«Franco era astuto y fanático y además tuvo suerte»

—Un personaje imprescindible.

—De la guerra civil, Juan Negrín. Del maquis, Marcelino Fernández Villanueva ‘El Gafas’. Y de la historia, Alejandro Magno.

—El maestro que le ha marcado.

—Cuando tenía 6 años llegó al pueblo un maestro joven, recién acabada la carrera, que sustituía a un profesor tosco y brutal, de los habilitados de posguerra. Sólo estuvo un año pero reforzó la pasión que ya esbozaba por los libros, por el saber. Sólo recuerdo que se llamaba “don Enrique” y le he estado agradecido siempre.

—Un libro.

?—Tres: Mitologías , de Roland Barthes, que me enseñó a pensar; A sangre fría , que me proporcionó las claves para escribir; y Sonetos , de William Shakespeare, el libro de poesía más perturbador, complejo y genial.

—Una ciudad.

—Oviedo en mi juventud; ahora, Donostia, sin duda.

—¿Cómo define a Franco?

—En general, y salvo para sus fieles, que todavía se cuentan por millones en este país tan atípico como España, se le juzga como mediocre, pero de una evaluación más rigurosa se deducen otros calificativos: un personaje con ideas muy simples, que llega incluso a identificar sus intereses con los de España. Pero también aparece como ambicioso, calculador, pragmático y sin escrúpulos, para el que la vida de los que no coinciden con sus ideas no vale nada. Básicamente una persona astuta y fanática al que le favorece incluso la suerte en momentos decisivos de la guerra y la posguerra.

—¿Cómo ha sobrevivido a la docencia, aparte de su pasión por la historia?

—La docencia es la profesión más hermosa del mundo y la más gratificante. Te mantiene vivo, en relación con el mundo que va surgiendo. Es lo mejor que me ha pasado nunca. Los alumnos de secundaria tienen mucha vitalidad. Ahora bien, creo que es una profesión que necesita unas determinadas cualidades y carácter. He visto a gente machacada. Y también hay que tener en cuenta que no es lo mismo un instituto en Parla que en León