Diario de León

ANIVERSARIO DE LA ARMH

La memoria histórica llega al kilómetro 15

En 15 años se han exhumado 48 fosas y rescatado los restos de 176 víctimas en la provincia, la mayoría aún sin identificar

Dos jóvenes escriben en tiza en la plaza de San Marcos los nombres de los presos y represaliados de la Guerra Civil

Dos jóvenes escriben en tiza en la plaza de San Marcos los nombres de los presos y represaliados de la Guerra Civil

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ANA GAITERO | LEÓN
León

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La vida de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica arrancó hace 15 años en Priaranza del Bierzo y ha llegado este verano, pese a la precariedad económca, al kilómetro 15 de la carretera de Gradefes, a la mayor fosa de la Guerra Civil en León.

La Valleja de los Muertos está en el kilómetro 15 de la carretera de Puente Villarente a Gradefes. Ahí, en Casasola de Rueda, se busca la mayor fosa de la Guerra Civil en León. Este verano se exhumaron seis cuerpos en dos enterramientos distintos. Dos sacas de cuatro y dos personas. Aún no tienen nombre pero son más de diez familias las que reclaman a sus desaparecidos en Casasola y más de una veintena los nombres recopilados por la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) en el proceso de investigación histórica e identificación de las víctimas.

La ARMH cumple 15 años de memoria histórica en el kilómetro 15 de esta carretera leonesa flanqueada por viejos chopos. Con 48 fosas exhumadas en León y 176 víctimas rescatadas del olvido en las cunetas. Aunque su labor va más allá de la exhumación de fosas, es una de las acciones que más relevancia han adquirido desde que el 16 de octubre de 2000 comenzara la búsqueda de 13 paseados en Priaranza del Bierzo.

Desde entonces, en todo el país suman más de 2.000 cuerpos desenterrados en estos tres lustros y un listado de 144.226 personas que son reclamadas como víctimas de la Guerra Civil. Las víctimas del bando ‘perdedor’ son reclamadas, sobre todo, por sus nietos. Emilio Silva, presidente de la ARMH, es el nieto de Emilio Silva Faba, un comerciante villafranquino de 44 años que había vivido en Nueva York y Argentina, defensor de la escuela pública y laica de su pueblo, es uno de los 13 paseados asesinados por la Falange el 16 de octubre de 1936 y sepultados en una cuneta.

La asociación inició la búsqueda de los 13 hombres 64 años después. Fue la primera exhumación con métodos científicos de una fosa de la Guerra Civil, en el término municipal de Priaranza del Bierzo. Aquí empieza la historia de las exhumaciones realizadas por la asociación en estos tres lustros. Poco tiempo antes, en 1998, efectivos del Greim de la Guardia Civil rescataban de una sima en Picos de Europa los restos de los paseados en el pozo Grajero, en Lario, casi todos asturianos.

«Hay constancia de que en los años 70 se desenterraron cuerpos de las cunetas en Palencia, Navarra, La Rioja... y ahora el CSIC tiene un proyecto de investigación a cinco años vista para investigar este capítulo», comenta Emilio Silva. No hay provincia en España sin cunetas por investigar o ya exhumadas. El Ministerio de Justicia tiene registradas 2.427 en el mapa de fosas de la memoria histórica. Muchas de ellas fueron removidas por Patrimonio Nacional, incluso en los años 50, para trasladar restos al Valle de los Caídos. Son las del bando que se proclamó vencedor.

Otras muchas son las que ha ido exhumando la ARMH. Pero faltan muchas en este mapa. En concreto, en la provincia de León aparecen 48, el mismo número de fosas levantadas por la ARMH en estos 15 años a las que hay que añadir 8 desenterradas por Patrimonio Nacional con el traslado de restos al Valle de los Caídos y las no intervenidas como la fosa del monte de Jabares, en Cabreros del Río.

De la fosa de Casasola de Rueda habla mucha gente. Pero fue la petición de ayuda del nieto de un fusilado, Adolfo Robles Lera, quien motivó la búsqueda. Julián Robles comenta que fue al morir su madre cuando se decidió a contactar con la asociación para recuperar los restos de su abuelo y «también su nombre, pues también fue eliminada su identidad de todos los registros». «No se puede matar a quien no existe», subraya.

El 14 de julio se inició la búsqueda de la fosa común en la que reposa un grupo de más de 25 personas procedentes de la prisión de Cistierna, asesinadas en torno a octubre de 1937, con la caída del Frente Norte. La información de los vecinos llevó a la Valleja de los Muertos, donde se constataron otros lugares de enterramiento clandestino. Primero dos hombres y luego cuatro. «Adolfo Robles Lera será recordado como la primera víctima de Casasola en ser reclamada y gracias al cual se han recuperado los restos e identidades de la que será, sin duda, la mayor fosa común exhumada en la provincia de León», explica Marco González, vicepresidente de la ARMH. Adolfo Robles Lera, de San Pedro de Foncollada, Dionisio García Flórez, de Fresnedo de Valdellorma, Quiterio Gutiérrez Corral, también de San Pedro de Foncollada y Ezequiel García Canseco, de La Ercina, todos ellos mineros que contaban entre 17 y 30 años de edad, son algunas de las víctimas que se buscan en Casasola de Rueda.

Allí deben estar también los restos de Felipe García Pérez, de Olleros de Sabero, otro minero paseado en septiembre de 1936 cuya acta de defunción, emitida en 1978, señala como causa de fallecimiento: Fusilado motivo Guerra Civil. Su nieta, Felicidad Rodríguez, cree que varios vecinos del valle, ya fallecidos, estuvieron implicados en la detención motivada, según ha podido saber, «por no entregar en el plazo prescrito una escopeta de caza».

Adolfo Robles, cuenta su nieto, nació en La Ercina el 27 de septiembre de 1907 y desapareció a finales de 1937, tras huir del pueblo. Al poco de estallar la guerra con el golpe de Franco fue asesinado por unos convecinos José, pariente suyo. Corría el otoño de 1936 cuando decidió buscar cobijo en la zona republicana. «Al caer el Frente Norte regresó al creer las promesas de reconciliación lanzadas por los ‘nacionales’», explica el nieto. Adolfo Robles y sus hermanos regresaron a casa junto a otros compañeros mineros pero pronto vieron que la guerra no había terminado para ellos.

«Su hermano Isaías fue sacado de casa por un grupo de civiles armados que recorrían los pueblos con total impunidad acompañados de guardias civiles. Fue torturado y asesinado en las proximidades del cargadero de carbón de La Ercina», relata Julián.

En los últimos dos años ha reconstruido los últimos días de su abuelo con testimonios de personas que aún viven en La Ercina. Adolfo Robles y otro joven minero llamado Quiterio se entregaron a la Guardia Civil y fueron encarcelados en Cistierna. En cuanto se enteró, su esposa acudió al cuartel donde estaba arrestado para llevarle alimentos. «Si por mí fuera alimentaba antes a los perros», le dijo el guardián.

Días después regresó al mismo lugar con más víveres y se encontró con la sorpresa de que su marido ya no estaba allí. «Preguntó y le respondieron que se había ido: había sido borrado, nadie sabía nada de él ni del resto de detenidos, hasta que alguien cercano le narró lo sucedido y le señaló el lugar del monte en el que habían sido eliminados, al alba, sacados en una camioneta de la muerte», cuenta el nieto. Otro hermano de Adolfo, Isaías, también fue paseado mientras que un tercero, Jesús, resultó condenado a doce años y un día por auxilio a la rebelión. En la declaración que hizo el 20 de diciembre de 1940 esclarece las causas por las que huyeron tanto él como sus hermanos: «Que no pertenecía a ningún partido político y que al iniciarse el Glorioso Movimiento huyó de su pueblo por temor a sus convecinos Secundino y Honorato, no recordando los apellidos», según recoge la causa 1.067/40.

El miedo a los convecinos estaba fundado. «¡He venido a matar rojos y no me iré sin matar a alguien!», exclamaba el referido Secundino mientras disparaba apuntando a José, el familiar de su abuelo que cayó inerte en el suelo en aquellos días posteriores al 18 de julio de 1936. Son testimonios que Julián Robles ha recabado entre testigos presenciales con el fin de reconstruir los últimos días de su abuelo Adolfo y de su tío abuelo Isaías. La huida no les sirvió de nada. Ambos fueron paseados con la caida del Frente Norte, pese a las promesas de que nada les pasaría si se entregaban.

Aún no se sabe a quién pertenecen los restos de las seis personas exhumadas en Casasola de Rueda. El proceso de identificación es complejo al no contar con medios forenses propios, ni hacerse cargo el Estado. En el laboratorio de la ARMH en Ponferrada reposan los restos de muchas fosas, de otras, como la de San Justo de la Vega, que se sabe que pertenecen a una saca de represaliados de Valderas, se han tomado muestras para investigar el ADN. Las familias financiaron la construcción de un panteón en el cementerio de la villa del Cea.

El paso del tiempo juega en contra de la recuperación de la memoria histórica. «Hace unos años los testigos localizaban no sólo el lugar de enterramiento casi exacto, sino también a familiares y descendientes de las víctimas. Ahora todo es más complicado ya que la distancia temporal marca la desaparición de los testimonios y la falta de precisión», explica el vicepresidente de la asociación.

Pero la búsqueda de los hombres de Casasola no se quedará en el kilómetro 15. A partir del otoño, retomarán los trabajos de investigación en los registros civiles y recogiendo testimonios por la provincia para dar con los familiares de las víctimas.

Hasta ahora, de todas las fosas exhumadas en España la ARMH ha logrado reconstruir con precisión e identificar a las personas de una treintena, pero son muchas las personas que fallecen sin poder cumplir el deseo de recuperar a sus seres queridos.

Emilio Silva recuerda a Isabel González, de Palacios del Sil, que buscó a su hermano y a su cuñado en la fosa de Piedrafita de Babia, una de las exhumaciones que alcanzó más proyección internacional, sin encontrar sus restos. Los resultados del ADN no coincidieron con los suyos.

Sigue esperando Asunción Álvarez, también de Palacios del Sil, cuyo perfi genético tampoco encontró coincidencias con los restos de la fosa de Babia donde buscaban los restos de sus dos hermanos Porfirio y Joaquín.

La asociación siempre actúa a petición de familiares. La fosa de Joarilla de las Matas, excavada en el 2012, es la más numerosa hasta la fecha. Se encontraron restos correspondientes a catorce hombres, en su mayoría mineros de la cuenca de Sabero que fueron transportados en uno de los camiones d ela muerte que salieron del valle. Veintidós mineros fueron obligados a subir al remolque aquel 7 de noviembre de 1937 del que se salvó un vecino de Sotillos que dejó testimonio de su peripecia en un diario personal.

Los paseados de Joarilla de las Matas eran huídos y milicianos del frente norte y creían que les llevaban a un campo de concentración de Valladolid. «Mandaron bajar a los cuatro primeros y les ponen en silueta para organizar el tiro. Les fusilan. Vuelven por otros cuatro y hacen la misma operación. Al volver a por otros cuatro, allí me tocaba a mí formar parte de dicho deporte; pero entonces es cuando surge lo que aquellos señores no esperaban y yo me juego la última carta saltando del camión y corriendo a campo traviesa», escribió el único superviviente.

Detenido tiempo después, fue condenado a 20 años de prisión, que cumplió en San Marcos y en el barco Upomendi, una cárcel flotante atracada en Vigo, sin ver la luz. También realizó trabajos forzados en las minas de mercurio de Almadén (Ciudad Real).

La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica ha identificado a diez leoneses con comprobación de ADN con sus familiares directos. El primero fue Emilio Silva Faba.de Antonio Fernández García, El Cesterín, de Villanueva de Valdueza también se sabe con certeza que es el abuelo de Adriana Fernández, la impulsora de la querella contra ministros del franquismo en Argentina, entre ellos, los leoneses Rodolfo Martín Villa y Fernando Suárez. También han sido identificados con pruebas genéticas los guerrilleros bercianos Caitán García Vázquez, Andrés Filloy e Isidro Filloy López cuyos cuerpos se encontraban en las fosas gallegas de Vilabella y O Amenal.

Las familias son las impulsoras de las exhumaciones que, no pocas veces, se topan con obstáculos insalvables. Emilio Silva cuenta el caso de una mujer que cumplió 88 años en el avión camino de Argentina para reclamar la apertura de la fosa en la que está su padre en Guadalajara. «Hay un exhorto a España de la justicia argentina para abrir esa fosa que no se ha cumplido. ¿A quién puede molestar que un familiar quiera dar sepultura digna a su ser querido?», se pregunta. Silva apunta que las familias se centran en su caso particular pero «son pocas» las que se involucran con el colectivo. «Se han exhumado unos 2.000 cuerpos y es fácil que hayamos tenido contacto con unos 10.000 familiares, pero son muy pocos los que se asocian», comenta.

La única explicación que encuentran es el miedo inoculado durante décadas de silencio y represión, durante la dictadura de Franco, y por el olvido institucional de las víctimas en la era democrática. «Que el Estado no opere hace que el miedo siga existiendo. A la gente le cuesta mucho dar el paso y, cuando lo hace, piensa: «Voy a arreglar lo mío y no me meto en líos. Para eso ha servido también la expulsión de Garzón de la carrera judicial».

Julián Robles, el nieto de Adolfo, el minero de La Ercina que ha propiciado la apertura de fosas en Casasola, decidió romper el silencio y el miedo familiar a la muerte de su madre. «Fue inevitable que se recordara a quienes no estaban y recordamos el asesinato injustificado e incomprensible de mi abuelo». Así se llegó al kilómetro 15.

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