuidadores. Agricultores que no han modernizado sus regadíos tampoco podrían regar sus tierras. «Habría verdaderos problemas con cultivos como la remolacha y el maíz, y diría que muchas explotaciones se tendrían que replantear hasta el tipo de cultivo si no tuvieran extranjeros trabajando en ellas», vaticina Matías Llorente, secretario general del sindicato agrario Ugal-Upa. En un par de semanas, la cosecha de Fresno, la recogida de la manzana de calidad y la vendimia en el Bierzo y Tierras de León se detendría sin asalariados procedentes de países extranjeros, principalmentre marroquíes y de la Europa del Este. A este respecto, se mantiene una moratoria hasta finales del 2012 para que los ciudadanos rumanos que llegan a España estén obligados a tener un contrato de trabajo firmado en su país, algo que no se exige a otras nacionalidades.

Mimoun Zoubir es marroquí, tiene 47 años y pesa 27 kilos menos desde que llegó a España, hace ahora nueve años. Así insiste en demostrarlo mostrando la fotografía de su pasaporte. Ahora es un hombre consumido. Pero sin él, las ovejas de Jabares de los Oteros se quedarían sin ordeñar. Es el mes de Ramadán, pero a mediodía Mimoun ya tiene preparado el pollo que cenará cuando llegue la noche. De taxista en su país a vivir pendiente del cuidado de decenas de ovejas. Un cambio radical que lleva con paciencia once meses al año. El mes que sigue se reúne en Marruecos con su esposa y sus tres hijos, que viven en Francia. «Llegué a España por un amigo y mi vida es trabajo, casa, trabajo, casa, ordeñar...». Y así será hasta que decida volver, quizá para cuidar su propia cabaña. «Ya había trabajado en esto de pequeño», comenta mientras devuelve un cordero desviado a su sitio. Puede resultar paradójico, pero todavía existe déficit en mano de obra para el sector agroganadero. Y sólo los extranjeros, tampoco todos, aceptan labores como la del amable marroquí.

Urgencias con acento cálido. Van pasando las horas en este hipotético día sin inmigrantes. Supongamos que los servicios de urgencias de los hospitales tienen una actividad dentro de lo corriente. En el Complejo Hospitalario de León, en el Hospital de San Juan de Dios... ya no se escucharía acento latino. De Venezuela, de Colombia, de Honduras, de Perú, de Argentina, de República Dominicana. De todas estas nacionalidades proceden muchos de los médicos que actualmente trabajan o terminan su especialidad como médicos interinos residentes (MIR). Y no sólo en urgencias, sino que la mitad de los residentes de Atención Primaria también son extranjeros. «Tenemos una neuróloga de Hungría y tres geriatras de Perú», comenta con naturalidad el director médico de San Juan de Dios, centro que ha incorporado personal extranjero «con buena preparación» a sus renovadas instalaciones.

Hugo Azaña, 34 años, es uno de ellos. Nació en Lima (Perú). Hace seis años llegó a España para especializarse. Estuvo cuatro de ellos en el Hospital Clínico de Madrid —«ahora soy del Real Madrid», confiesa—. Al acabar ese periodo se encontró con un problema extensivo a todos los médicos: «Llegamos con tarjeta de estudiante y al acabar la residencia nos dicen muchas gracias por todo y que te vaya bien». Pero siguen con tarjeta de estudiante, sin poder firmar un contrato.

Al acabar la residencia, Hugo y su actual esposa, a la que conoció en la Escuela de Medicina de Lima, visitaron León y aquí se han asentado. Los dos trabajan como médicos. «Yo creo que la gente aquí no es consciente de lo que tiene con la Seguridad Social, es una de las mejores del mundo», dice. El doctor Azaña afirma, no obstante, que «en España faltan médicos como hace tiempo faltaba gente para la construcción». Concluye con un poético mensaje para los que vendrán: «Se hace camino al andar».

Pero el ámbito sanitario no sólo se nutre de médicos extranjeros, también de cuidadoras. Sin ellas, decenas de personas dependientes se quedarían sin atención. Esta ocupación, al igual que el servicio doméstico, es la única que ha aguantado el paso de la crisis. «Hay que pensar que en cuanto ha empezado a extenderse la contratación de servicio doméstico, la mujer ha ido incorporándose al mercado de trabajo; y se ha incorporado gracias a los inmigrantes», reflexiona un sindicalista. El 4,1% de los inmigrantes que cotizan a la Seguridad Social son empleadas de hogar. Su peso económico no es comparable al que genera la minería del carbón, pero esta industria tan sólo ocupa un 2% más de los extranjeras que trabajan en casas particulares. Sin ellos, son 200 en total, principalmente de los países del Este europeo, las explotaciones no llegarían a paralizarse, pero probablemente funcionarían a medio gas. Existe constancia de que MSP contrató al primer minero extranjero en 1939. Desde entonces, hubo un efecto llamada que llegó a su tope en la década de los sesenta, cuando la inmigración llegó a ocupar el 20% de la plantilla.

Turista a solas. ¿Y qué pasaría en las ciudades y pueblos turísticos de la provincia? ¿Cómo serían recibidos los visitantes? ¿Por quién serían atendidos en muchos restaurantes, bares o casas rurales? ¿Quién los limpiaría? Es previsible que una parte de ellos se quedarían como están porque el 25% de los afiliados extranjeros a la Seguridad Social en León trabajan en la hostelería. Sin ellos el parón sería inevitable. Otro importante porcentaje, aunque indeterminado, lo hace en otros negocios vinculados al sector servicios. Francisco Antonio Báez Rodríguez, dominicano, regenta una tienda-locutorio en la capital leonesa. Sin negocios como el suyo, decenas de móviles se quedarían sin recargar, los extranjeros que utilizan las cabinas no podrían ponerse en contacto con los suyos y las familias latinas se quedarían desabastecidas de productos alimentarios importados de estos países. «Salimos en busca de mejor vida», resume este dominicano padre de tres hijos de doce, ocho y dos años. Para llegar a León dejó atrás un colmado y casa de empeños, del que vivía modestamente. Su mensaje a otros extranjeros es que «ninguno piense que aquí se viene a recoger, también hay que trabajar».

Eso es lo que quieren hacer varios negocios de hostelería regentados por ciudadanos extranjeros en la ciudad de León. «Trabajar, nada más que eso», piden. Los titulares de cuatro establecimientos distintos coinciden en que «no resulta fácil» trabajar con la permanente presión de sus vecinos. Unas veces por ruido dentro de los bares, en otras ocasiones por el bullicio de las terrazas, otras por el volumen del televisor, incluso porque los clientes del locutorio hablan demasiado alto por teléfono. Bajo todos estos pretextos, varios locales de inmigrantes con las licencias en regla están siendo visitados repetidamente por la policía, siempre después de haber recibido llamadas anónimas de vecinos. «No tenemos nada que esconder, pero la presencia de los policías cinco veces en un mismo día intimida a cualquiera injustamente», afirman en bloque. Programan solicitar una entrevista al alcalde de León, Emilio Gutiérrez, para exponer su problemática, porque hasta la fecha no consta ni una sola denuncia contra los locales que regentan.

Sobria China. Si hay una colonia emprendedora por definición ésa es la china. Lo que inicialmente comenzó con el establecimiento de restaurantes en los principales núcleos de población de la provincia, ahora se ha convertido en un potente motor comercial para muchos de ellos. Algunos de los locales comerciales mejor ubicados están en sus manos y no sólo han centrado su negocio en la compraventa de productos importados de China, sino que ya controlan la distribución y el reparto de todo tipo de productos a través de franquicias.

Li y Ye son una joven pareja asentada en León desde hace seis años. Son púdicos, sobrios y pretenden llevar una vida discreta, tanto que su colaboración con este reportaje no ha sido fácil. Con 28 y 24 años regentan un conocido bazar en el barrio del Ejido. Teniendo la oportunidad, han huido de la competencia desgarrada que se vive en capitales como Madrid y Barcelona y han establecido como prioridad la familia. Un bebé que apenas anda, Hui de nombre, pasa las horas en la tienda con el matrimonio y con una de sus abuelas. Hace intentos de ayudar a colocar las estanterías con la sonrisa segura de algún cliente. «Si me planteo la vida con un niño, yo quiero cuidar de mi hijo, y para eso es mejor tener un negocio. Si no, el niño acaba en una guardería y la mamá y el papá separados, trabajando cada uno en un sitio. Con el negocio está toda la familia junta, como debe ser».