Diario de León

Los mineros cortan la A-6 con camiones atravesados y bloquean las térmicas

La entrada de camiones a la central térmica de Cubillos del Sil (en la imagen), al igual que la de Anllares, fue bloqueada sin incidentes durante tres horas.

La entrada de camiones a la central térmica de Cubillos del Sil (en la imagen), al igual que la de Anllares, fue bloqueada sin incidentes durante tres horas.

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M. Félix | Ponferrada
Ponferrada

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Lo sucedido en Madrid encendió ayer aún más los ánimos de los mineros. Los líderes sindicales dicen ser conscientes de la necesidad de dosificar la intensidad de las movilizaciones, porque creen que por delante pueden quedar aún muchos días de protesta. Pero hay también mineros que no están dispuestos a levantar el pie del acelerador y plasmaron ayer lo que podría ser un ensayo de la guerra de guerrillas que quieren promover a partir del lunes.

Así, hubo dos tipos de protestas. La pacífica y ordenada, con el bloqueo de las entradas a las centrales térmicas de Compostilla y Anllares. Y la incontrolada, en la que pequeños grupos de encapuchados irrumpieron sobre la calzada de la autovía del Noroeste y se plantaron delante de los transportistas, obligándoles con amenazas a atravesar sus vehículos y a entregarles las llaves del camión. Esto lo hicieron en la salida de Ponferrada por Columbrianos y también en la de Camponaraya. Los cortes también se sucedieron por la tarde en Bembibre y en San Miguel de las Dueñas, con desvíos por la Nacional VI. La mañana ya calentaba motores en Ponferrada, con un grupo de 300 mineros plantados delante del parque móvil y talleres que el grupo del industrial minero Victorino Alonso tiene en la avenida de Los Escritores. Allí obligaron con gritos y petardos al centenar de operarios a abandonar las instalaciones.

Una vez logrado el parón en estos talleres, el grueso de los movilizados se trasladaron a la térmica de Cubillos del Sil. A la entrada colocaron cuatro sacos cargados con bocadillos a modo de barricadas. Ningún camión ni coche entró ni salió de la térmica hasta la una de la tarde.

El sol picaba con saña, el termómetro del coche marcaba los 31 grados y la gran mayoría de los mineros optaron por matar la rutina comiendo el bocadillo debajo de los sauces llorones que daban sombra. El bar de Cubillos hizo buena caja, pero hubo quien venía preparado de casa con bota de vino. Eso sí, un minero que tiraba de ella mientras le sacaban fotos, era franco con su frase críptica: «¡Vino caliente, maracho torcido!».

A esa hora de la tarde todo hacía indicar que la movilización se acabaría. Pero entonces, dos grupúsculos de piquetes, en su quinto día de huelga, enfiló el coche hacia la A-6. Jose, un camionero berciano de la empresa Excarbi, cargado con áridos, circulaba sin sobresaltos por la autovía en dirección a León. Cuenta que se llevó el susto de su vida cuando vio aparecer a «un chaval con la cabeza tapada» y se plantó con una piedra en medio de la carretera. «Clavé el freno y fui arrastro con el camión más de quince metros; no lo maté de milagro, pensé que el camión se lo iba a comer, pero el tío ni se movió», relata todo nervioso el transportista. Fue —salvando las diferencias— como lo del chino que se plantó delante del tanque que iba en dirección a la plaza de Tian’anmen. «Luego, —prosigue el camionero— se me subieron a la cabina, querían bascularme la carga, pero me negué y entonces me pidieron las llaves y se marcharon con ellas; todavía me tiemblan las piernas». Lo mismo sucedió con otros vehículos de gran tonelaje. La Guardia Civil, con su Patrol y un cable, consiguió arrastrar unos metros uno de los camiones y ello permitió dejar una parte de la calzada libre para que pudieran transitar el resto de vehículos, porque las llaves de los vehículos no aparecieron en varias horas.

Si esto ocurría a la altura del kilómetro 388,5 de la A-6 en Columbrianos, en el carril La Coruña-Madrid, unos cuantos kilómetros más atrás, en Camponaraya, se repetía lo mismo con cuatro camiones. Les obligaron a cruzarlos en la calzada y les quitaron las llaves. Las colas fueron kilométricas, igual que el cabreo de muchos de los atrapados en el caos del atasco.

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