Un cónclave con alma de funeral por el pesimismo ante el 20-N
La inyección de moral ‘filipina’ apenas duró unas horas. Al día siguiente de la intervención de Felipe González ante la Conferencia Política los socialistas volvieron a sumirse en el estado depresivo y de nervios en el que viven desde hace meses. De poco sirvió que Alfredo Pérez Rubalcaba se multiplicara y fuera de comisión en comisión y de foro en foro con la mochila cargada de propuestas, buenas palabras y esperanzas. Daba igual. Los dirigentes del PSOE tienen la moral subterránea.
En el gigantesco Palacio de Congresos de Madrid el pesimismo electoral adobaba las conversaciones, no había risas en los corrillos ni en la barra del bar, en los puestos de recuerdos del PSOE y entidades afines no hicieron, precisamente, el agosto, y el habitual bullicio de estos cónclaves con voces por aquí y por allá era un zumbido monocorde. Razones tienen los socialistas para estar así. Un vistazo al exterior permitía constatar la escasez de coches oficiales, consecuencia del batacazo en las urnas del 22 de mayo. La escasa afluencia de ministros y responsables institucionales socialistas tampoco contribuyó a engordar el parque móvil. Además las encuestas, y dicen que las peores están por venir, tienen una rotunda capacidad de desánimo en el PSOE
Consuelo. «Tenemos gran capacidad de afligirnos», comentaba en un corrillo el vicesecretario general del partido y portavoz del Gobierno, uno de los pocos optimistas de la jornada. José Blanco alentaba a quien quisiera oírle con el dato de que en el 2003 también el PP llevaba una amplísima ventaja en las encuestas y el 10 de marzo del 2004 el PSOE superaba por un punto a los populares. «Hay partido», repetía con afán de épica y con una intrigante alusión a sus sondeos, «que no son malos». Otro de los risueños era el consejero de Interior vasco, Rodolfo Ares. «Lo nuestro va bien», subrayaba sin dejar claro si se refería a las expectativas electorales del Partido Socialista de Euskadi o a las noticias y comunicados que llegan de ETA y su entorno.
Pero el ambiente, en general, era taciturno y las conversaciones sombrías. El discurso oficial, como no podía ser de otra manera, está trufado de loas al candidato y de fe en la victoria. Las conversaciones privadas que mantienen son otra cosa. En unos casos están plagadas de resquemores por la confección de las listas electorales, ; otras charlas estaban dominadas por los cálculos sobre lo que puede ocurrir el 20-N.