REINVENTADOS
Víctor González, gafas de madera
Quiso ser radiólogo pero los recortes en sanidad le cerraron la puerta. Ahora se gana la vida comercializando gafas de madera que elabora artesanalmente a la medida de los clientes que le contactan por internet.
De la mano del culto a lo exclusivo, asistimos a un regreso a lo natural. La tecnología ha invadido nuestras vidas hasta convertirse en una prolongación de nosotros mismos. Pero, curiosamente, cada vez apreciamos más lo orgánico, lo auténtico, lo que recuerda «a lo de toda la vida», ya se trate de un tomate o de una experiencia vacacional. Al tiempo, está creciendo el interés por lo personalizado. En plena era posindustrial hemos vuelto la mirada hacia todo lo que escapa a la producción en serie. Apreciamos como nunca ese artículo que está hecho a nuestra medida y que no posee nadie más en el mundo. Está cambiando la escala de valores, y la de los gustos.
Sin más estudio de mercado que esta sospecha, Víctor González, madrileño de 31 años, se ha propuesto vivir de la elaboración y venta de gafas de madera que él mismo diseña y fabrica de manera artesanal a la medida del cliente. Lleva un año y medio dedicándose a esto, y si bien aún solo le da «para sobrevivir», la creciente aceptación de sus inusuales y cálidos anteojos le anima a mirar al futuro con confiado optimismo.
Gafas de madera, ¿por qué no? De esta crisis va a salir reforzado el que tenga la idea más original y la haga realidad de la forma más audaz. En realidad, el día que Víctor González dio con esta ocurrencia perseguía intereses más personales. «Sentía la necesidad de hacer algo con mis manos, y la madera era un material que siempre me había atraído», explica. Podría haberle dado por diseñar otros utensilios, y de hecho primero pensó en la fabricación de monopatines, pero un instintivo sentido práctico acabó llevándole a las gafas. «Ocupan menos espacio que los patines, me permitían trabajar en un taller más pequeño. Además, eran más raras. Ya que ponía en marcha un proyecto nuevo, quería que nadie, o al menos poca gente, estuviera haciendo algo igual en ese momento», explica.
Ese momento fue el verano del 2011, época en la que se sintió un hombre sin salida. Después de trabajar varios años en el sector de los seguros y abandonarlo cansado de la rutina de la burocracia, había hecho un curso de técnico en radiología con esperanzas de pasar de los siniestros a las radiografías. Con tan mala suerte que su diplomatura coincidió con la llegada de la plaga de los recortes al sector sanitario. «Eché solicitudes, pero pronto vi que las posibilidades de entrar a trabajar en un hospital eran nulas. No se esperan oposiciones para antes de cinco años», relata.
Tocaba volver a reciclarse, y ya puestos, ¿por qué no atreverse con algo fuera de lo común? «Apostar por esto tenía una ventaja añadida: requería poca inversión de dinero. Al final me lancé porque tenía poco que perder», recuerda. En esa factura no pone las horas que se pasó navegando por internet para aprender los trucos de la elaboración artesana de gafas de madera. Un suizo que las hacía en marfil despertó su inspiración. Unos norteamericanos de Oregón que las fabrican a escala industrial le hicieron ver que aquí había negocio. La red ha puesto las ideas del emprendimiento a un clic de distancia.
Con la paciencia de un relojero antiguo, Víctor González diseña y ensambla las gafas en su taller del barrio de Lucero de Madrid. Él mismo corta las lamas y les pega las capas de madera noble que le dan ese aspecto tan particular. En la mano se aprecia la calidez del ébano, la pureza del palosanto, el magnetismo del vengué. Tarda ocho horas en tener un par listo, que luego anuncia y vende a través de su página web: feel-wood.es. A diario le contactan decenas de clientes que aprecian el valor de un producto hecho a mano en exclusiva para ellos. Tanto gente común como apóstoles del gusto de estos tiempos. El gafapasta ya no es cool: ahora pita el gafamadera.