Un ‘tsunami’ judicial llamado Jorge Dorribo
Nunca las confesiones de un imputado se habían cobrado tantas víctimas.
La tinta de calamar es una especie de pigmento oscuro que desprenden algunos cefalópodos cuando se encuentran en peligro, dejando tras de sí un rastro que permite desorientar al atacante. Se trata, en suma, de una de las estrategias más orgánicas de evasión.
En los círculos jurídicos gallegos no se habla de otra cosa en los últimos meses que de la tinta de calamar. Y no, precisamente, para descifrar su gusto como complemento culinario. Por «tinta de calamar» se entiende la estrategia puesta en marcha por el empresario lucense Jorge Dorribo para transformar el oleaje provocado por un fraude de subvenciones públicas en Galicia, conocido como ‘caso Campeón’, en un ‘tsunami’ de consecuencias devastadoras para sus afectados.
En tan sólo medio año, de octubre pasado a marzo, el gerente de un pequeño laboratorio de Lugo y principal imputado de una trama con 40 acusados se ha puesto el traje de «corrupto confesor», como se le conoce, para tirar de la manta hasta quedarse sin lana.
Un exministro de Fomento, un exconsejero de la Xunta, un diputado autonómico, el actual alcalde de Lugo, dos altos cargos del Gobierno catalán, funcionarios, subordinados, empresarios gallegos y catalanes, un notario, un tasador o el magistrado presidente de la Audiencia de Lugo han sufrido en sus trajes la densa tinta de Dorribo.
«No he visto nada igual en mis 30 años como abogado. Y mira que en Galicia hemos tenido muy presente el narcotráfico y la figura de los arrepentidos desde los noventa», admite uno de los letrados personados en la causa.
Huida hacia adelante
La huida hacia adelante de Dorribo tiene dos fechas. El 25 de mayo del 2011, día en el que la juez de Lugo destapó la trama y ordenó su detención e ingreso en prisión, derrumbándose así el castillo que había levantado en torno a los medicamentos, y el 8 de agosto siguiente, cuando sale en libertad condicional tras declarar de forma voluntaria ante la magistrada Estela San José.
Esa fecha marca un antes y después para Dorribo y para las víctimas de su particular ‘tsunami’. Dos meses y medio entre rejas dan mucho para pensar para un empresario que había culminado un ascenso meteórico gracias a su esmero personal por cortejar a influyentes contactos. De ahí que le concedieran el premio Gacela a la carrera más fulgurante.
Era Jorge Dorribo, el «campeón» de los agentes del Servicio de Vigilancia Aduanera que destaparon el fraude, y cuyo ostentoso tren de vida era la comidilla entre sus paisanos de Lugo. La razón era sencilla. Por las manos de su familia pasaron hasta 230 coches, muchos de alta gama, desde el 2006. Poseía varios barcos, viajaba en jet privado o coleccionaba antigüedades valoradas en medio millón de euros.
Toda esa vida se fue al garete en un plis plas. «Pero con ella, pensó, no se iba a ir sólo», cuenta un abogado. Su declaración del 8 de agosto ante la juez propició su salida de prisión. Entonces todos entendieron que quería colaborar con la Justicia, pero no esperaban que lo hiciera al mismo nivel que cuando exhibía su riqueza. A partir de ahí abrió la caja de Pandora y apuntó a políticos de uno y otro signo. Una deriva catalana del ‘caso Campeón’ que podría traer más sorpresas.