Diario de León

PSOE y PSC, al borde de la ruptura por el pulso soberanista

Arenas: «Detrás está el problema de que no tienen un modelo de estado claro».

El líder del PSC, Pere Navarro, saluda al presidente de la Generalitat, Artur Mas.

El líder del PSC, Pere Navarro, saluda al presidente de la Generalitat, Artur Mas.

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c. reino | (colpisa) barcelona

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Los viejos barones socialistas, hartos de la cada vez mayor cercanía del socialismo catalán con el nacionalismo, difícil de encajar en sus territorios y perjudicial para sus intereses electorales, han afilado esta semana sus colmillos y han expresado sin ambages lo que llevaban tiempo insinuando en privado. ¡Hay que romper con el PSC!, han dicho, entre otros, Alfonso Guerra, Joaquín Leguina o el extremeño Guillermo Fernández Vara.

Curioso o no, donde más gracia han hecho sus palabras ha sido en sectores del ala catalanista del socialismo catalán, que también acumulan meses y hasta años pidiendo romper amarras con el PSOE, al que ven centralista y como un obstáculo para los objetivos electorales del PSC y para las aspiraciones de autogobierno de Cataluña.

La decisión del PSC, la marca catalana federada al PSOE, de saltarse por primera vez la disciplina de voto en el Congreso, con la única excepción de Carme Chacón, ha llevado a una situación de división entre ambas formaciones, porque, como se ha recordado, ya llovía sobre mojado. Y es que, 35 años de matrimonio pueden dar para mucho: desde alegres inicios, proyectos comunes, crisis, desencuentros, portazos, broncas con las familias, alguna infidelidad, separaciones y quién sabe si el divorcio.

El desenlace de la historia está por ver, pero de momento, el último capítulo no ha hecho si no dar continuidad a la serie que se vivió años atrás entre las dos marcas socialistas y que tuvo su origen cuando José Luis Rodríguez Zapatero y José Blanco poco menos que obligaron al presidente Pasqual Maragall a destituir a su lugarteniente Josep Lluís Carod Rovira en el 2004, tras desvelarse que el antiguo dirigente de Esquerra se había reunido con miembros de ETA en el sur de Francia.

Ya entonces, Blanco amenazó con recuperar la federación catalana del PSOE. El PSC sintió menospreciada su autonomía política, pero volvió a claudicar ante las injerencias para que La Moncloa y Ferraz (cansadas de las maragalladas y del tripartito) impusieran el candidato en las siguientes elecciones catalanas, en este caso el entonces ministro de Industria, José Montilla. La operación no salió como esperaban desde el PSOE, porque Montilla marcó distancias con Madrid. Primero porque desoyó la directriz de Ferraz de que no habría un nuevo tripartito. Zapatero quería un pacto con CiU y le prometió a Artur Mas, con quien firmó el acuerdo secreto y a espaldas del PSC sobre el Estatut, que dejaría gobernar al partido más votado. No fue así, Montilla no ganó, pero reeditó un tripartito bis, puso a Carod como vicepresidente y desde entonces, las relaciones entre el PSC y el PSOE ya no han conseguido ser de confianza.

En evidencia

La votación del PSC esta semana a favor de la celebración de una consulta, siempre que sea legal y acordada con el Gobierno central, ha puesto en evidencia el deterioro de los lazos entre ambos partidos, especialmente en la cuestión que más les ha enfrentado: el debate del encaje de Cataluña en el resto de España.

Pero el PSC, que está azotado por graves problemas internos, corrupción, casos de espionaje y riesgo de escisiones, sobre todo por su ala más catalanista, que aprieta para que la dirección dé un viraje más decidido en la reclamación soberanista, ha dicho basta al sucursalismo.

El número 3 del PP espetó que «el problema es que el PSOE hoy no tiene un proyecto para España ni para Cataluña». Dejó claro que el Gobierno y el PP seguirán defendiendo «aunque sea en solitario, pero con mucho orgullo, la Constitución Española frente a unos independentistas que, ¡vaya independentistas!», exclamó

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