Diario de León

La infanta Cristina, una perfecta efigie durante 13 horas

Su actitud fue muy diferente a la de su declaración en 2014, cuando sonreía.

La infanta Cristina en el banquillo de los acusados.

La infanta Cristina en el banquillo de los acusados.

Publicado por
m. sáiz-pardo | palma
León

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Ni un solo gesto en la primera sesión del juicio. Ni un saludo a la llegada. Tampoco una sonrisa forzada o de alivio a la salida. En la sala no tuvo ni siquiera la tentación de girar la cabeza en algún momento hacia a su marido, sentado cuatro asientos más allá. Cristina de Borbón fue una perfecta efigie durante las trece horas que duró la vista. Ni una sola mirada que no estuviera dirigida al frente, hacia el tribunal, o hacia la pantalla de televisión situada a su izquierda para seguir a algún interviniente al que no podía ver por la distribución de la sala.

Ni una sonrisa ni un gesto de reprobación. Su cara no era ni de preocupación ni de tristeza. Su rostro fue hierático, sin exteriorizar ningún tipo de emoción. Como si en realidad, la hermana del rey estuviera a miles de kilómetros del polígono Son Rossynol y aquello no fuera con ella. Ni frío ni calor. Con las manos siempre entrelazadas entre las piernas, más parecía una estatua que un ser de carne y hueso. Por momentos parecía que ni siquiera pestañeaba. Hasta parecía que ni respiraba.

Nada cambió en su semblante ni siquiera cuando la abogada de Manos Limpias insistió en pedir ocho años de cárcel para ella. Fue igualmente inexpresiva cuando, al inicio de la vista, tres cámaras de televisión y varios fotógrafos fueron autorizados a entrar en la sala y, como no, centraron sus objetivos y sus ‘zoom’ sobre la imputada más famosa. Cuatro minutos que para cualquiera serían interminables, pero que la hermana del rey aguantó estoicamente. De nuevo, sin un gesto. Cabeza erecta, mirada perdida en algún punto de la pared. Cero nervios en apariencia, a pesar de ser perfectamente consciente de que en ese momento todos los ojos estaban clavados en ella, escrutándole, diseccionándole, intentando saber qué pasaba por su cabeza.

Ni el tremendo calor con el que comenzó la sesión por un problema con la ventilación, y que provocó algún sofoco entre los presentes, hizo mella en ella. Se limitó, en uno de sus pocos movimientos, a quitarse un fular.

Solo hubo un par de momentos en los que la infanta pareció humana en la sala. Los dos breves recesos. En uno de ellos, intercambió dos palabras con la única persona que tenía sentada cerca, Salvador Trinxet, el supuesto cerebro del entramado internacional defraudador de Nóos en el extranjero. En otro, cruzó una brevísima conversación con el ex vicealcalde de Valencia, Alfonso Grau.

El único movimiento que hizo en su silla no fue ni para acomodarse. Se inclinó para recoger la chaqueta que se le había caído del respaldo de su silla a Mercedes Coghen, la ex deportista imputada por dar dinero a Urdangarín para Madrid 2016.

Antípodas

La imagen que ayer quiso proyectar la infanta, que ni siquiera salió del edificio a almorzar para evitar seguir siendo escrutada, estuvo en las antípodas de su última visita a Palma, aquel 8 de febrero de 2014, cuando declaró como imputada. Entonces, en aquel famoso paseíllo por la ‘rampa de los imputados’, se dedicó a regalar sonrisas a la prensa, apretones de manos a los policías y a saludar como si, en lugar de acudir a una citación judicial, hubiera acudido a inaugurar el tribunal. Alguien bromeó, incluso, diciendo que había confundido la rampa con una alfombra roja.

Veintitrés meses después de aquel paseíllo, un banquillo y una petición de ocho años de cárcel para ella y otra de casi dos décadas para su esposo han hecho que las sonrisas amables se deshicieran como un témpano de hielo.

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