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León

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El coso le espera con 2.200 almas entregadas. Una hora antes de abrirse las puertas, el entorno de la plaza de toros es un hormiguero de personas controlado por un cordón policial. Se abren las puertas y una arteria humana se va acomodando aunque antes desfila por la mesa presidencial donde cenará José Luis Rodríguez Zapatero. Miran la silla vacía como si estuviese ocupada por el presidente del Gobierno, casi con veneración. Suena música disco retro. El paisaje humano va tomando forma. Han llegado muchos mayores y vecinos de áreas rurales en autobuses fletados desde Castrocalbón, La Bañeza, Camponaraya, Ponferrada, Bembibre, La Robla, Villamanín, Cistierna, Astorga y Boñar. Entre la militancia de base se van introduciendo caras mediáticas como la de Paco Fernández —ni siquiera el entorno de Zapatero sabía de esta presencia—, un escayolado Ángel Villalba, el delegado del Gobierno, el subdelegado, alcaldes, concejales en grupo —una de las delegaciones más amplia fue la de los ediles de Picos de Europa— y, por supuesto, los candidatos al Congreso y el Senado. Entre ellos, Julio César Fernández, regidor en Pajares de los Oteros y bodeguero que regaló 520 botellas de vino para la cena. No sobró ni una gota del caldo, cuya denominación es La senda del burro. Muy comentado, claro. Ayudó a regar los 700 kilos de patatas que se cocinaron con 250 kilos de pulpo y otros tantos de langostinos por parte de los chicos y chicas de Asprona. 80 personas de este cátering se hacían fotos de grupo antes del evento. Han servido muchas más comidas, pero no tan importantes.

A las nueve horas y trece minutos, entraba un presidente del Gobierno. Tres horas más tarde, salía por la puerta de caballos Zapatero, un ciudadano de a pie. O casi. Se sabe que llega el presidente del Gobierno porque la música retro se cambia radicalmente por la alegórica melodía electoral. No es necesaria tanta escenografía porque el homenajeado no es nuevo en la plaza. El tendido se alborota. «¡Bieeen, bieeen!», se escucha a la que parece una adolescente. Pero es Manuela Murias, senadora socialista en el año 82. Ha conseguido una foto en su móvil y está emocionadísima. Tanto como Sandra, una joven de 15 años que, sin querer, se convirtió en una de las protagonistas de la noche por los llantos que le produjo la visión de Zapatero. Se afilió al PSOE antes de las últimas elecciones municipales y ayer tuvo su primera experiencia política. Habría que preguntarle por esta razón qué opina del contorsionismo verbal de Óscar López, uno de los pocos políticos que flaquea un mitin cuando arenga el auditorio en plan circense. Nicanor Sen tuvo la mala suerte de iniciar el turno de intervenciones, así que apenas le escucharon. José Antonio Alonso, serio porque gritaba un «vamos a ganar» poco contestado por los asistentes. Entonces, Zapatero ascendió a la tribuna de oradores. Faltaban dos horas para que concluyese la campaña electoral y dijo aquello de «a vosotros os lo debo todo». El público se derritió. Pero no tuvo muchas más oportunidades de hacerlo. El presidente no estuvo nostálgico en su discurso. Agradecido incluso consigo mismo, Zapatero no dio lo mejor de Zapatero. Se desenvuelve como pocos en un mitin electoral, por eso es raro que no arrancara ni un solo «olé», y eso que el entorno era más que propicio. El hombre que se despedía de sus compañeros de partido ha sufrido el cambio que padece todo presidente del Gobierno. Más canoso, consumido y con ojeras, Zapatero lleva en su cara el rastro de la crisis. Nadie puede decir lo contrario. Y nadie le mira como su esposa. Sonsoles Espinosa, esbelta, amable, le acompaña permenentemente con sus ojos. En la mesa donde cenan, un militante ha dejado una pequeña caja con tres chapas y tres lemas: «¿Qué está pasando en el partido en León?», «Lozanín, aquí siempre te querremos» y «Zapatero, gracias por todo de todo corazón». Singular también el simpatizante de Burkina Faso llamado Yiboula Emmanuel Bazier. Es hijo del rey de la tribu gurusi y se lo dijo a Zapatero vestido de fiesta.

El presidente se va. Mira el reloj y se da cuenta de que su avión debe regresar a Madrid. Guiña el ojo a unos, besa a otros, regala un comentario a viejos conocidos, recuerdos a históricos militantes... Les pide «humildad en la mirada» y «confianza en León». Promete regresar como ciudadano normal. O casi.