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CRISIS EN LA JUDICATURA

Carlos Dívar, el juez que cree en los milagros

La crisis del Poder Judicial ha llegado de la mano de un magistrado peculiar, de firmes creencias religiosas a las que se aferra cuando todo se desploma a su alrededor

Publicado por
MARGARITA BATALLAS / Madrid
León

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Carlos Dívar, presidente del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) y del Tribunal Supremo, ha tenido ocasión de poner a prueba la fe de la que hace gala en la crisis a la que ha conducido a esta institución. El detonante fue haber cargado al erario gastos personales en 32 viajes a Marbella y a otros lugares de España sin querer identificar a las personas a las que agasajó, y permitiendo que las especulaciones sobre la identidad de las mismas entraran en el terreno del morbo y las habladurías. Aunque para salir del lío lo más probable es que confiara hasta el final en que Dios hace milagros, como confesó en la presentación de la biografía del fundador de la Adoración Nocturna. "A Dios debemos pedirle todo, incluso que haga milagros, y si tenemos fe, los hará según se lo pedimos", dijo entonces.

La reconocida convicción religiosa que acompaña a Carlos Dívar es, quizá, la característica más destacada de una personalidad solitaria y desconocida. Este malagueño de 70 años ingresó en la carrera judicial en 1969 y llegó a la Audiencia Nacional en 1980. Durante más de dos décadas fue juez de instrucción hasta que en el 2001 fue elegido presidente de esta sede judicial, cargo que ocupó hasta el 2008 cuando fue ascendido a presidente del CGPJ y del Supremo.

Horas extras de oración

Su carácter discreto, siempre detrás de las bambalinas, hizo que fuera bien visto por los que detentaban el poder. Eran los tiempos en los que surgían como setas los llamados jueces estrella. Una preocupación más en su vida, ya que seguro que, entonces como ahora, tuvo que hacer horas extras de oración, "por los que no rezan, por los que no creen, por los que no conocen a Jesús", como explicó en una entrevista a una revista religiosa al poco de llegar al poder judicial.

Sus antiguos subordinados en el juzgado número cuatro de la Audiencia aún añoran su amabilidad y afabilidad. Dívar, como buen cristiano, se ocupa de los sufrimientos de sus semejantes y lo mismo da que el sujeto de su oración sea un católico confeso que un terrorista recién detenido. Cuentan en esta sede que las guardias con Dívar salían caras. En la década de los 90 eran habituales las redadas de presuntos miembros o colaboradores de ETA. Sin embargo, tras pasar a disposición judicial quedaban en libertad y, como normalmente habían sido arrestados de madrugada, salían con lo puesto. Por eso el hoy presidente del CGPJ, tras soltarles un sermón, se ofrecía a pagarles el billete de vuelta al País Vasco en autobús y un bocadillo. Cuando se quedaba sin dinero era el fiscal el que asumía estos pagos.

Gusto por las apariencias

Una de las cosas que más han sorprendido en las últimas semanas a los que conocen a Dívar es su gusto por las apariencias. En la Audiencia Nacional logró que no se le fotografiara subiendo las famosas escalerillas de esta sede judicial, pero desde que asumió que "es el jefe", como le dijo el magistrado Ramón Trillo en su toma de posesión, ejerce el cargo con toda la solemnidad que le acompaña. En la apertura de tribunales luce el gran collar de la justicia, una pieza de oro esmaltado fabricada en 1844 por orden de la reina Isabel II.

En sus desplazamientos usa un Alfa Romeo y es custodiado por un equipo de siete escoltas. En su despacho de la planta segunda del Supremo conviven su jefe de gabinete, tres asesores y cinco secretarias. Sin embargo, ahora no mantiene la misma cercanía que en la Audiencia. No es normal verle por los pasillos de la casa ni compartir confidencias en despachos ajenos. En el Supremo tampoco tiene muchos amigos. Al fin y al cabo no es uno de ellos: no tiene su categoría profesional, no ha formado parte de ningún tribunal y por supuesto no ha escrito ni una sentencia. Pero se sale con la suya cuando toca y no duda en usar su voto para inclinar la balanza como hizo en la deliberación en la que el alto tribunal ilegalizó Sortu y Bildu.

Soledad extrema

Otro rasgo de su personalidad es su empecinamiento por defender las causas que cree justas. Así ocurrió cuando fueron investigados los tres jueces de la Audiencia Nacional que habían puesto en libertad al narcotraficante colombiano Carlos Ruiz, el Negro. Dicen que protagonizó un duro enfrentamiento con el entonces ministro del PP Jaime Mayor Oreja para evitar la expulsión de sus colegas. Desde entonces se hizo con la etiqueta de independiente que le llevó a ocupar el cargo más codiciado de la carrera judicial. Lejos quedan estas impresiones porque solo cuatro años después sus virtudes de hombre piadoso, discreto y servil se han convertido en un lastre.

Ahora, nadie da la cara por él, ni en público ni en privado. Su soledad extrema también le ha permitido vivir esta crisis en una burbuja en la que seguro que ha estado acompañado por los "dos grandes amores" de su vida: "la Santísima Virgen y la Eucaristía". Y sin ánimo de contrición porque como él mismo dijo en una entrevista a Mundo Cristiano en abril: "Si no me siento moralmente responsable, no puedo corregirme".