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LA SEMANA POLÍTICA QUE EMPIEZA por FERNANDO JÁUREGUI

¿No son Rajoy y Rubalcaba los que debatirán en la tele?

Publicado por
León

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Habrá «debatazo». O, al menos, debate. Menos mal que imperó la sensatez a la hora de aceptar, a dos bandas, el debate televisado entre Miguel Arias Cañete y Elena Valenciano. A punto estuvo de no realizarse, básicamente por las reticencias del candidato popular, que sabe que nada tiene que ganar, por lo que le dicen las encuestas, en una confrontación con la socialista.

Entiendo que los debates televisivos no son solamente aconsejables desde un punto de vista de sanidad democrática: deberían ser obligatorios. Como la limitación de ciertos mandatos o el desbloqueo de las listas electorales. Pero ya se sabe que hemos elegido hacer una política convencional, la de siempre, que no entraña riesgos para los componentes de eso que se llama «clase política». Y, así, ya se ve cómo anda la campaña: en medio de la indiferencia ciudadana —lo que preocupa no poco a los dos partidos mayoritarios—, pese al heroico esfuerzo de la mayor parte de los medios de comunicación, que actúan, actuamos, como altavoces de unos mítines no favorecidos precisamente por afluencias masivas.

Por tanto, convenientemente tasado y reglado, el debate se celebrará, y será todo lo aburrido que usted y yo esperamos, si el buen Dios o los candidatos no lo remedian cediendo a la «tentación» de la espontaneidad, de volar alto, de no echarse herencias recibidas a la cabeza, de no hacer chistes sobre la cartelería «azul» de un candidato o sobre la vestimenta de la adversaria. Lo que ocurre es que la «gran política» se la dejan a los cabezas de serie, Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba, que son los que sobrevuelan —aunque no siempre— el lodazal del insulto y los tópicos habituales. El «debatazo», en realidad, se centra en el satisfecho Rajoy, encantado de haberse conocido económicamente —no tanto políticamente— y el crítico Rubalcaba, que menuda oportunidad tenía en esta campaña de anunciarnos si se presenta o no a las primarias en su partido, en lugar de esperar al resultado de las urnas el próximo día 25. Que va a ser, machacan las encuestas, malo para el PSOE y, por consiguiente, peor aún en concreto para ese veterano Rubalcaba que está aguantando el tinglado como puede, y que está siendo tentado por algunos poderes fácticos para que continúe su carrera política. No estoy seguro de que lo haga, pero ya veremos.

Ahora que hablamos de Rubalcaba: ni siquiera ha sido capaz de atajar ese loco proyecto del máximo dirigente socialista en Extremadura, Guillermo Fernández Vara, que, en plena campaña, y en la jornada siguiente al «gran» debate televisivo, ha tenido la ocurrencia de presentar una moción de censura contra el presidente extremeño, José Antonio Monago, que está en el apogeo de su popularidad y, encima, apoyado por las otras dos fuerzas del Parlamento autonómico. Se le regalará así, perdiendo estrepitosamente la moción, otra baza al PP, a ese Rajoy que ya no cabe en sí de satisfacción saboreando por anticipado la victoria —aunque sea en descenso con respecto a ediciones anteriores— el día 25.

Ignoro, lo confieso, cuál será la decisión de Rubalcaba si, en la noche electoral, sufre un varapalo serio, que sería el segundo tras el 20-N de 2011. Sigo pensando que el cántabro es la mejor opción en su partido, pero los ciudadanos, y el propio PSOE, parecen algo cansados del juego habitual. Tal vez sería mejor que terminase de abrasarse, en un sacrificio loable por acabar de democratizar su partido —el proceso está bastante avanzado, esa es la verdad— y por llevar a término los pactos imprescindibles con el PP, esos que ahora se niegan tajantemente porque la campaña obliga a sacudirse de lo lindo.

Que nadie me acuse, por favor, de favorecer el bipartidismo, hablando solamente de «populares» y socialistas: no me convence nada lo que estoy oyendo a esas llamadas formaciones «menores», a las que respeto sinceramente, y mucho menos a las «muy menores», algunas nutridas por tertulianos a los que ya se conocía de lejos. Siento mucho, de verdad, decirlo: ahí no está la alternativa que a mí me gustaría frente a lo de siempre, a las esencias bipartidistas, a lo que escucharemos, si, ya digo, el buen Dios y ellos mismos no lo remedian, en el «debatazo» de esta semana.

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