«El que vende las bolsas no grita, le conocen todos bien»

Es «el bolsero». Le conocen en todos los puestos y él sabe de todos también. Pasa rastro arriba dejando paquetes de bolsas, regresa rastro abajo cobrando. Tiene teorías muy lógicas fruto de la experiencia. Por eso, sabe bien que son las mujeres las que suelen gritar sus ofertas a lo largo de toda la mañana, sin desfallecer. «Pero porque por lo general ellas están tras el puesto, a la venta y al reclamo; y ellos montan y desmontan, y entre medias están al negocio y a las relaciones», a la sombra o frente un café.

Alberto Cepedano, de ‘Envases y Embalajes Cepedano Distribuciones SL’, lleva casi 14 años acercando el negocio familiar donde está la clientela. Saluda a todos por su nombre. Sabe bien a quien fiar, a quién se le cobra al contado, quién no compra una bolsa si no es haciendo un regateo que es un paripé, ya que el precio no puede dejar de ser siempre el mismo, pero admite que «muy rara vez hay algún problema, por lo general son gente muy seria». Lo dice un payo que ha hecho tan buenas migas en el rastro que ya ha estado invitado en varias bodas gitanas. Y que, por encima de todo, disfruta.

La crisis también se mide en la bolsa. No en Wall Street, sino en la de plástico con asa. «Se vendían más, con alegría, (los puestos) te pedían por paquetes enteros, y ahora compran más al día, ajustan al máximo», algo «muy lógico». «Lo notamos todos, es una cadena». No termina de decirlo y se acerca una joven con prisa: blande un billete de 10 euros. «¿Tienes cambio?», le pregunta a Alberto. «Nada, hija, sólo lleva un billete de 5 (y lo saca del bolsillo). Es la fortuna del payo». Risas y a seguir tirando del carro.