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De puertos a dehesas

La trashumancia se hace museo . en Torre de Babia. Babia, tierra de veraneo para reyes y ovejas trashumantes, está en el corazón de una Reserva de la Biosfera y espera la declaración de parque natural como agua de mayo para sacar partido a sus ricos recursos naturales y culturales, pero hay quien ha decidido no esperar a la burocracia para poner en valor un patrimonio familiar pero a la vez universal. El Museo Etnográfico y de la Trashumancia de Torre de Babia es fruto de quince años de trabajo y un caudal de afecto por los ancestros del médico Isaac Álvarez Suárez, natural de La Riera de Babia.

Isaac Álvarez Núñez, junto al chozuelo portátil que exhibe en el museo de Torre de Babia como pieza excepcional.

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ana gaitero | torre de babia
León

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Un pajar heredado de su tío, el último mayoral del Conde de La Oliva, es la sede del Museo Etnográfico y de la Trashumancia que atesora en Torre de Babia un sin fin de objetos y recuerdos relacionados con el oficio y la vida de los pastores trashumantes, la escuela, la decoración doméstica influenciada por el intercambio cultural y económico centenario entre León y Extremadura e incluso el aseo personal.

Isaac Álvarez Núñez, médico pediatra del hospital de Valdecilla, se ha pasado cerca de quince años restaurando y adquiriendo piezas para este museo cuya pieza estrella es el chozuelo portátil de principios del siglo XX donado por un vecino de Villarbusán, en el vecino de valle de San Emiliano. «Lo subieron durante tres o cuatro años a las faldas de Peña Ubiña y lo trasladaban cada tres o cuatro días de sitio para hacer majadales mediante el redileo de las ovejas», explica el médico echando mano de un lenguaje que también forma parte del museo.

El redileo permite aprovechar el abono de las ovejas, considerado entre los de más calidad, para fertilizar pastos y dehesas. El chozuelo tiene un tejadode paja de centeno dispuesta de manera que el agua no se filtrara en su interior y se asienta sobre una plataforma con cuatro brazos que permite su fácil traslado de un sitio a otro. También conserva la red con la que se aislaba el chozuelo del ganado para pasar la noche. El promotor del museo ha colocado a su lado una foto de la Hispanic Society of America, tomada en 1920 en Extremadura, que realza el valor etnográfico de esta pieza. Es una de las 175.000 fotografías que integran el archivo de esta sociedad. El chozuelo extremeño, por lo general, es dimensiones más pequeñas y sin tabla; el tejado es de loneta, como el que se observa en la fotografía histórica.

El museo de Torre de Babia tiene la peculiaridad de recoger la herencia de los viajes de ida y vuelta entre León y Extremadura que los pastores realizaban dos veces al año como las vajillas y azulejos de cerámica traídos a Babia desde Talavera. Todas las piezas están documentadas y hay algunas por las que Isaac Álvarez Núñez tiene predilección, como el capote de hule que consiguió hace diez años en La Tercia o los tajones y polainas que pertenecieron a su padre. «Las hizo él, eran prendas que se usaban cuando había más trabajo como en la época de la paridera y la esquila», explica. Otros elementos relacionados con el pastoreo son la colección de tijeras de esquilar, carrancas para los mastines, una romana con funda para pesar corderos, calderos para hacer el frite o caldereta, albardas de viaje, zumbos de los mansos, de espectaculares dimensiones...

El museo cuenta también con muebles singulares que suponen todo un recorrido vital: la cuna de escaño, los pupitres de la escuela, las tablas de lavar, los arados romanos y rejas, maseras, mazaderas, desnatadoras, fresqueras, prensas para el queso e incluso los objetos de aseso de su tío Benigno.

«Es un museo familiar cuyo objetivo es recuperar la memoria de nuestros antepasados, que tanto tuvieron que luchar», destaca el promotor. Mención especial, subraya, merecen las mujeres babianas «que se quedaban aquí solas durante ocho meses, al frente de la familia, la casa, el ganado y la agricultura». Los pastores apenas pasaban 60 días con la familia pues en verano «estaban una semana en casa y otra en el monte».

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