Diario de León

la cárcel blanca | Enfermedad mental en prisión

Prisioneros de la mente

Internos de Villahierro con enfermedad mental disfrutan de la primera salida terapéutica organizada por Alfaem.

Jorge toma confianza con el caballo en su primer permiso después de ocho años.

Jorge toma confianza con el caballo en su primer permiso después de ocho años.

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ana gaitero | león
León

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Las puertas correderas se abren pulsando un simple botón. El chasquido de las rejas da paso al aire fresco de la calle. El funcionario de la garita mira los permisos. Todos los papeles están en orden. Último control. Es sábado, no es un día habitual de permisos, pero uno, dos, tres... Cuatro presos, acompañados del educador del módulo de enfermería, caminan por el largo pasillo acristalado desde el que se divisa la llanura de Villahierro, en Mansilla de las Mulas.

Es la primera salida terapéutica organizada por Alfaem con internos con enfermedad mental de la prisión de Mansilla de las Mulas. Instituciones Penitenciaras estima que una de cada cuatro personas que cumplen condena en las cárceles españolas tiene mala salud psíquica. La frecuencia de las enfermedades mentales crónicas y graves es muy superior a la de la población general, tal y como apunta el Paiem (Programa de Atención Integral a Enfermos Mentales en Centros Penitenciarios).

Son personas que viven en una doble cárcel: la física y la psíquica, la cárcel blanca. No poder huir de la mente inflinge muchas veces más dolor que la falta de libertad. Lo cuenta Héctor Díez: «Cuando entré en la prisión hablaba con el espejo; no distinguía la realidad de la ficción. Estuve muy jodido, muy mal», recuerda.

El protocolo de atención creó en el 2009 los equipos multidisciplinares de atención a la salud mental en las prisiones para intervenir en tres frentes: el clínico, el rehabilitador y la continudad de la atención a estas personas tras salir de prisión.

Acaban de cumplirse dos años desde que la Asociación Leonesa de Familiares y Amigos de Enfermos Mentales inició el programa de rehabilitación psicosocial para personas con enfermedad mental crónica en centros penitenciarios. Medio centenar de internos se beneficiaron de este nuevo recurso durante el año 2011. Rosa Conde, gerente de Alfaem, señala que el objetivo principal es ayudar en la tarea de que estos internos «adquieran las habilidades sociales necesarias para asumir un proceso de reinserción».

Raquel Martínez es la trabajadora social y esta mañana también hace de conductora. El grupo se sube a la furgoneta rumbo a Villarrodrigo de las Regueras. Hacen una parada para recoger a Manuel, que dejó la prisión el 31 de enero después de un cuarto de siglo. Ahora su hogar es una residencia que también acoge a enfermos mentales: «Estoy libre como un pájaro, puedo volar», dice sonriente.

Montar a caballo es casi como volar. «Al principio da un poco de vértigo, iba con miedo pero me gustó mucho verlos y subirme», cuenta Jorge, de 28 años, unas horas después. Después de ocho años entre rejas, lo que más le impresionó fue «pisar la calle; me gustó mucho ver a los caballos, pero sobre todo la calle», afirma. «Es una pasada», repite. Su mayor ilusión, cuando salieron del centro de equinoterapia de la Fundación Carriegos, era contárselo a su padre.

Jorge lleva un parche pegado en el pecho, un chivato que le delatará si consume drogas, algo que no está permitido en la cárcel pero que «es más fácil que en la calle», afirma Héctor. Jorge está limpio desde el 9 de enero. «No he fumado ningún porro», asegura.

El triángulo drogas-enfermedad mental-prisión se repite a menudo. Jorge cumple diez años, un mes y 14 días por robos para autoconsumo. Héctor fue condenado a tres años de prisión por lesiones graves. Asestó seis puñaladas a un hombre. No recuerda nada. «Cuando desperté estaba en el calabozo», afirma.

No justifica su delito. Pero reitera la relación entre las drogas y su enfermedad mental. «Tenía psicosis paranoide por causa de los tóxicos —he consumido de todo— y ha degenerado en esquizofrenia por dejar la medicación y consumir drogas: entré en la cárcel con un 35% de minusvalía y ahora tengo un 65%», explica con todo lujo de detalles.

Lleva un año en prisión y es la segunda vez que disfruta de un permiso en menos de un mes. Salió del módulo de enfermería el 1 de febrero tras demostrar que estaba «limpio» y ahora su mirada está puesto en el ocho, el módulo de respeto específico para internos que siguen programas de rehabilitación de drogodependencias. El circuito es conocido: «Si consigues llegar al ocho es más fácil que salgas a cumplir el resto de la condena a un centro de rehabilitación», abunda.

Su situación es muy diferente a cuando entró en la cárcel. Le ha ayudado mucho el deporte, una de sus pasiones. Y también acceder a participar en el programa de rehabilitación psicosocial de Alfaem. «Al principio no quería ir a ninguna organización», reconoce.

Fue otro preso, el ordenanza de enfermería, quien le animó a entrar en el programa. «Tranquilo, te va a venir bien y ten cuidado que aquí hay mucho chivato», le advertía. Era una forma de decirle que seguir tomando drogas no le iba a conducir a nada bueno. Y Héctor entendió el mensaje.

Aparecido Siura es un brasileño de 27 años al que detuvieron en Barajas por hacer de mula desde Sao Paulo. Se había tragado bolas y llevaba cocaína adosada a varias zonas del cuerpo. Pocos se libraron de la placa de rayos X en aquel vuelo y muchos los que cayeron presos. Le prometieron 15.000 euros y tan sólo ganó cinco años de cárcel. Piensa que hasta tuvo suerte. «Gracias a Dios, no fueron los once que me pedían. Llegamos a un acuerdo», admite.

Es ordenanza en el módulo de enfermería y es lo que se conoce como un preso de apoyo. Lo mismo ayuda en la limpieza y a servir las comidas que da consejos. «Disfruto de trabajar y de ayudar a los demás. Tuve que cuidar a mi abuela cuando tenía l4 años: desde lavarla y limpiarla a hacer la comida», explica. Tiene una tendencia casi natural a cuidar de otras personas. Su objetivo es cumplir la mitad de la condena y conseguir la expulsión a Brasil. Tiene que tener un expediente intachable.

El horizonte de Antonio, diagnosticado de un trastorno bipolar y depresión, está mucho más cerca. Sueña con salir al CIS (Centro de Inserción Social) para terminar de cumplir la condena. Es uno de los presos con enfermedad mental que recibe atención individualizada dentro del programa de apoyo de Alfaem.

Es su segunda salida. No se había subido a un caballo desde que era niño. Hoy experimentó una sensación extraña. Primero se acercó al caballo y le dio de comer. Las monitoras le mostraron que es bueno acariciar a los equinos antes de montar.

Lleva un año y dos meses en prisión y ya pasó lo peor. En tratamiento por enfermedad mental desde 1999. Pero tuvo recaídas. Su mujer le denunció. Ha realizado el programa Trébol de Proyecto Hombre para hombres condenados por malos tratos. La cárcel le daba pánico: «Pensé que iba a estar con gente mala». «Con malincuentes », bromea Héctor.

Ahora dice que siente «alivio» y no cree que su enfermedad haya empeorado en la prisión. «He mejorado porque estoy más con la gente y tomo la medicación. Lo pasé mal cuando me la cambiaron pero ahora me encuentro mejor». Antonio tiene apoyo familiar. Sus hermanas están pendientes de él.

De hecho, la puesta en marcha del programa de rehabilitación psicosocial en la prisión fue demandada por muchas familias de enfermos mentales que cumplen condena, tal y como señala la asociación presidida por Ascensión Sedano.

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