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Las contradicciones de Mariano Rajoy lastran su mensaje fuera de España

Los líderes internacionales todavía recelan de que el país pueda solventar la crisis .

Rajoy y François Hollande, el viernes en Roma.

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a. montilla | madrid
León

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El librillo de Mariano Rajoy, autobiografía de toda una vida en política, aconseja rehuir la polémica, aprovechar todos y cada uno de los errores del rival, dejar que el tiempo amaine la tormenta, lavar los trapos sucios en casa, evitar los posicionamientos rotundos, reinventarse cuando las circunstancias lo exijan, hacer lo contrario que prometió en nombre del bien común y tolerar disputas cainitas entre subordinados para que la última palabra del líder se haga imprescindible.

Una acción política que le permitió ganar la Moncloa pero que, seis meses después de ser investido presidente, comienza a hacer aguas. Rajoy juega ahora entre los grandes de la escena internacional y en ese escenario los trucos domésticos pierden fuelle.

El primer G-20 de Rajoy, que se celebró los pasados 18 y 19 de junio en el estado mexicano de Baja California Sur, puede marcar un punto de inflexión en su puesta en escena. La legitimidad de su mayoría absoluta, que le permite afrontar una legislatura sin turbulencias parlamentarias, no le sirve de salvoconducto cuando cruza las fronteras españolas.

En la cita de Los Cabos, el presidente compartió mesa con los 20 mandatarios que gestionan el 85% de los recursos económicos del planeta. Mal foro para juegos de prestidigitador. Rajoy obtuvo un logro importante: las conclusiones del G-20, lejos de estigmatizar a España, premiaban sus esfuerzos reformistas, sobre todo la recapitalización de sus bancos. Pero, durante la rueda de prensa que ofreció el pasado martes tras la cumbre, el presidente se empecinó en negar que algún miembro del G-20 hubiera instado a España a cerrar la cuantía y el mecanismo del rescate bancario.

Erre que erre

Antes y después de su comparecencia, Barack Obama, Angela Merkel o François Hollande, habían señalado públicamente que la falta de definición del Gobierno español alimentaba la inestabilidad financiera. Rajoy rechazó tales presiones y enfatizó que la línea de crédito se solicitaría tras conocerse el resultado de las auditorías independientes y tras cerrar la negociación del mecanismo.

Su entereza quedó en entredicho sólo 48 horas más tarde. El jueves, en un acto con empresarios brasileños en Sao Paulo, Rajoy habló de la necesidad de hacer efectiva la línea de crédito de 100.000 millones de euros para la banca española lo antes posible. Y la petición formal del rescate bancario, tal y como reclamaron los participantes en el G-20, se hará este lunes.

Pese a su dilatada experiencia política, su bisoñez como presidente, y la de prácticamente todo su equipo, hace mella. Su etiqueta de previsible ya no convence. Además de intentar negar la evidencia de que al menos los presidentes de Estados Unidos, Alemania y Francia, le reclamaron en la cita de Los Cabos más determinación para afrontar el saneamiento de la banca, Rajoy también enmendó su propia teoría de que la línea de crédito de hasta 100.000 millones era una buena noticia para España.

Mientras Rajoy da una de cal y otra de arena en el exterior, los partidos de la oposición han hecho frente común para criticar la decisión del Gobierno de no convocar este año un debate del estado de la nación. El presidente comparecerá en la Cámara Baja tras el decisivo Consejo Europeo de finales de junio, pero pospondrá el debate de política general hasta el año que viene, pese a que varios de sus ministros dieron por hecho que esta importante cita parlamentaría se convocaría en julio o en septiembre. Otra prueba más de la falta de coordinación.

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