Diario de León

Idea, mucho trabajo, coraje… y libertad

Periodismo en libertad. 2/7.

Los siete últimos directores del decano de la prensa leonesa se suman a la celebración del 110 aniversario del periódico con la memoria y el relato de la experiencias de su tiempo. El de Íñigo Domínguez fue el de la explosión de las libertades.

Íñigo Domínguez y Camino Gallego a pie de urna en las primeras elecciones generales democráticas el 15 de junio de 1977. fernando rubio

Íñigo Domínguez y Camino Gallego a pie de urna en las primeras elecciones generales democráticas el 15 de junio de 1977. fernando rubio

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Íñigo Domínguez de Calatayud Director de 1977 a 1983
León

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Allá por el año 73, andaba yo en Avilés, cuyo diario La Voz de… dirigí, cuando me llamó Javier Olave Lusarreta —gran profesional pero, sobre todo, gran persona— para que me incorporara al DIARIO DE LEÓN.

El periódico, de cuajada y larga historia, lo había adquirido un pequeño grupo de empresarios leoneses para relanzarlo y sacarlo de su entrañable pequeñez, en busca de más altas cotas de influencia y de tirada, cosa que —ahí está la crónica— tras no pocos apuros y esfuerzos de todos, acabó por conseguirse.

El reto no era ni mucho menos cosa fácil.

El periódico, ubicado entonces en la calle Pablo Flórez, es decir, mirando de frente a su escueta fachada, a la derecha, a unos centenares de metros, la Catedral, y a la izquierda, San Isidoro, o sea, casi nada, tenía una maquinaria antigua y obsoleta. Para decirlo con un punto de humor, cuando entrabas a la zona de máquinas —tan sólo una rotoplana Harris y unas viejas linotipias— te entraban ganas de preguntar por dónde andaba Guttenberg.

Con el tiempo, se cambió por una rotativa de sistema offset, una Ghost Community, que daba gloria verla y, sobre todo, escuchar su velocidad y ver la calidad de su impresión. Absolutamente nada que ver con lo anterior. Algo así como pasar de un Vespino a una Harley Davidson. Por lo menos, eso era lo que sentíamos quienes todas las noches nos quedábamos al cierre e íbamos a cenar tardísimo a casa con el periódico bajo el brazo, aunque nunca lo leíamos después porque nos lo sabíamos de memoria.

Al principio, como digo, estábamos muy pillados de maniobrabilidad, por la cuestión de maquinaria, pero lo peor no era eso, sino el insalvable problema de la competencia desleal. Me explico: en León había otro periódico diario, el Proa, perteneciente a la llamada Prensa del Movimiento, es decir, subvencionada por el aparato mediático del Estado franquista y que tenía y le sobraba de todo, desde personal y maquinaria, hasta, por supuesto, como todos sus hermanos diseminados por el país, pérdidas insondables.

Con el final del franquismo, la Prensa del Movimiento —del meneo, la llamábamos nosotros— , el Proa pasó a llamarse La Hora Leonesa para seguir haciendo lo mismo, hasta que, por el más elemental respeto al juego democrático, cerró sus puertas —¡y ya era hora!— , lo que, como comprenderá el lector, supuso un verdadero chute para el DIARIO DE LEÓN.

Pero en aquellos primeros años, el periódico tenía problemas de otro tipo, como la falta de libertad de expresión, dictada por el franquismo ya tardío, sí, pero franquismo al fin y al cabo.

Más de una vez y más de dos, tanto a mí como a mi antecesor en el cargo nos tocó pasarnos por juzgados y por el despacho del gobernador civil para aguantar a éste último inefables advertencias, presiones y subliminales amenazas de diverso tipo y jaez. En una ocasión incluso llegué a ser detenido por «los grises» al cubrir una información de una manifa ilegal frente al edificio de sindicatos.

El gobernador civil de aquellos años —del 74 al 76— se llamaba Francisco Laína García, aunque como se comprenderá, nosotros le llamábamos cosas mucho peores. Iba por la vida de duro, cara tiesa y de facha total. Se conoce que para hacer méritos en pro del Régimen, pues, tras unos años de poncio en Las Palmas, fue nombrado director general de Seguridad del Estado, así que le tocó bregar con el Tejerazo del 23 de febrero del 81, o sea, nada que ver con lo de bregar con unos humildes periodistas de provincia que de vez en cuando asomaban la oreja y la pluma antisistema en un periódico que estaba lejos de ser rojillo y que tan sólo arrimaba el hombro en pos de un poco de democracia y de libertad.

Todo eso cambió de arriba a abajo cuando los españoles, mayoritariamente, en ejercicio de nuestra soberanía popular, nos dimos la vigente Constitución, votada en referéndum el 6 de diciembre de 1978, sancionada por el rey Juan Carlos en 27 y publicada en el BOE el 29 del mismo mes. Esa fue, sin duda, la más importante y grata noticia que puse en primera página en toda mi etapa de director de DIARIO DE LEÓN.

Las cosas cambiaron y, el DIARIO DE LEÓN, creciendo más cada día, pues por fin pudo navegar a sus anchas en el mar del servicio a León y a los leoneses, o sea, en el mar en el que en su día fue botado precisamente para ello.

Allá por el año 1977, Javier Olave, con quien trabajé codo con codo cuatro años, se marchó llamado de Madrid para seguir su más que notable carrera profesional. Yo me hice cargo de la dirección y seguí luchando para, poco a poco, paso a paso, aupar el periódico a lo más alto.

Todos los días era una lucha, sí, y de lo que más me acuerdo es de la ilusión y del coraje con que toda la plantilla, desde el primero al último nos enfrentábamos al trabajo. Entrega total. Daba gusto verlo. Y ver el resultado, claro. Allá por el año 1983, me llamaron para hacerme cargo de la Dirección de La Gaceta Regional de Salamanca —curiosamente, premios sorpresa que a veces te da la insondable vida periodística profesional—, primer periódico que se privatizó por subasta de la antigua Prensa del Movimiento. Del meneo, o sea.

Y ahí he estado ejerciendo mi profesión veintiocho años hasta mi reciente jubilación. El caso es que cuando un grupo de salmantinos, vinculados a la empresa, a la Universidad, al comercio, a las profesiones liberales, al campo, etcétera, compró La Gaceta, cuando se privatizó, ésta perdía casi 25 millones de pesetas de las de entonces y al año siguiente se obtuvieron beneficios. Para que el lector se haga una idea del desarrollo del cambio, una acción del año 1984 valía 250.000 pesetas y ahora mismo su valor contable es superior a los 10.000 euros. ¡Viva la prensa libre!

Y acabo. Conservo un gran y muy grato recuerdo de León, de su provincia y de sus gentes, con un especial toque de cariño a El Bierzo, acogedora y cabal tierra, en donde siempre me sentí muy a gusto. Mi recuerdo de León no podría ser de otra manera pues, por si fuera poco, allí nacieron algunos de mis hijos; por cierto, un par de ellos periodistas.

Vaya en estas líneas un gran y fuerte abrazo para todos los que, cada uno en su medida, puesto, tarea y gobierno, hicieron posible este tronío de hogaño del DIARIO DE LEÓN en sus 110 primeros años de vida.

¡Aúpa!

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