Diario de León
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LA SEMANA POLÍTICA QUE EMPIEZA FERNANDO JáuREGUI
León

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P regunté una vez a un ex director general de Tráfico cuál era la razón por la que en Portugal cada fin de semana se producían decenas de accidentes de carretera con el resultado ‘un morto, dois feridos’, mientras que, en España, menos accidentes causan muchísimos más muertos y heridos. «La idiosincrasia», me dijo, con la mirada de quien considera el desastre algo inevitable; «lo lógico es que, cuando ves que vas a chocar, intentes esquivar el golpe, pero el conductor típico español acelera directo a la confrontación para castigar al otro, al que considera infractor y, en todo caso, un imbécil. Es lo mismo que con la fiesta de los toros: allí, embolan los cuernos y aquí, los afilamos». No sé por qué -sí lo sé- cada vez que contemplo un lance político como los que tanto proliferan estos meses en la piel de toro, recuerdo aquel veredicto, quizá algo tremendista, del veterano funcionario de Tráfico. Sostenella y no enmendalla, dar una lección al idiota del adversario, que no ha entendido el mensaje de las urnas que tan nítido queda, en cambio, para uno, parece, a veces, la motivación sustancial de una acción que brilla por su falta de autocrítica; tanto que hemos escuchado a un candidato que sufrió un duro revés el pasado 26-J decir que ello ocurrió por su «exceso de lucidez» (de él, no de los electores). Increíble, pero cierto.

Así que, ante las importantes ‘cumbres’ de esta semana, entre Rajoy y Rivera, Rajoy e Iglesias y, cuando toque, Rajoy y Sánchez, la verdad es que quien suscribe ya no puede albergar demasiadas ilusiones de que intenten evitar el choque, el duelo a garrotazos, tan hispano. Ninguno de ellos se va a apear del burro, valga la castiza expresión, porque todos se muestran tan seguros de que están haciendo lo correcto por el bien de España que acabarán, a este paso, hundiéndonos en las tan temidas terceras elecciones, si Dios, ellos -que no- o, en último extremo, el buen rey que tenemos y al que tanto están desgastando, no lo remedian.

Y, sin embargo, el plan sería bien sencillo: diseñar una Legislatura de año y medio o dos años, fuertemente reformista, con un programa trazado y pactado entre las tres fuerzas políticas que podrían pactarlo y entonces, con una legislación y una Constitución reformadas para que no vuelva a ocurrirnos lo que nos está ocurriendo, afrontar, entonces sí, allá por 2018, unas nuevas elecciones con un sistema por ejemplo, presidencialista, a dos vueltas, como en tantos países donde sobresaltos parecidos a los que por acá sufrimos jamás se han dado: se habrán dado otros, de acuerdo, pero ninguno como este ‘a la belga’, que nos aflige.

Claro que este plan precisa que Rajoy vuelva grupas sobre su distante inmovilismo, que Sánchez aprenda que ‘flexibilidad’ es una palabra que existe en el diccionario español, que Rivera abandone apriorismos y se convenza de cuál es su verdadero papel y que Iglesias se resigne a no ser el interlocutor privilegiado de Obama cuando este le concede, qué remedio, tres minutos antes de partir en Torrejón de Ardoz. Olvidar las hemerotecas, el ‘y tú más’, admitir que la corrupción es algo que se conjuga básicamente en pasado y asumir cada cual que no está inevitablemente designado por los dioses para ir al Olimpo de La Moncloa sería lo sustancial para que el plan, mire usted qué sencillo, funcione. Bueno, no tan sencillo, en realidad...

Si resulta que el comité federal del PSOE, órgano inoperante y paquidérmico donde los haya, es incapaz de mostrar a Sánchez, a punto de convertirse en el peor secretario general que haya conocido este gran partido, que no queda sino un camino, el del acuerdo, dejándose de ‘derechas’ e ‘izquierdas’, que ahora no vienen al caso, pues que celebren de una vez el congreso federal ese que tan aplazado tienen; y, entonces, que la militancia tome las decisiones que sus representantes son incapaces de adoptar. O, si no, que se suiciden todos políticamente, que otros partidos han muerto por sus obcecaciones y ya nadie guarda memoria de ellos. Y exactamente lo mismo sea dicho del Partido Popular, aunque la verdad es que veo a Rajoy mucho más proclive al giro, incluso al gran giro -espero no equivocarme de nuevo con la gran esfinge-, que a algunos de sus inminentes interlocutores. A los ‘emergentes’ -puede que me equivoque, claro; hace tiempo que no logro hablar con Rivera- los encuentro muy despistados, la verdad, y creo que solamente les toca desempeñar un papel secundario en este gran juego. Sobre todo a Iglesias, que, pese a su soberbia innata, es lo suficientemente inteligente como para saber que no se recuperará fácilmente del golpe sufrido el 26-J y que ahora le corresponde ser una especie de ‘oposición secundaria’ que impulse, desde una cierta modestia, los cambios, aunque con cinco millones de votos a las espaldas, claro.

Así que, una vez que se ha marchado Obama, hacedor de grandes acuerdos internacionales, aunque acaso algo culpable de que alguien como Trump pueda alcanzar la Casa Blanca, hay que ponerse a ello sin más dilaciones ni pretextos. Porque, a este paso, eso de acabar el mes de julio con un Gobierno, presidido por Rajoy, a la vista, me parece que va a resultar tan difícil como convertir la fiesta nacional española en una ‘tourada’ portuguesa. A embestir tocan, hala.

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