Diario de León

El futuro de Siria, a las puertas de Europa

Melilla se ha convertido en un limbo para más de un millar de desplazados.

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B. De Avellaneda | Melilla
León

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Hace año y medio que Oualid y Nisrim se casaron en Beirut y ahora duermen separados. Ella, en una habitación en donde se hacinan mujeres y niños, y él, en un barracón de hombres. Oualid es sirio de origen kurdo y Nisrim, tunecina, y en ellos se condensan todos los sufrimientos y las trabas que los sirios que intentan entrar en Europa por la llamada ‘frontera sur’ se encuentran en su duro y tortuoso camino.

El matrimonio, junto con sus dos hijas de corta edad, fue expulsado del campo de refugiados donde vivía en el Líbano y tuvo que huir a Túnez para cobijarse en Susa, la ciudad natal de Nisrim. Nada más llegar sufrieron el azote del yihadismo con los atentados perpetrados en los hoteles de la perla del Sahel en el mes de junio y decidieron salir del país hacia Europa. Pagaron 200 euros por persona para entrar a Argelia, 150 euros para llegar de una punta a otra del país y 300 euros para ser introducidos en Marruecos. Ya en Nador, la provincia nororiental marroquí que limita con Melilla, se albergaron en un hostal durante siete días. Cada mañana la familia al completo se acercaba a la aduana internacional de Beni Enzar, principal punto de paso fronterizo entre la ciudad autónoma española y Marruecos, y esperaba durante horas su turno para poder entrar a suelo europeo.

«Llevábamos nuestros enseres y nuestra documentación, y mi marido tenía en efectivo 3.600 euros, 1.200 por cada miembro de la familia, excepto por mí que como soy tunecina no tendría por qué tener problemas para pasar y no necesitaba pagar ‘la mordida’», relata Nisrim.

Por los suelos

Cuando el día de cruzar la frontera llegó, los policías marroquíes implicados en el tráfico de personas se enfadaron tanto con ella por no pagar que terminaron pegándola varias veces en la cabeza hasta tirarla al suelo junto a la niña pequeña. «Me amenazaron —recuerda— y me dijeron que si decía en España que me habían pegado iban a ir a por las niñas».

Nada más llegar a España, pidieron protección internacional y fueron trasladados al Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (Ceti). Pero, una vez allí, les quitaron a sus hijas y se las llevaron a un hogar de menores a la espera de comprobar mediante la prueba del ADN si verdaderamente ellos eran los padres biológicos o no.

Hace ya casi dos meses que malviven en un Ceti que triplica el número máximo de internos que puede acoger, y ni les han devuelto a las niñas ni saben cuándo podrán partir a la España continental para poder dejar de huir de la guerra y descansar.

«La espera aquí es interminable. No poder dormir con mi mujer ni tener conmigo a mis hijas me está matando. Así es muy difícil rehacer tu vida. La guerra me ha quitado mucho y por el camino me he ido dejando mucho más», comenta Oualid.

Como este matrimonio hay cientos de casos. Tantos como las casi 1.400 personas procedentes de Siria que se agolpan en el centro de inmigrantes y que conviven con aquellos procedentes de Palestina, Argelia, Guinea y Burkina Faso, principalmente.

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