«Esta mina fue un matadero»
La desaparecida mina La Única, de Casetas de Oceja, emerge con la memoria de los que perecieron picando carbón con el primer documental sobre un accidente minero en León.
—¿Cuántos años tiene?— pregunto al hombre que monda una pera sentado en la escalera.
—Pues sesenta...— contesta como quien elige un número a voleo.
—¿Sesenta?—
Máximo Álvarez, que tiene cara de niño aunque nació en 1933, no está de guasa. El Grillo fue poco a la escuela, pero sabe latín y tiene buena memoria. Hace sesenta años y seis meses sintió salir un vendaval por la bocamina de La Única. Una «explosión terrible» que hizo añicos los cristales del economato y «se oyó hasta en Cistierna».
Fue el 10 de junio de 1954. En ‘la mina de Esteban Corral’, de Casetas de Oceja (La Ercina), una de las explotaciones más antiguas de la cuenca de Sabero y una de las más olvidadas, murieron 14 mineros abrasados por el fuego del grisú.
—Ese día nací...— aclara el hombre mientras da cuenta de la pera con la navaja, con la cabeza bien protegida por un pasamontañas de piel.
Es la tragedia conocida más víctimas en la historia de la minería del carbón en León y la primera que se reconstruye en un documental. Los 14 de Casetas, de Raquel Rodríguez, se estrenó en Sabero el día de Santa Bárbara. Máximo Álvarez ha contado la historia muchas veces. «Yo salvé de chiripa. Por obediente. A las doce llegó Ramiro y me dijo: ‘Vamos, que anda mal el vacío y vamos apartando los vagones para la quinta’». Él no hizo caso. «Estábamos en el economato de juerga, uno había comprado una chaqueta de pana y queríamos estrenársela. Estábamos tomando vino con azúcar, para no aborrecerlo», continúa. «A mí me dijo el capataz que a la una y a la una entro yo», espetó al boyero.
Como un volcán
No había pasado media hora cuando «salió por la bocamina como un volcán». La «ventolada de fuego» calcinó el sembrado de centeno que había al lado de la mina y los robles que custodiaban la entrada. Daniel Tascón, hijo de uno de los mineros muertos, Leonardo, completa con su recuerdo la reconstrucción de aquel momento: «Subía el humo como la fábrica de Burgos que se quemó el otro día».
La tragedia se cebaba una vezmás con los mineros y sus familias. «Esta mina fue un matadero», recalca Máximo Álvarez haciendo recuento de los años con accidentes de múltiples víctimas en en esta mina de principios del siglo XX que Hulleras de Sabero había arrendado a Esteban Corral, empresario natural de Olleros de Sabero. «La mina es hembra y lleva a muchos machos por delante», dice siempre este hombre que nació a su vera y entró a trabajar en el pozo cuando le faltaban tres días para cumplir los catorce años.
«La hulla es muy peligrosa, pero en esta mina en particular ocurrieron muchos accidentes graves», añade su nieto Javier Juan Álvarez, uno de los impulsores de la recuperación de la memoria de los 14 de Casetas como concejal de Cultura del Ayuntamiento de La Ercina.
«En 1937 hubo un accidente con nueve muertos, en 1953 otro con cuatro, en el 54, los catorce; en 1961, seis y en 1962, cuatro que murieron por asfixia», relata el joven. La siniestralidad en las minas era muy elevada pero la de esta mina en particular es llamativa.
La mina La Única cerró en 1966. «Fue el 27 de febrero de 1966», apunta el alcalde de La Ercina, Ignacio Robles. Es una fecha inolvidable: «Mi padre se jubiló el 26 de febrero con 40 años de servicio», añade.
Al principio, relata, «iba andando desde Modino hasta Casetas». Después se casó y formó la familia en Yugueros. La imagen de la «madre siempre de luto» se ha quedado en su retina como muestra de los golpes que daba la mina a aquellas gentes.
«¡Qué triste ponerse de negro!», decía una niña mientras la vestían para el entierro tras la tragedia. Lo cuenta en primera persona una de las mujeres que dan su testimonio en el documental Los 14 de Casetas. Es una huérfana del grisú. No tiene recuerdos de aquellos días más esa imagen del luto.
El 10 de junio de 1954 un total de 34 personas perdieron al padre. Siete eran hijos e hijas de Leonardo Tascón. Los dos mayores, Delfín y Daniel, también trabajaban en la mina pero se libraron. El primero había ido a la revisión médica a Cistierna. Cada jueves salían diez. Daniel estaba casa, había salido del tajo con el relevo anterior.
A los catorce de Casetas, aquel día, el grisú «los jodió el alma, los disecó», lamenta El Grillo. Su esposa, Beles, tenía once años y estaba en la escuela. «El maestro, que era empleado de la empresa, salió a ver lo que había pasado y nos dijo: Todos para casa, sin quedarse nadie en el camino que ha pasado algo muy gordo», relata.
La curiosidad empujó a la chavalería hasta el robledal desde el que divisiban todo el revuelo de la bocamina. A partir de las cinco de la tarde empezaron a sacar los cadáveres. «El más quemao de todos era un cuñado mío, Delfín Ríos. Como conocía la mina marchó para la cuadra de los bueyes y se metió en el arca del pienso», relata el minero.
«Se le caía a uno el alma»
A Máximo Álvarez le tocó ayudar a recoger los muertos y ponerlos en la mesilla para sacarlos. Se les pegaban las pieles a las manos. Algunos sólo conservaban de sus ropas el cinturón y las botas. «Hace tantos años que casi lo mastico, no sabes el dolor que es ver los compañeros muertos. Se le caía a uno el alma», dice mientras desgrana todos los nombres con sus categorías y el pueblo en el que vivían.
Casetas era el paquete sur o Sabero 7 en las concesiones que adquirió Hulleras de Sabero. Esteban Corral era el arrendatario en aquel entonces. Había sido un emprendedor que empezó fundando la fábrica de harinas La Moderna, en Cistierna, y cuando murió tenía en su haber la medalla de mérito al Trabajo además del arrendamiento de concesiones mineras en Oceja de Valdellorma, La Única y el Peñón, y en otras localidades de la comarca. El arrendamiento era el sistema de explotación que implantó Hulleras de Sabero para extraer el carbón de los diferentes pozos: Oceja, Quemada, Olleros, Herrera, Los Valles.
De La Única no quedan más restos que las huellas de la bocamina en un talud, aunque se conserva la caseta del cable estante para el ferrocarril minero que llevaba el carbón hasta el lavadero en La Ercina —cuyas instalaciones ocupa ahora la casa consistorial— y la ‘casa del amo’, una edificación restaurada que se pretende abrir para usos turísticos.
«El turismo es lo que nos queda», dice el hombre mientras recorre el solar que ocupaban las instalaciones mineras de Casetas y apunta a la Peña del Castro, donde dos campañas de excavacaciones estivales han sacado a la luz el castro vadiniense que ocuparon sus antepasados entre el año 600 a. C. y el año 20 de nuestra era.
Un poblado minero
Hace pocos años que unas máquinas enviadas por la Junta de Castilla y León derribaron lo que quedaba del economato, el descargue y el pabellón de viviendas del poblado minero. «Si no me planto aquí tiran la caseta», señala Máximo al lado de la pequeña edificación de forma triangular que da la bienvenida al pueblo con el dibujo de las herramientas mineras,
Casetas de Oceja de Valdellorma nació gracias al carbón. Y con el cierre de la mina estuvo a punto de morir. Pero aún resisten allí Máximo y Beles: «Di que en Casetas hay vida», insiste la mujer, una luchadora que se puso en pie a los 10 años de edad como consecuencia de las secuelas de la poliomielitis. Ahora, que tiene dificultades para agacharse, ha puesto el huerto a la altura de sus manos en unas cajas de pescado bien apañadas.
El despoblamiento del municipio es brutal, ejemplo de lo que sucede y sucederá en las comarcas mineras. En los años 50, La Ercina tuvo su pico demográfico más elevado en la historia: 2.465 habitantes, según el Instituto Nacional de Estadística. En 1991, ya contaba con un censo por debajo del millar y en el último padrón municipal sumaron 518 residentes. La cifra más baja de su historia reciente. En el castro prerromano, amurallado, vivieron unas 200 personas. La población actual es una quinta parte de la gente que vivía «como podía» cuando se produjo el accidente de los catorce de Casetas, a mediados del siglo XX.
«Había uno que llevaba tres ajos a la mina para comer y decía que eran tres perdices», apunta el viejo minero. La Ercina está entre las zonas en las que la minería convivió con la ganadería y la escasa agricultura que se da en estas tierras hasta el cierre de los pozos de carbón. Las huellas de una gran escombrera se perciben desde la carretera que conduce desde Boñar a Cistierna.
«Después del cierre de La Única en 1966, en los años 80 vinieron los de Dragados y Construcciones a explotar el cielo abierto y lo que se ve es un valle lleno de escombros», añade. En cierta ocasión salvó a unos muchachos que entraron con motos de perecer hundidos en la escombrera.
‘¡Se mató el relevo!’
En la mina de Casetas de Oceja llegaron a trabajar 500 obreros. El día del accidente eran unos 200, según las crónicas de la época que firmó a pie de mina el veterano Joaquín Nieves para El Caso, con un amplio reportaje gráfico de Bayón, y también para el Proa.
Por los contornos se corrió la noticia de que «se mató el relevo en Casetas». No fue así porque la explosión «salió por La Única, si sale por el El Peñón se quedan todos allí», añade Máximo. «Se averió la máquina de extracción y mi padre salió a avisar al mecánico», explica Daniel Tascón, hijo de Leonardo Tascón, de La Ercina. El mecánico era Antonio Félix Rodríguez, de Casetas de Oceja. A costa de la avería entró también el lampistero Trinitario Rodríguez Sánchez, que no tenía que estar allí.
La mina tenía dos planos inclinados. Uno descendía hasta el cuarto piso. El otro desde éste hasta el séptimo. Se comunicaban entre sí mediante un travesal, como ha explicado Leoncio García en un artículo que escribió para la revista local Peña El Castro. «De este transversal partía hacia el exterior el pozo de ventilación donde al parecer se produjo la explosión», añade el ingeniero, que perdería a su hermano, Jesús García, Chuchi , famoso luchador, en el accidente de 1962 en el que murieron otros cuatro mineros en La Única.
«La presunta detonación de una carga explosiva destinada a eliminar por la vía rápida un atasco existente en el pozo de ventilación pudo haber sido la causa de la explosión de grisú», explica. Es la versión que cuenta también Daniel Tascón, aunque nadie tiene certeza de lo que pasó. «Fue uno que dio fuego a los cartuchos para intentar desatascar el pozo, en vez de apuntalar y se preparó la más gorda de la historia de este pueblo», apostilla el hijo de Leonardo.
«Había que sacar carbón y carbón» y nadie se ocupó de ir con el pájaro o la lámpara del grisú a la galería. La seguridad era un concepto desconocido en aquellas explotaciones. Los hombres entraban en la mina para ganar el jornal y en ocasiones para librarse del servicio militar, pese a que sabían que la muerte siempre andaba cerca.
Para Raquel Rodríguez, directora del documental Los 14 de Casetas , lo importante no es tanto lo que pasó como «la normalidad con que se vivía la tragedia en el día a día de la mina. Ni siquiera se buscaban responsables». Ahora conoce un poco mejor su tierra y la historia de un país en el que «en el en aquellos tiempos el Gobierno no daba explicaciones». A la joven cineasta le sorprendió la «relación de amor-odio con la mina» de los mineros que ha entrevistado para el documental. «Todos volverían otra vez a la mina a pesar de lo mal que lo pasaron», añade.
Años negros en los pozos
La siniestralidad en la mano ha bajado en las últimas décadas, de manera pareja al aumento de las medidas de seguridad y el descenso de la producción y la plantilla en el sector del carbón. En 1989 se puso en marcha un reglamento de seguridad minera. En los años 80, se sucedieron numerosos accidentes y hubo movilizaciones para exigir más seguridad. En años como 1984 se contaron 23 víctimas mortales. La misma cifra se repitió en 1987. Otros 18 cayeron en 1985 y el mismo número de mineros perdieron la vida en 1988.
En la siguiente década hubo 13 víctimas en 1993 y 10 en 1994. Desde el 2005 hasta la actualidad se han registrado en la minería del carbón un total de 23 muertes, de las cuales 18 fueron de mineros de interior y 5 de exterior. Asimismo, 53 trabajadores resultaron heridos graves, 42 en minas de interior y 11 en cielos abiertos, según datos de la Dirección General de Minas de la Junta de Castilla y León.
El peor año de estos últimos fue el 2013 con la tragedia del pozo Emilio del Valle, en Llombera de Gordón, en la que perdieron la vida seis mineros. En 2005, se habían producido cuatro accidentes mortales y en 2011, tres. El resto de los años se cerraron con una víctima mortal, dos en el 2008 y ninguna en el 2009.
El dolor por la trágica pérdida acompaña a los familiares de por vida. El documental Los 14 de Casetas es el primero que profundiza en un accidente minero en León. Está basado en las entrevistas a familiares y supervivientes del accidente del 10 de junio de 1954. Y aprovecha las nuevas tecnologías y formación del joven equipo para hacer una reconstrucción de la mina La Única y del accidente con el álgido momento de la explosión saliendo por la boca de la mina.
«Mi madre no volvió a llorar», dice un huérfano. Otro cuenta que la suya iba del caño a casa cuando oyó la explosión: «Se le cayeron los calderos al suelo». «Esto era una valle de lágrimas», añade otra voz. El documental se inicia con un párrafo de la novela Escenas de cine mudo , locutado por el autor, Julio Llamazares. Es la mirada de las mujeres que esperan a los mineros con la esperanza de ver a su marido o a su hijo. Muchas mujeres no volvían a ver a los suyos. Y tenían que arreglárselas para salir adelante. La vida de Delfina, la viuda de Egesipo Sánchez, el maquinista, se torció aquel funesto día. Su marido había montado una fábrica de gaseosas con la idea de dejar la mina. Pero todos sus sueños se quemaron con él en el pozo. Sacó adelante a su hija María Edén, para quien su padre había soñado un futuro de farmacéutica, según confesó la mujer, que contaba dos años cuando ocurrió el accidente, a Magdalena Sánchez en la revista Peña El Castro.
Entre quienes se salvaron de morir aquel día está el no menos trágico caso de Baltasar Abad, vigilante. Resultó herido y se recuperó en el hospital en León. Después de meses volvió a la mina. Al día siguiente de reincorporarse al tajo pereció en otro accidente. En la mina de Casetas de Oceja. La mina de Esteban Corral se cerró en 1966, hacía siete años que había muerto el empresario, tras inundarse. Cuentan que sus herederos no lograron crédito para comprar un cable submarino necesario para salvar la explotación.
Máximo ya no estaba allí. Se había ido a Asturias, donde vivió la primera huelga de la minería durante la dictadura, por la octava hora, en 1957. A los 36 años le mandaron para casa con silicosis y una exigua pensión. Se hizo ganadero. Y nunca dejó Casetas: «Llevo aquí toda la vida, me trajeron en mantillas desde Villacontilde». El Grillo sigue cantando.