EL PAPA ARGENTINO. LA CEREMONIA
«El verdadero poder es el servicio»
. El Papa da una lección de humildad a los 132 mandatarios del mundo reunidos en su entronización. . Toda la homilía, pronunciada en italiano, fue de vocación optimista y positiva, uno de sus rasgos.
El Papa empezó a serlo oficialmente este martes y sigue sin llamarse a sí mismo Papa. En la misa de inicio del pontificado Francisco volvió a definirse como obispo de Roma y sucesor de Pedro, una elección nada casual que subraya cada día su concepción del poder pontificio como uno más de los obispos distinguido simplemente como pastor. Eso representa el palio que le impusieron ayer en el ritual central, la estola de lana que simboliza el cordero perdido que lleva sobre los hombros el buen pastor. El otro objeto protagonista del rito es el Anillo del Pescador, en referencia a San Pedro, pero Francisco ha renunciado al oro y se lo han hecho de plata dorada. También sus paramentos eran sobrios, la ceremonia en sí fue más sencilla y había mucha menos inversión en montañas de flores que en otras ocasiones. Jorge Mario Bergoglio ha dejado claro desde el principio que sueña una Iglesia pobre y para los pobres, y el nombre que ha elegido, el primer Francisco de la historia del papado, será un honor muy exigente. En su discurso de ayer ante 132 delegaciones de autoridades mundiales dijo: «No olvidemos nunca que el verdadero poder es servicio».
Pero en la ceremonia de ayer había algo mucho más raro que no era explícito: a veinte kilómetros de allí, sentado en un palacio con una tele, por primera vez en la historia el Papa anterior estaba viendo la ceremonia de inicio de pontificado de su sucesor. Nada más empezar su homilía Francisco se refirió «con afecto y reconocimiento» a Ratzinger, retirado en Castelgandolfo, al recordar que ayer era su santo.
Bergoglio esta vez no improvisó y se ciñó al texto escrito, que no resultó tan espontáneo y cercano como en las ocasiones anteriores. Hasta hace una semana era un obispo con un reloj de plástico y una maleta que esperaba volver cuanto antes a su parroquia. Un perfecto desconocido que para los jefes de Estado y de Gobierno se ha convertido de golpe en un interlocutor de alto nivel y una voz que ayer escuchaban con atención. Para él mismo, a sus 76 años, es una sorpresa mayúscula que le ha saltado en la etapa final de su vida.
«El Papa —dijo en su única mención expresa al cargo— debe mirar al servicio humilde, concreto, rico de fe y abrir los brazos para acoger con afecto y ternura la humanidad entera, especialmente los más pobres, los más débiles, los más pequeños, quien tiene hambre, sed, quien es extranjero, desnudo, enfermo, está en la cárcel».
Toda la homilía, pronunciada en italiano, fue de vocación optimista y positiva, uno de los rasgos esenciales de la proyección pública de este Papa, que no condena, no amonesta, no prohíbe y mira al futuro. Es como si le bastara la fe y la confianza absoluta en que al final el bien se abrirá paso si se propaga, empezando por los que mandan. «¡No debemos tener miedo de la bondad y a la ternura!», les aconsejó con una frase similar a la que también dijo Juan Pablo II en San Pedro en su primera misa. Bergoglio defendió la ternura, que «no es la virtud del débil, sino que denota fortaleza de ánimo y capacidad de atención, de compasión». «Hoy, ante tantos trazos de cielo gris tenemos necesidad de ver la luz de la esperanza y de darnos a nosotros mismos esperanza», dijo hablando tanto para él como para los demás, a todos los que tienen una responsabilidad de poder en el mundo.
Apeló a la esfera íntima personal donde, en el caso de los poderosos, se juegan también los destinos de millones de personas: «¡El odio, la envidia, la soberbia ensucian la vida! Debemos vigilar nuestros sentimientos, nuestro corazón, porque es de ahí de donde salen las intenciones buenas y malas, las que construyen y las que destruyen». Hizo pesar sobre quien gobierna la responsabilidad de «custodiar la entera creación y su belleza», una idea en la que incluyó varias veces el respeto al medio ambiente, un rasgo muy novedoso para un discurso de este tipo. Recordó la figura de Francisco de Asís y su amor a la naturaleza e insertó la frase más ambigua y sombría de su sermón al hablar de los «Herodes» que aparecen en cada fase de la historia «y traman esquemas de muerte». E hizo un llamamiento: «Querría pedir, por favor, a todos los que ocupan papeles de responsabilidad en ámbito económico, político o social: somos custodios de la creación, del diseño de Dios inscrito en la naturaleza, custodios del otro, del medio ambiente, no dejemos que señales de destrucción y muerte acompañene este nuestro mundo».