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«Yoyes fue víctima de ETA y de sí misma»

La primera mujer que entró en ETA, asesinada en 1986 por la banda terrorista, tiene raíces paternas en Otero de Escarpizo.

Benito Escarpizo, en Otero de Escarpizo, el pueblo donde nació el abuelo paterno de Yoyes, Vicente González.

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ana gaitero | otero de escarpizo
León

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«Conocí a Yoyes de chavala, porque vino con su padre dos o tres veces. Luego seguimos su peripecia vital cuando se supo que estaba en ETA», recuerda el pintor Benito Escarpizo, pariente lejano de Dolores González Cataraín. Su nombre figura entre las víctimas de la banda terrorista en 1986 junto a otras once víctimas que se cobró la banda a lo largo de aquel año.

En un pequeño pueblo de León, Otero de Escarpizo, su asesinato se vivió con especial consternación. Era una de las nietas de Vicente González, el carpintero que emigró a Ponferrada y luego al País Vasco en busca de nuevos horizontes. Vicente había nacido en 1879. Muchos de su generación tomaron rumbo a América. En un primer momento estuvo en Baracaldo y, después, se decidió a cruzar el Atlántico y llegó a trabajar en el canal de Panamá. De regreso al País Vasco se casó con Asunción Redondo y puso una tienda de ultramarinos en Ordicia. El matrimonio tuvo seis hijos. El menor de ellos, Luis, sería el padre de Yoyes.

Benito Escarpizo es uno de los parientes que aún viven en el pueblo leonés. Cuando el jueves supo que ETA anunciaba su fin tuvo un recuerdo para aquella prima lejana. Se le vino a la memoria el gesto de valentía y de fidelidad a unos ideales truncados que tuvo cuando decidió abanadonar la banda y su trágico final. «La asesinaron acusándola de traidora. Ni siquiera se podían salir, tenían que seguir al servicio del aparato del terror», lamenta. Para Escarpizo, «Yoyes es una víctima más de ETA y a la vez de sí misma, de unos ideales de juventud que pronto resultaron engañosos», subraya.

Escarpizo considera «un avance» el paso que ha dado la banda para iniciar el camino de su disolución definitiva, aunque cree que hay un lastre de víctimas que siempre debe pesar en la memoria. También recuerda de sus viajes al País Vasco con motivo de alguna exposición en aquellos años las precauciones que se tomaban con respecto a ETA en el entorno familiar: «Nunca se mencionaba el nombre, se la conocía como las tres letras».

En el pueblo, su trayectoria generó sentimientos encontrados. Conocer de cerca a su familia «confundía un poco, era una situación un poco extraña». Otro de los parientes lejanos que residen en el pueblo es Baltasar, quien recuerda que la joven Yoyes, a quien conocían como Dolores, realizó una visita muy fugaz al pueblo siendo mayor, posiblemente cuando ya había abandonado la banda y decidió reinsertarse. Yoyes estuvo exiliada entre 1973 y 1985. Un año después de su retorno a Euskadi, a su Ordicia natal, fue asesinada en presencia de su hijo de tres años y medio.

Su hermana Isabel relata en «Yoyes desde la ventana» que entre 1970 y 1971 inició un diario sin mucha continuidad, pero fue el principio de un hábito que consolidaría con el tiempo: el de plasmar sus ideas por escrito. En este sentido, destaca la correspondencia que mantuvo con una prima segunda de Otero de Escarpizo, el pueblo del abuelo, a la que había conocido durante una visita que realizó al pueblo en el verano de 1969.

«A través de todo este material escrito va apareciendo una adolescente con una curiosidad tremenda por el mundo, una gran fuerza de voluntad y un constante afán de superación y sobre todo con un convencimiento muy fuerte, muchas veces expreso, de que la vida hay que trabajarla y vivirla con toda la conciencia posible», señala la hermana.

En una las cartas que dirigió a su prima Arancha comenta: «Tiene que crecer en tí, tiene que desarrollarse en una vida que está un poco así como un niño en feto, existiendo pero sin nacer y que es lo más importante en una persona porque no muere, la vida inmaterial».

Yoyes es recordada en el pueblo por «tener una formación especial», señala Benito Escarpizo. Se inclinó por el Magisterio porque era una carrera corta que podría darle independencia económica y continuar después con otros estudios. Quiso quedarse a vivir en San Sebastián, pero su familia le obligaba a regresar a Ordicia. Este fue uno de los muchos puntos de fricción que tuvo con su padre.

Fue en la Facultad de Derecho, donde cursaban estudios los estudiantes de Magisterio por falta de espacio, donde empezó a tomar contacto con la vanguardia del movimiento estudiantil aunque se mantuvo en segunda fila.

En 1974 ya era una activista de ETA. En marzo, apenas tres meses después de iniciar su etapa en el exilio en Hendaya, se trasladó a Pamplona para poner en pie la infraestructura de ETA en la capital navarra. «Estábamos impacientes, queríamos trabajar, pasar al interior para continuar allí nuestra labor». Fue una estancia corta. Su compañero Koldo es detectado y cae malherido, mientras ella consigue salir de nuevo a Francia.

1975 fue un año importante para su vida, además de un año clave en la organización de comandos para actuar en España. Había empezado las clases de euskera, también tenía que asistir a las clases de lengua y civilización francesa que exigía el Gobierno de Francia a los inmigrante. Es el año en el que inicia relaciones con Juanjo Dorronsoro, quien llegó a ser su marido y el padre de su hijo.

Yoyes se empezó a distanciar de ETA en 1979. Se fue a México, estudió Filosofía y trabajó para Naciones Unidas. En 1984 regresó a París. Al retornar a Euskadi poco después y vivir allí con su hijo dio a entender a su entorno que aceptaba los planes de reinserción del Gobierno español. ETA no lo soportó. La tachó de traidora y la mató.