Diario de León

Publicado por
RICARDO MAGAZ Profesor de Fenomenología Criminal en la UNED
León

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Cuando Fiódor Dostoievski redactó en 1866 Crimen y castigo, su novela cumbre, el asesinato premeditado de la anciana usurera y despiadada sobre el que gira la trama de la obra le sirve al escritor ruso de excusa para llegar a donde él quería en verdad: mostrar la conciencia de la antijuridicidad de la conducta criminal del homicida y, de paso, evidenciar el sentimiento de culpa como proceso psicológico de reconocimiento del mal causado. Finalmente, el protagonista de la novela, abrumado por el peso de su crimen, termina arrepintiéndose y se entrega a la policía zarista.

A Montserrat González no parece que, pese al tiempo transcurrido desde que abatiera de tres tiros a bocajarro a Isabel Carrasco le haya sobrevenido ninguna desazón de culpa ni contrición. Al contrario. Desde la cárcel de Villahierro ha dicho que no se arrepiente y que volvería a apretar el gatillo sin vacilar un segundo.

Estamos ante un crimen de odio visceral obsesivo. Tanto en el escrito del fiscal como en el auto de hechos justiciables firmado por el magistrado presidente del tribunal del jurado, queda de manifiesto la malquerencia fermentada y el afán de venganza que existía en el ánimo de Montserrat González, en el su hija Triana Martínez e, incomprensiblemente y sin saber muy bien todavía por qué, en el de la policía local Raquel Gago. Para cada una de las tres mujeres, imputadas por asesinato, tenencia ilícita de armas y atentado a la autoridad, al ser Isabel Carrasco presidenta de la Diputación Provincial de León, lo que convierte el caso realmente en un magnicidio, se piden penas de 23 años de prisión, 25 años de alejamiento y 150.000 euros de indemnización conjunta.

De tal modo, si al crimen de Carrasco hubiera que adjudicarle una etiqueta, sería claramente la de venganza sicarial. El atentado contra la presidenta del PP provincial y de la Diputación se ejecutó con modus operandi de auténtico sicario: vigilancias previas, hábitos controlados, riesgo asumido, sangre fría, ruta de huida y aprovechamiento de oportunidades que da el azar y la rutina del día a día de la víctima. Descerrajarle medio tambor del revólver prácticamente a quemarropa por la espalda en una pasarela estrecha sobre el río Bernesga es el “remate final” de un plan elaborado con el fin de que Carrasco no tuviera ocasión de salvar la vida de ninguna de las maneras.

Es lo que los juristas vienen en calificar como premeditación y alevosía, reforzado, al punto, con el agravante de disfraz del que se sirvió Montserrat, embozada, para evitar ser reconocida. En este tema, fundamental para la causa, la fiscalía sigue manteniendo sin titubeos que las tres mujeres se conjuraron para darle muerte a Carrasco y, con ese propósito, se repartieron papeles y jerarquía en la toma de decisiones.

Isabel Carrasco era, todo el mundo lo sabe, una persona dura en el plano político, a la que no le faltaban enemigos. Montserrat González y Triana Martínez la acusaron de dirigir una cruda persecución contra esta última cuando ejercía de ingeniera interina en la Diputación. Obviamente nada justifica su muerte, esclarecida por la policía en apenas cuarenta y cinco minutos gracias al agente en segunda actividad que presenció el hecho, siguió con riesgo a la homicida e informó sobre el terreno. Impagable labor. Ahora, a lo largo de un mes de juicio que queda por delante se verá todo lo actuado y quizá alguna sorpresa. Es muy posible. Luego, el jurado compuesto por nueve ciudadanos dará su veredicto. Ríos de tinta y de conjeturas nos esperan hasta mediados de febrero y aún más allá. Crimen y castigo en León.

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