Diario de León

Un viajero a contracorriente

Carnicer centró su viaje en La Cabrera Baja, aunque La Cabrera Alta, que recorrió en los años 80, también tiene presencia en «Donde las Hurdes se llaman Cabrera».

Odollo, en 1962, cuando Carnicer viajó a La Cabrera.

Odollo, en 1962, cuando Carnicer viajó a La Cabrera.

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ana gaitero | león
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Ramón Carnicer iba a contracorriente de los tiempos y del río Cabrera. Al empezar su viaje, el 27 de junio de 1962, tomó la decisión de centrar su recorrido en La Cabrera Baja. Fue en la fonda del Puente de Domingo Flórez tras una siesta fallida y contraviniendo la opinión general de los parroquianos que le dijeron que en La Cabrera «no hay nada que ver».

La susodicha fonda encontró hueco en el libro Donde las Hurdes se llaman Cabrera por el cartel con el que se topó el viajero: «¡Alto! ¡Antes de orinar levante la tapa!», anécdota que todavía hoy levanta la voz de algunos incrédulos. «Es una exageración, mi padre nunca vio ese cartel», dice un lugareño.

Durante nueve días recorrió unos 150 kilómetros, en su mayor parte a pie, en el sentido inverso a las aguas del Cabrera, con excepción del trayecto entre La Baña, Silván, Sigüeya, Lomba y Benuza, fuera del cauce del Cabrera. La ruta literaria y turística que impulsan los ayuntamientos incluye la señalización general del recorrido de Ramón Carnicer desde Puente de Domingo Flórez hasta La Baña y el retorno a través de Silván, Sigüeya y Benuza para volver sobre sus pasos a la altura de Castroquilame.

La Cabrera Alta también tiene cabida en este proyecto, como lo tuvo en el libro de Carnicer. Además, Truchas es uno de los accesos a la ruta, bien a través de Peña Aguda, por Corporales, o del puerto del Carbajal, que desemboca en Robledo de Losada. De hecho, tiene una parada preferente en los primeros capítulos de Donde las Hurdes se llaman Cabrera , donde cuenta la relación del relojero Losada con Iruela y toda su aventura como aprendiz de relojero en Londres hasta convertirse en el padre del reló de la Puerta del Sol.

Carnicer volvió 20 años después a La Cabrera Baja y recorrió La Cabrera Alta en 1984 para otro proyecto literario en el que se incluye la Merindad de la Somoza. De La Cabrera Alta le interesó sobre todo la arquitectura. De nuevo, Iruela tiene un lugar destacado en Marginados, fronterizos, rebeldes y oprimidos (Ediciones Serbal 1985): «Las casas adoptan a menudo la forma dictada por la peña que les sirve de asiento. Más o menos nivelada la superficie de esta, se tiende como base de los muros una hilada de cuarcita, y sobre ello se alzan los muros de pizarra. Acá y allá en esos muros, negrísmos, sin intención simétrica ni disposición meditada, se intercalan dorados trozos de cuarcita, cuyo contraste da una resultante de increíble «modernidad». El texto repasa la geografía, le geología, historia y situación demográfica de la comarca. Y deja constancia de la entonces incipiente industria pizarrera, inexistente hoy en La Cabrera Alta.

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