Diario de León

Simpatías y rencores

Santiago Carrillo fue alabado por muchos, pero su figura también desató odios. Partió al exilio y erró por medio mundo hasta que regresó a España en 1976.

Los diputados aplauden en recuerdo Santiago Carrillo.

Los diputados aplauden en recuerdo Santiago Carrillo.

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colpisa | madrid

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Así como Santiago Carrillo despertó simpatías y amores, también desató odios y rencores. Su papel en la Guerra Civil, en especial el episodio de Paracuellos del Jarama, donde fueron fusilados 2.500 militares franquistas cuando él era responsable de la defensa de Madrid, fue una mochila para toda la vida. Preguntado muchas veces por el sangriento hecho, siempre explicaba que el convoy que trasladaba a los presos fue asaltado por incontrolados y que su pecado fue no prevenir y evitar el ataque. Fue igual. Para la derecha montaraz y más recalcitrante siempre sería el asesino de Paracuellos.

Tras el conflicto bélico partió al exilio y erró por medio mundo hasta instalarse en París. En la década de los sesenta, cuando ya era secretario general del PCE, cargo que asumió en 1960 y no soltó hasta 1982, exteriorizó su distanciamiento de la URSS, y se alineó con el eurocomunismo, un comunismo democrático, que teorizó el italiano Enrico Berlinguer. Esta misma heterodoxia le animó a ser protagonista de la transición cuando muchos en su partido la descalificaban como maniobra de la burguesía para que nada cambiase.

Regresó a España en 1976, renunció a la bandera tricolor republicana, a ese modelo de Estado y reconoció a la Corona. El premio fue la legalización del partido. El castigo fue el varapalo en las urnas.

Vaivenes políticos

Los comunistas se relamían ante la idea de recibir la recompensa ciudadana por su protagonismo antifranquista ante el silencio casi total de los socialistas. Pero no, el PSOE emergió como primera fuerza de la oposición tras la imparable UCD de Suárez, y el PCE cosechó apenas una veintena de diputados. La derrota le costó el puesto en 1982, y tres años más tarde, la expulsión del partido.

A partir de entonces siguió ligado a la vida pública a través de libros, conferencias y presencia en los medios de comunicación. Hasta creó un pequeño partido, que enseguida se pasó con sus pocas armas y bagajes al PSOE. Él no.

Acabó sus días considerándose comunista y republicano, pero con un especial reconocimiento a la Monarquía porque en España «garantiza los mismos derechos» que una República. Si de algo se sentía satisfecho era de su contribución a la reconciliación entre los españoles con «la esperanza» de que algún día se superará el trauma de las ‘dos españas’.

«Si volviera a nacer —dijo en una de sus últimas apariciones públicas— no cambiaría una coma de lo que he hecho». «En lo esencial—-reflexionó con su cigarrillo en la mano y sus gruesas gafas de miope— no tengo ningún problema de conciencia. Estoy satisfecho con mi vida».

Los restos mortales del histórico dirigente comunista salieron a las 22:10 horas de ayer de su domicilio con destino al auditorio Marcelino Camacho de la sede de CC.OO. en Madrid, donde se instalaró la capilla ardiente. Abrirá hoy sus puertas alrededor de las 10.00 horas y permanecerá abierta hasta las 21.30 horas. El jueves será incinerado en el cementerio de La Almudena y después sus cenizas sean esparcidas en el mar, Cantábrico como era su deseo, según explicaron sus tres hijos.

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