Cerrar

Los partidos asumen que el 26 de junio habrá nuevas elecciones

El PSOE admite que si el PP está dispuesto a reunirse se verá obligado a tener que hacerlo.

Sánchez Camacho, Rajoy y García Albiol, durante la clausura de la convención. ALEJANDRO GARCÍA

Publicado por
León

Creado:

Actualizado:

P. de las Heras | Madrid

Se acabó. Si algún partido albergaba de verdad esperanzas de forjar un pacto de Gobierno —y en la dirección del PSOE juran y perjuran que llegaron a creerlo posible— este viernes se esfumaron. Constatada la incapacidad de Pedro Sánchez para subir a Ciudadanos y Podemos al mismo barco, no queda alternativa viable. Solo un golpe inesperado de timón en alguno de los partidos, como ocurrió en Cataluña el pasado enero, podría impedir que el 3 de mayo queden convocadas nuevas elecciones y que el 26 de junio los españoles vuelvan a votar. La legislatura está clínicamente muerta. Y, sin embargo, las fuerzas parlamentarias tendrán que mantenerla artificialmente con vida tres semanas más.

En puridad, hasta el mismo 2 de mayo a las doce de la noche, cualquier candidato propuesto por el Jefe del Estado podría ser investido. Ese día, a esa hora, expira el plazo de dos meses que comenzó a correr cuando, tras la renuncia de Mariano Rajoy a pedir la confianza del Congreso, Pedro Sánchez sometió su insuficiente pacto con Ciudadanos a la consideración de la Cámara.

Ni en primera ni en segunda votación logró sumar más apoyo que el de la única diputada de Coalición Canaria a los 130 votos que ya llevaba amarrados (los 90 propios y los 40 de la formación de centro). Y, en el mes que ha seguido, las cosas tampoco han cambiado. Pero aquel intento tuvo al menos una virtud: puso en marcha el reloj institucional y evitó prolongar ‘sine die’ el limbo abierto tras el poco concluyente resultado de los comicios, que dieron lugar al Parlamento más fragmentado de la democracia.

Legislatura yerma

Conforme al artículo 99 de la Constitución, es al rey a quien, en estos casos, corresponde disolver las Cámaras y convocar nuevas elecciones, pero ese precepto sólo contempla que lo haga cuando el Congreso haya rechazado al candidato o candidatos que él mismo haya propuesto tras consultar con los representantes de las distintas fuerzas políticas. Sin el salto al vacío del líder socialista, segundo en las elecciones, con el peor resultado de la historia del PSOE, podrían haber transcurrido así aún más de los 111 días que, ya casi con plena seguridad, tendrá esta esta legislatura yerma, abierta oficialmente el 13 de enero.

En las tres semanas que quedan, hay previstas en el Congreso tres sesiones plenarias durante las que se discutirán proposiciones de ley y no de ley que nunca llegarán a desarrollarse. El día 20 sigue convocado, además, un pleno de control al Ejecutivo en funciones en el que PSOE, Podemos, Ciudadanos, Esquerra, Convergència, PNV y el Grupo Mixto tienen intención de dirigir 26 preguntas a Rajoy y sus ministros, con independencia de que las respondan o no y de que acudan o se ausenten; algo que han hecho ya altos cargos del Ejecutivo en funciones en comisiones de su competencia, amparados en que su mandato, en realidad, ha terminado y ahora solo cubren el vacío de poder.

El Parlamento se convertirá así en un un escenario en el que cada fuerza ensayará sus estrategias de campaña. Nada más. El resto será una batalla por el endosar al contario la responsabilidad de que el diálogo político haya fracasado y de que se pida a los ciudadanos que resuelvan a los partidos una papeleta que ellos no han sabido gestionar; una competición que en realidad ya ha comenzado.

El PP culpa al PSOE por haberse negado a explorar siquiera la posibilidad de la gran coalición; el PSOE culpa a Podemos por no querer un acuerdo de lo que llama «las fuerzas del cambio» para modificar políticas del PP e impedir que Rajoy siga gobernando; Podemos culpa al PSOE por haberse entregado a Ciudadanos y permitir que le «secuestren el pasaporte» socialdemócrata, y Ciudadanos culpa a Rajoy por limitarse a esperar sentado a que otros le hicieran el trabajo y por haberse negado a bajar a la arena de la negociación.