Diario de León

Cartas desde Afganistán

En la paupérrima provincia de Badghis se encuentra el grueso del contingente español, que en la actualidad es de 857 militares de tropa y 274 oficiales.

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mateo balín | (colpisa) madrid

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Las señales horarias suenan en el barracón Cantabria de la base ‘Ruy González de Clavijo’ de Qala-i-Nao, al oeste de Afganistán. Es el parte de las seis de la mañana de Radio Exterior de España. En la segunda planta se escuchan los primeros pasos de las botas de goma y un murmullo en aumento. A la orquesta le acompaña el ruido del termostato calentando el agua de las duchas. Afuera, una columna de blindados de 17 toneladas enciende los motores, mientras tanto los rezagados apuran la marcha para llegar al desayuno. La primera patrulla del día está preparada.

Así comienza otra jornada más en este acuartelamiento del tamaño de 70 campos de fútbol. Rodeado de un perímetro de seis kilómetros de seguridad y levantado en el 2010 entre dos lomas, con vistas a la ciudad al este y a la cota del Ruso al oeste, una cadena de montañas redondas donde hincaron la rodilla los soviéticos en los años ochenta. De aquella guerra aún quedan vestigios desperdigados por las pendientes.

El personal se despereza y la maquinaria de la base se pone en marcha. El rocío primaveral de la paupérrima provincia de Badghis, donde se encuentra el grueso del contingente español, 857 militares de tropa y 274 oficiales, es cada vez más tenue. A buena hora el sol ya aprieta hasta subir el mercurio a los 20 grados. «Ahora comienza lo peor. El verano aquí va desde abril hasta octubre y te aseguro que se hace larguísimo», comenta Eduardo Castriñín, jefe de cocina desde hace cuatro años.

Desafíos

La adaptación y el estrés son los principales desafíos a más de 6.000 kilómetros de casa. Porque si no buscas la complicidad de tus compañeros, de los que llega a depender tu vida, «seis meses aquí se pueden hacer eternos», concluye este oficial gallego de 30 años.

Caer en la rutina también preocupa a la tropa. El cabo Fernando Diego Martínez, de 27 años, sale de la base a patrullar de forma regular. Su método para no «petar» después de estar recluido una media de cinco horas en un blindado incómodo, con 20 kilos de material a cuestas, es trabajar la atención. «Si caes en la relajación puede ser fatal», admite el cabo asturiano, que ha dejado a su novia el «feliz marrón» de preparar su boda para septiembre.

De cómo ha cambiado la vida militar en las misiones sabe mucho el brigada Martín Iglesias Coto. Es el más veterano del contingente en Afganistán, 61 años, y a finales de junio pasará a la reserva como comandante. Este ovetense de ojos azules fue sargento en la Marcha Verde de Marruecos en 1975, pasó por Líbano y es su tercera vez en el país asiático, donde realiza tareas de asesoramiento a las fuerzas de seguridad locales. «Las condiciones de antes eran infinitamente más limitadas; el soldado de hoy es profesional, tienen honor, disciplina y está mejor atendido», resume.

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