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Viejos verdes

Entre los 708 millones de árboles que hay en León, solo diez siguen catalogados como monumentales; al menos otro medio centenar requieren inmediata protección.

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marco romero | león
León

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Las clarisas de Villafranca del Bierzo conservan el ciprés más viejo de España. Es uno de los árboles más emblemáticos del entorno mediterráneo y, sin embargo, menos conocido del Camino de Santiago; ni siquiera está catalogado entre los árboles monumentales de Castilla y León. Generaciones de monjas lo han cuidado como árbol de vida durante más de 400 años. Detrás, tiene una leyenda que surge 800 años atrás en Italia, cuando San Francisco de Asís, tras un día de camino con sus discípulos, echó su cayado al fuego para calentarlos; el bastón no ardió y en este momento se le atribuye la siguiente frase: «Si no puedes arder, crece». Y así creció un ciprés que los franciscanos —las descalzas clarisas de Villafranca son fieles a estos ideales— introdujeron después en su simbología. El majestuoso ciprés que hoy se levanta sobre el convento berciano fundado por el quinto marqués de Villafranca y virrey de Nápoles fue plantado por su hija sor María de la Trinidad en 1606, coincidiendo con la fundación del convento.

Quizá no tan largas, pero hay 708 millones de historias en cada uno de los ejemplares que hacen de la provincia leonesa uno de los territorios forestales más privilegiados del mundo. Sólo en el entorno europeo, la ratio de 1.421 árboles que corresponden virtualmente a cada ciudadano leonés puede compararse con Suecia o Finlandia. Según los datos recogidos por el último Inventario Forestal Nacional —no se hará otro hasta el año 2018—, León tiene un millón de hectáreas forestales, de las que 526.570 son arboladas. Ya hay más de una hectárea de bosque por ciudadano. Y eso se está convirtiendo en un importante activo para la economía rural. Los datos manejados por la Consejería de Fomento y Medio Ambiente, extraídos del inventario nacional, indican que la explotación de las áreas forestales de León aporta una renta anual de 121 millones de euros. Por supuesto, los recursos madereros son la principal fuente de ingresos para los pueblos (39,1 millones de euros). El no uso de la superficie forestal supone 36 millones de euros. Después está el paisaje, que aporta ingresos de otros 22,8 millones de euros al año por su uso recreativo. Y, en menor medida, queda la contribución de los pastos, los frutos y la caza, que alcanza los siete millones de euros. Eso en cuanto a la productividad de los bosques.

En lo que respecta a su valor, la suma de todas las áreas forestales de León, que suponen una quinta parte del territorio provincial, tienen un valor de 6.000 millones de euros. La madera, con una cotización teórica de casi 2.000 millones de euros, constituye el concepto de mayor tasación, al que sigue el aprovechamiento recreativo de los montes, con más de 1.140 millones de euros. Pero si hay un valor singular ese es el no uso. Es decir, proteger a los bosques de un proceso de masificación o abuso por parte del público, las empresas forestales o las propias instituciones también aporta valor, en este caso 1.800 millones de euros.

Estas cifras desorbitadas dan idea del extraordinario interés productivo, ambiental y recreativo de las masas forestales de León, sin contar el beneficio que suman como capturadoras de CO2. Se calcula que el número de árboles que hay en León son capaces de absorber dos millones de toneladas de dióxido de carbono al año. Pero ni siquiera sirve para equilibrar los 36 millones de toneladas de gases contaminantes que la provincia emite a la atmósfera. De ellos, 16-18 millones de toneladas corresponden a las industrias leonesas a las que en su día se asignó una cuota de emisión por los acuerdos de Kyoto. Eléctricas y cementeras disparan estas emisiones, en las que se incluyen además del CO2 gases como el metano, el óxido nitroso y clorofluores liberados en aerosoles y refrigeradores. Con estas cifras, el número de árboles que tiene León tardaría siete años en mitigar los gases que emite la población en uno

De los millones y millones de ejemplares que salpican la provincia, solo unos pocos son tan sobresalientes que merecen un lugar en el catálogo de especímenes vegetales de especial relevancia, un registro público creado por la Junta de Castilla y León en el año 2003 con los árboles y otros vegetales que se estima son merecedores de un régimen de protección especial, ya sea por sus medidas excepcionales dentro de la especie, por su edad, formación, historia, particularidad científica o por su interés ecológico, paisajístico y cultural, con independencia de su emplazamiento en terreno forestal, agrícola o urbano, público o privado. «Este catálogo, como los árboles, es vivo», afirmó el consejero de Fomento y Medio Ambiente, Antonio Silván. «Está en permanente evolución», añadió. Y la inclusión de un ejemplar supone darle una figura de máxima protección. Se prohíbe marcarlo o encender fuego en la zona periférica de protección, incluso se prohíbe el uso cercano de ciertos fitosanitarios o la construcción de tendidos eléctricos. «Tener un árbol catalogado significa vigilancia y protección y un trabajo más para los técnicos, que son los encargados de realizar esas inspecciones», explicó Silván.

En el año 2006, una orden de la Consejería de Medio Ambiente publicó el listado de los ejemplares incluidos en el registro. Se preseleccionaron 216, pero finalmente se incluyeron 150, de los que tan solo diez se encuentran en la provincia de León (el castaño del Pico, el espino de Villardefrancos, el tejo de Castrillo de Cabrera, el tejo de San Cristóbal, el roble de Sestil, el abeto de Boñar, el haya de Valdosín, el zufreiro de Carucedo, el campano de Villar de Acero y el roble del mirador, en Calzada del Coto).

Pero no están todos los que son. El escritor y naturalista villafranquino Santiago Castelao Diñeiro, al que se le reconoce la mayor biblioteca sobre el castaño, ha encontrado media docena de sobresalientes ejemplares de esta especie sin ningún tipo de protección, con un diámetro de tronco de más de doce metros. Es el caso del castaño de Fontexán, extraordinario árbol que reserva historias de guerrilleros. En opinión del autor de libros como Castaños monumentales del Bierzo: tradición y cultura , Árboles singulares del Bierzo o El Tejo en el Bierzo lo mejor que puede ocurrir a los grandes ejemplares de árboles que aún conserva la provincia es «que se les dé la mayor protección» en un registro administrativo que incluya, al menos en el caso de León, muchos más monumentos naturales que no están reconocidos actualmente. En sus constantes viajes por la comarca berciana también ha detectado la pérdida de unos ejemplares y el destrozo de muchos otros, caso del catalogado campano de Villafranca, que ha perdido recientemente parte de su fisionomía.

El biólogo Bernabé Moya, responsable del área de Árboles Monumentales de la Diputación de Valencia, única institución en España con un departamento tan específico, explica de manera tajante lo que supuso la verdadera protección legal de los milenarios olivos de Valencia, que asimila a los castaños del Bierzo: «Los agricultores los estaban vendiendo por 30 euros, pero se protegieron legalmente y ahora estas mismas personas exportan aceite milenario a Japón; se acabó el expolio de olivos, porque lo que no está protegido no se respeta».

Moya es la persona que ha conseguido verificar —lo ofrece como primicia a este periódico— que los cipreses son auténticos cortafuegos. También es el técnico encargado de evaluar la conservación del ciprés de la Anunciada, en Villafranca. Por su experiencia de 20 años en el ámbito de los árboles singulares, garantiza que «León es una de las provincias con más árboles monumentales de España y con más futuro, especialmente en el ámbito del castaño en producción, no sólo del histórico. «Tiene un futuro económico muy grande». Le falta, como al menos a otro medio centenar de ejemplares, su pequeño reconocimiento.