Diario de León

Cesárea Suárez. pastora jubilada y ama de casa

«Antes las mujeres estábamos como esclavas, sin voz ni voto»

Cesárea Suárez, con el retrato de Rabadana, y su marido Tomás Álvarez.

Cesárea Suárez, con el retrato de Rabadana, y su marido Tomás Álvarez.

Publicado por
ana gaitero | veguellina órbigo
León

Creado:

Actualizado:

Cesárea Suárez cuidaba ovejas desde chavala. A los 18 años se casó con un pastor, Ramón Álvarez. A partir de ese feliz acontecimiento, al que aspiraban todas las mozas de su edad en Abelgas de Luna, la faena diaria aumentó: «Mi labor era todo: Criar las hijas, ordeñar las vacas, ir a las majadas y luego con las ovejas. En invierno había que romper el hielo de los regueros para lavar y tener la cena hecha...»

Tiene 69 años y fue nombrada Rabadana en la fiesta del Pastor del año 2002 junto a otra mujer, fallecida hace unos meses. Cesárea y Hortensia son las únicas pastoras galordanadas con el título de Rabadanas en la la tradicional Fiesta del Pastor de Barrios de Luna. Y recibieron los atributos del milenario oficio: el gancho y el zurrón, con un diploma de honor. Desde niñas aprendieron el duro oficio. Con el matrimonio empezó también su vida de trasterminantes.

«En invierno veníamos a la zona del Órbigo y del Páramo y había que cambiar mucho de sitio porque enseguida se acababan los pastos», explica Cesárea Suárez. Una vida nómada y poco cómoda: «Íbamos a los pueblos y solíamos parar en las escuelas donde estaban cerrdas, porque no habia casas que alquilaran. Sin muebles, sin lavadora, sin servicio y con unas camas turcas», recuerda la mujer.

Los ‘cuponicos’

Al principio, cambiaba de colegio a las niñas dos veces al año. Cuando fueron creciendo las matricularon en La Bañeza y la mujer se adelantaba con ellas en septiembre para que fueran a la escuela con normalidad.

Cesárea Suárez se acogió al cese de actividad hace once años después de 40 años cotizando en la Seguridad Social en el Régimen Especial Agrario.

«Empecé a cotizar a los 18 años porque tuvimos la suerte de que en el pueblo había un funcionario de la Agraria que nos apuntaba a todos: hala, a pagar los cuponicos , los sellos», se ríe. Y gracias a ello hoy cobra una pensión de jubilación contributiva, aunque, reflexiona, «al fin y al cabo otras casi cobran lo mismo sin haber cotizado», con la pensión no contributiva.

Tomás y Cesárea compartían todo, excepto los papeles de la explotación que siempre estuvo a nombre de su marido. «Las mujeres estábamos de adorno, como esclavas, sin voz ni voto igual que en esos países que salen por la tele», dice delante del marido.

Tomás no replica y asiente: «Pues así sería». Los hombres tenían su propio mundo y se daba por hecho que las mujeres trabajaban en el campo y tenían que ocuparse de la casa y, si se presentaba la circunstancia, de los mayores dependientes. Como le pasó a Cesárea.

Sin ‘vacación’

Fue una vida de penalidades: «Jamás hemos sabido lo que era una vacación, ni una cena por ahí... pero estábamos contentos», subraya. De lo que más se acuerda es «cuando iba con las ovejas al campo: me encantaba. No tenía más que ganas de que llegara la hora de estar con las ovejas y descansar», confiesa Cesárea. Aún se emociona cuando ve pasar las ovejas: «Se añora mucho». Tiene sobrinos que todavía hacen la trasterminancia, del Órbigoa Luna pasando por La Cepeda y Omaña.

Había una división del trabajo que permitía mantener la unidad familiar y el rebaño: «A la majada por la mañana iban ellos, a mullir, a curar alguna...», al campo iban igual ellos que ellas pero en los puertos las mujeres nunca se quedaban solas a dormir en el chozo.

No había todoterrenos. Los pastores pasaban «dos meses sin ir a casa» («siempre dormí en el chozo», dice Tomás) porque tenían que «bajar y subir a pie». «Las mujeres, con una caballería, íbamos al puerto y les llevábamos la merienda», añade la esposa.

La primavera era la época de más trabajo por las parideras y el esquileo, trabajo éste que los pastores compartían. El rebaño llegó a tener entre 1.300 y 1.500 ovejas. No faltaron lobos en sus largos años de labor. «Una vez que lo ví bien cerca me temblaban las piernas, pero salieron los perros... y marcharon», comenta Cesárea.

De la caldereta se ocupaba siempre el pastor. Y Tomás era de los buenos, cuenta su mujer. «Lo malo es darle la vuelta con el caldero. Para calderear hay poca gente que se le dé», dice el hombre. A él también le reconocieron sus méritos y fue Rabadán en el en el 2009. Nunca más una mujer ha sido Rabadana.

tracking