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carlos j. domínguez | león
León

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Formalmente, y según el Nuevo Testamento, Jesucristo fue el primer exorcista. Antes de él, no existe referencia alguna a la expulsión de lo maligno que se haya apoderado de un ser humano en los términos en que lo explica esta religión. Existen además numerosas citas bíblicas en las que se indica que Jesús cedió ese poder a sus Apóstoles y discípulos para echar demonios en su nombre. Se trata, pues, de un rito que apenas tiene 2.000 años, aunque su espíritu se hunda en las raíces del tiempo en forma de ritos tribales más o menos semejantes.

En realidad, el primer texto que reglamenta este poder emanado personalmente del hijo de Dios cristiano data del año 1.614 y la iglesia católica ha venido aplicándolo a pies juntillas, sin variar ni una coma, hasta 1998, antes de ayer, como quien dice. Fue Juan Pablo II quien avino el viejo texto del Rituale Romanum a los preceptos del Concilio Vaticano II y también a los avances científicos en el campo de la mente. Gracias a ello, el hecho del exorcismo está de plena vigencia y actualidad. Se puede hablar de un exorcismo del siglo XXI.

Según el Rituale Romanum , los signos que identifican a una persona poseída por Satanás son «hablar idiomas desconocidos, expresar cosas lejanas u ocultas, mostrar una fuerza física que no se corresponde con la realidad de la edad o del estado de salud, así como mostrar una vehemente aversión hacia Dios, la Virgen, los santos, la cruz y las imágenes sagradas». Si bien, «estos signos pueden ser solo un indicio y no significa necesariamente que provengan del diablo», añade cautelosamente el documento.

Y así se afanan en aclararlo siempre los oficiantes cristianos de este rito. Uno de los más mediáticos y conocidos, el padre José Antonio Fortea, insiste en que «existen problemas psiquiátricos que deben de estar en manos de especialistas y que tienen que ver íntegramente con el ser humano y que no se relacionan con lo espiritual; pero existen algunos casos, pocos, en los que después de examinar a la persona se llega a la conclusión razonable de que la causa de sus síntomas no es psiquiátrica, sino que se encuentra bajo la influencia del demonio».

Desechado el origen clínico de un comportamiento muy desordenado y muchas veces violento, es cuando se inicia el proceso de exorcización. Siempre que alguien reclame la intervención eclesiástica, claro. Y aún así, el proceso es de todo menos fácil. No podrá iniciarse ningún tipo de rito, al menos de carácter oficial, sin la obligatoria la autorización del obispo correspondiente para cada caso. Aunque también existe otra opción: autorizar de manera general y permanente a un determinado sacerdote para que ejerza dentro de la diócesis este ministerio de exorcista.

Salvados los formalismos, el ritual comienza con la aspersión del agua bendita, seguida de un rezo y la proclamación del Evangelio. Después, el exorcista impone las manos sobre el poseído e invoca la potencia del Espíritu Santo para que salga el diablo del cuerpo.

El ritual permite que el sacerdote pueda soplar sobre la cara del poseído, renovar las promesas del Bautismo e invocar a Dios que libere del mal su cuerpo mortal. La ceremonia concluye con la presentación de la Cruz, símbolo del poder de Cristo sobre el diablo.

Pero como el demonio es persistente, no es extraño que no abandone el cuerpo a la primera, por lo que se procede a repetir todo el proceso. Las sesiones nunca exceden de las tres horas. Vamos, que cualquiera que haya visto la película El exorcista de William Friedkin, o la novela original de su guionista, William Peter Blatty, sabe con mucha precisión cómo es la escenografía de un momento tan dramático, salvando unos pocos detalles dramáticos.

El texto ‘oficial’ católico recomienda que el exorcismo debe celebrarse de manera privada, sin la presencia de medios de comunicación, y que el exorcista y los presentes no deben divulgar la noticia de la celebración, «ni antes ni después». Y es que, pese al morbo social, un silencio sepulcral suele envolver estos procesos. De ahí que un periodista leonés deba poner en cuarentena la información tantas veces insistida de que nunca se ha practicado un exorcismo en las diócesis de la provincia. Puede que no, pero también puede que sí.